En África, en Asia, tenemos riquezas que podemos proponer a la Iglesia y que en la sociedad occidental se han perdido, como la riqueza de la familia, de los niños, del matrimonio; Los pueblos asiáticos y africanos pueden aportar más sabiduría y equilibrio a la nueva mentalidad europea, y también la vivacidad de la fe, una fe que da alegría
El cardenal Robert Sarah preside desde octubre del 2010 el Pontificio Consejo ‘Cor Unum’, organismo de la Santa Sede para la ayuda humanitaria a personas de países en guerra o que han sufrido catástrofes naturales.
Robert Sarah (Ourous, cerca de Conakry, 1945) fue párroco en su Guinea natal, después arzobispo de Conakry y presidente de la Conferencia Episcopal Guineana y de la Conferencia Episcopal Regional del África occidental francófona (Cerao), antes de convertirse en el 2001 en secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en la Santa Sede.
El martes dio una conferencia en Barcelona en las 49 Jornadas de Cuestiones Pastorales de Castelldaura, organizadas por el Centro Sacerdotal Rosselló.
Usted ha visitado recientemente la frontera de Líbano con Siria, y el Papa convocó una oración por la paz en ese país. ¿Qué más van a hacer?
Estuve en Líbano a principios de diciembre; es el tercer viaje que hago a la zona desde que empezó la guerra. He hablado con todos los obispos de Siria para saber qué necesitan. Tanta gente huye de la guerra, se han quedado sin trabajo, sin casa, los niños sin escuela o huérfanos. Ahora hemos instalado un hospital pediátrico en la región libanesa de Bekaa, fronteriza con Siria, para atender a entre tres mil y cuatro mil niños sirios refugiados.
La guerra en Siria se da en una región donde la Iglesia católica, y los cristianos en general, son minoría. ¿El peligro crece?
Los obispos temen que pronto no queden cristianos en Oriente Medio, pues huyen sin cesar. En el caso de Siria, está también la amenaza de los fundamentalistas, pues entre los rebeldes contra el régimen de El Asad hay también islamistas radicales, tanto sirios como de otros países. Han secuestrado a trece monjas ortodoxas, a dos obispos y a tres sacerdotes, así que los pastores maronitas, ortodoxos, coptos, melquitas… temen que la región se quede sin esa presencia. En Navidad había poquísimos fieles en las celebraciones; o tienen miedo de ir a la iglesia o se han marchado del país. Ni siquiera sabemos cuántos cristianos hay en Siria.
La Iglesia católica ha estado muy centrada en Europa. ¿Es necesario “universalizarla” más también para que los católicos entiendan mejor situaciones como la de Oriente Medio?
La Iglesia siempre ha querido ser Iglesia universal. Pero la universalidad viene poco a poco. Los latinos decían: Natura non facit saltus, la naturaleza no da saltos. Es decir, va progresivamente. Así que quizá había llegado el tiempo de subrayar que la Iglesia es verdaderamente católica, y que puede aprovechar la riqueza de todos los pueblos que se han convertido en cristianos. En África, en Asia, tenemos riquezas que podemos proponer a la Iglesia y que en la sociedad occidental se han perdido, como la riqueza de la familia, de los niños, del matrimonio. Los pueblos asiáticos y africanos pueden aportar más sabiduría y equilibrio a la nueva mentalidad europea, y también la vivacidad de la fe, una fe que da alegría. Con la exhortación del Papa Evangelii gaudium, ahora todos aquí hablan siempre de alegría, pero no la hay; hay tristeza.
¿La Iglesia europea es triste?
No digo eso. Pero es cierto que aquí se habla ahora siempre de alegría, pero ¿qué alegría? La alegría viene de la presencia de Dios en la persona. Es el momento de enriquecer la Iglesia con las aportaciones de África, Asia y Oceanía, con sus colores y sus riquezas. Pero los ricos deben aceptar que la riqueza puede venir también de los pobres.
En breve se cumplirá un año de la renuncia al papado de Benedicto XVI y de la elección de Francisco. ¿Qué cambios ve?
Es difícil valorar los cambios. En Roma los domingos y miércoles de audiencia general va mucha gente a escuchar a Francisco. Diría que el Papa con su proximidad transmite la necesidad de afectividad del ser humano actual, en el ambiente duro económico y social de nuestro mundo. Se trata, en definitiva, de misericordia. Y se ve que los no creyentes tienen una mirada más favorable hacia la Iglesia, que antes era muy criticada en esos ambientes.
¿Y qué cambios en la curia romana considera más importantes para la Iglesia universal?
Se está trabajando para lograr una comunión más estrecha entre la Santa Sede y las Iglesias locales. Está claro que el Papa eligió a ocho cardenales de fuera de la curia romana para ver cómo lograrlo. Pero no es sólo cuestión de estructuras, pues las estructuras no son nada si no hay conversión. No digo que no sea importante cambiarlas, pero no es eso lo que hace la vida de la Iglesia.
Pero la Iglesia católica es también un actor internacional, así que una reforma de la curia tiene un impacto más allá. ¿Cuántas estructuras se han creado en la esfera de las relaciones internacionales? ¿Para qué sirven? ¿Cuántos años hemos luchado a través de esas estructuras para ayudar a África y a los países pobres, y qué hemos logrado? ¿Hemos erradicado la pobreza? A veces han hecho aún más daño. Muchas estructuras son obra de los potentes para ser más potentes. Así lo veo yo como africano.
¿Y cuál es su diagnóstico?
La estructura no vale nada si el ser humano no lleva a Dios en el corazón. Benedicto XVI vio el problema del mundo de hoy: Dios está fuera de nuestras sociedades. También Juan Pablo II dijo que los países europeos viven como si Dios no existiera, incluso los católicos se lo callan en público. Así ha aumentado la pobreza espiritual. Y eso ha sido pensado también en organizaciones internacionales, en la ONU y en países europeos, que quieren imponer esa visión a los países pobres.
(*) Entrevista de María Paz López, en La Vanguardia
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