La perenne vitalidad de la Iglesia que hace florecer hasta las arenas más desérticas
Más allá de acontecimientos extraordinarios, golpes muy llamativos de la Gracia de Dios, la Iglesia ha ido creciendo desde sus comienzos en Jerusalén a este ritmo de bautizos, persona a persona, pequeños grupos, reuniones de familias…
De Francia nos llegan, y con frecuencia, noticias de todo tipo. Acontecimientos sociales, culturales, políticos, artísticos, económicos, etc., etc. Y de vez en cuando, alguna que otra información, sin duda muy interesante, que nos recuerda la perenne vitalidad de la Iglesia, que hace florecer hasta las arenas más desérticas.
En esta ocasión se trata de una noticia que se renueva cada año desde hace más de una década: los Bautizos de adultos en la Vigilia Pascual. Por adultos, en este caso, se entienden personas, hombres y mujeres, mayores de 12 años y que llegan hasta los 35 o más, que de todo hay. En España las diócesis no recopilan estos datos, y es una pena que la Conferencia Episcopal no esté en condiciones de dar una información semejante. Siempre están a tiempo.
Más allá de acontecimientos extraordinarios, golpes muy llamativos de la Gracia de Dios, la Iglesia ha ido creciendo desde sus comienzos en Jerusalén a este ritmo de bautizos, persona a persona, pequeños grupos, reuniones de familias…
Esta es la revolución silenciosa que la Iglesia viene llevando a cabo desde hace 2.000 años. Cada cierto tiempo se alzan voces de la existencia de otras “revoluciones” en el seno de la Iglesia. Ahora, por ejemplo, se habla de “revolución de la ternura, de la misericordia”, “revoluciones” que han existido siempre desde la Creación del mundo, y muy especialmente, desde que Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, puso pie en la tierra. ¡Qué hubiera sido del género humano si Dios no hubiera manifestado su “ternura”, su “misericordia” a lo largo de los siglos!
Es cierto que en momentos de la historia se puede tener la impresión de la presencia de algún “terremoto” que parece lo va a cambiar todo. Sencilla apariencia. Las corrientes de la gracia apenas se ven y riegan siempre las raíces de la Iglesia. Y, cuando el árbol de la Iglesia es zarandeado por huracanes, lo único que se cae de sus ramas son las hojas secas.
¿Quién podía prever que desde la mitad del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX, mientras la atención del mundo, y también de muchos eclesiásticos, estaba centrada en Europa y en el suicidio de las dos guerras mundiales, el Espíritu Santo estuviera dando fuerzas a las manos de los misioneros en África para bautizar a millones de africanos de todas las tribus, razas, naciones, etc.?
Hoy son 5.100 adultos que se bautizarán en Francia durante la Vigilia Pascual; y un número algo menor de fieles anglicanos se incorporarán a la Iglesia Católica. La noticia pasará inadvertida, y apenas se harán eco algún que otro medio de comunicación. No importa. La importancia está en lo que la noticia deja al descubierto. Esos miles de hombres y de mujeres en Francia y en Inglaterra, y en España −que también se bautizan adultos, aunque nadie lleve la cuenta−, con su Bautizo o con la incorporación a la Iglesia, han dado una respuesta a la gran pregunta que, por desgracia, muchos otros de su misma edad no quieren hacerse: ¿Qué es el hombre?, ¿Quién soy yo?
En el Bautismo han tenido la respuesta: “tú eres hijo de Dios en nuestro Señor Jesucristo”; y en la incorporación a la Iglesia, “tú eres hijo de la Iglesia, la familia de Dios”, “el templo del Espíritu Santo”.
Es el primer paso: se ha encendido dentro de su espíritu una Luz que les acompañará a lo largo de la Vida, e irán descubriendo la respuesta a las grandes cuestiones sobre la vida y la muerte, que muchos hombres y mujeres hoy no se atreven a hacerse a sí mismos. La respuesta son pocas palabras: Cristo es el Camino, la Verdad, la Vida.
Esta es la única, la verdadera, la perenne “revolución”, que los cristianos descubrimos cada año, cada día, en la Vigilia Pascual.