Lo que la juventud no atisba a ver, la senectud puede lograrlo, cuando quita el velo que oculta la realidad no asumida
Lo que la juventud no atisba a ver, la senectud puede lograrlo, cuando quita el velo que oculta la realidad no asumida
Fue en plena guerra mundial. Mijaíl Kaláshnikov había sido movilizado dentro del enorme Ejército ruso. Era mecánico y un auténtico manitas. Fue quien desarrolló el famoso fusil de asalto AK-47. Falleció hace unas semanas a los 94 años de edad. Sin embargo, han suscitado mi interés las revelaciones producidas a raíz de su muerte. «Mi dolor espiritual es insoportable. Tengo una cuestión sin resolver. Si mi rifle se llevó la vida de miles de personas, entonces soy culpable por las muertes de esas personas», había confesado antes de morir.
En su misiva, a modo de testamento, manifestaba que fue por primera vez en su vida a una iglesia a la edad de 91 años; y bautizado unos meses más tarde. «Dios me mostró el camino en la tarde de mi vida... Cuando crucé el umbral de una iglesia, mi alma sintió como si hubiera estado allí antes y fuera mi hogar». Palabras de un hombre sencillo que, en el ocaso de su vida, se abre al alba de la esperanza.
Me ha recordado la historia de algunos conversos que, después de una vida agitada, al final de sus días, experimentan un sorprendente cambio al encuentro con Jesucristo. Hay maledicentes que lo explican porque a esas edades chochean, pero da la impresión, al estudiar su itinerario espiritual y psicológico, que más bien son personas con una extraordinaria lucidez, que se han hecho preguntas radicalmente fundamentales y que sólo a través de la fe han podido responder y sobrellevar el peso de una angustiada conciencia. Lo que la juventud no atisba a ver, la senectud puede lograrlo, cuando quita el velo que oculta la realidad no asumida.
Hoy nos falta proyección y, por eso mismo, se puede decir que nos falta esperanza. Freud, en su ensayo sobre la guerra y la muerte, que escribió al comienzo de la primera guerra mundial, del que este año se conmemora el centenario, advierte de la necesidad de dejar espacio a la verdad para afrontar la muerte y poder hacer que la vida sea más soportable. Y así afirma: «Recordamos el viejo adagio: "Si vis pacem, para bellum": Si quieres [persigues] la paz, no olvides [prepara o prepárate para] la guerra. Está bien, pero tal vez haya llegado el tiempo de modificarlo: "Si vis vitam, para mortem": Si quieres [persigues o quieres hacer soportable] la vida, no olvides [prepara o prepárate para] la muerte».
Freud se dio cuenta de algo constante en el pensamiento humano: para vivir al máximo, hay que resolver el problema de la muerte. Paradójicamente, años más tarde, ya anciano y enfermo de cáncer, llegó a obsesionarse con la muerte y a ser extremadamente temeroso y supersticioso con relación a ella. Se ve que él mismo no lo había resuelto: porque del dicho al hecho hay un gran trecho.