Algunas anécdotas referentes a la intensidad de su oración y de la celebración de la Santa Misa
Ver rezar a Juan Pablo II no solo cambia la actitud de quienes están a su lado o de quienes reciben el beneficio de su oración, sino también la de quienes simplemente lo miran distraídamente; y para él la eucaristía era un gran misterio vivido de modo intensísimo en cada momento
Incluimos parte de un capítulo del libro ¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo!, escrito por José Gabriel Vera, que recoge algunas anécdotas referentes a la intensidad de su oración y de la celebración de la Santa Misa.
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La intensidad de la oración
El recogimiento en su oración impresiona. Se concentra, cierra los ojos y comienza una oración intensa que puede durar horas y que por sí misma suscita a su alrededor un intenso clima de oración. Un sacerdote español recordaba el primer encuentro que tuvo con el Papa, al acompañar a su obispo a Roma en visita ad limina: «En esas ocasiones, Juan Pablo II, además de recibirles y comer con ellos, celebraba la misa en su compañía, en la capilla privada de sus apartamentos. Aquel día, los que allí estábamos hacíamos algunos comentarios en broma mientras nos revestíamos... Hasta que se abrió la puerta de la capilla y vimos cómo el Santo Padre rezaba de rodillas, con un enorme recogimiento... Los obispos, que están acostumbrados a tratar con altos miembros de la jerarquía, callaron de inmediato. El Papa no tuvo que pronunciar ni una palabra».
El cardenal polaco Stanislaw Nagy, teólogo amigo de Juan Pablo II desde los tiempos de Lublin, recordaba especialmente la celebración de la misa de Juan Pablo II. Sobre esta cuestión, contestaba en mayo de 2011 a una entrevista en L’Osservatore Romano: «Cada vez que estaba en Roma concelebraba la misa con el Papa. Para él la eucaristía era un gran misterio vivido de modo intensísimo en cada momento. Quedé impresionado cuando, celebrando la misa en el período de su enfermedad, lo veía arrodillarse siempre, aunque le costaba un gran esfuerzo: con este gesto se comprende el valor que daba a la eucaristía. Debo reconocer que nunca he visto a nadie celebrar la misa así».
Ver rezar al Papa no solo cambia la actitud de quienes están a su lado, o de quienes reciben el beneficio de su oración, sino también la de quienes simplemente lo miran distraídamente. Rafael Hernández, capellán de un colegio, es testigo de ello: «Era 1993. A mediados de mayo, los padres de una alumna acudieron al centro educativo desolados porque su hija acababa de escaparse de casa sin dejar rastro y no tenían noticia alguna suya. La adolescente siempre había tenido mucha confianza conmigo, al igual que el resto de sus compañeras, y en la semana de la primera quincena de junio regresó a su hogar sana y salva, dispuesta a recomponer la convivencia con sus padres. Inmediatamente me avisó diciéndome que deseaba hablar conmigo. En un momento de la conversación me dijo: “Te preguntarás por qué decidí volver a casa. No te lo vas a creer… Estaba con mi chico en un bar y encendieron la televisión. Fíjate qué flash: daban lo del Papa el día de la Virgen; y al verlo rezar así, tanto tiempo, ¡jo, qué impresión!, me eché a llorar… y aquí estoy de vuelta”».