El Papa no escribió la exhortación para “ofrecer un tratado, sino sólo para mostrar la importante incidencia práctica de esos asuntos en la tarea actual de la Iglesia”. Lo que sí pide a los cristianos es que rechacen una economía de exclusión que descarta a los más necesitados; la idolatría del dinero, que favorece una economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano, negando la primacía de la persona
Un documento sobre la evangelización como la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, publicada por el Papa Francisco, no podía eludir la dimensión social del Evangelio, “porque si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora”.
A la vez, el Papa Francisco indica que “este no es un documento social, y para reflexionar acerca de esos diversos temas tenemos un instrumento muy adecuado en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, cuyo uso y estudio recomiendo vivamente” (184). Ciertamente, “las enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones contingentes están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar ser concretos ─sin pretender entrar en detalles─ para que los grandes principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a nadie” (182).
De ahí que el documento no hable de los detalles técnicos de la vida social, sino más bien de los aspectos que afectan directamente la vida de las personas: el Papa no ha escrito la exhortación para “ofrecer un tratado, sino sólo para mostrar la importante incidencia práctica de esos asuntos en la tarea actual de la Iglesia. Todos ellos ayudan a perfilar un determinado estilo evangelizador que invito a asumir en cualquier actividad que se realice” (18). También en la actividad económica, política y cultural.
Esto es así porque “llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (8). La meta del Santo Padre es que todos conozcamos y vivamos un auténtico humanismo que facilite el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres.
En este sentido, nada tiene de extraño que ni una sola vez aparezca la palabra capitalismo en el escrito. Aun así, algunas personas, por lo demás muy serias en su campo propio, quizá debido a una lectura rápida y superficial del texto, han afirmado que el Papa condena el capitalismo. Lo cierto es que se ha verificado, también en este caso, el peligro al que alude el documento: debido a “la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios, el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios.
De ahí que algunas cuestiones que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia queden fuera del contexto que les da sentido” (34). ¿Cuál es este contexto?: la finalidad que tiene el Papa al publicar este mensaje, que es “proponer algunas líneas que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo” (17).
A este respecto vale la pena recordar lo que la Iglesia indica sobre el capitalismo: “Si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios productivos, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ‘economía de empresa’, ‘economía de mercado’ o simplemente de ‘economía libre’.
Pero si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa” (Centesimus annus 42).
Lo que sí pide la exhortación a los cristianos, y a todos los hombres de buena voluntad, es que rechacen una economía de exclusión, que descarta a los más necesitados; la idolatría del dinero, que favorece una economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano, negando la primacía de la persona; la absolutización del mercado, que excluye la ética y al mismo Dios; la inequidad que genera violencia, porque instaura un sistema social y económico que es injusto en su raíz. Y muestra que “¡el dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos” (58).
En definitiva, no se trata de bendecir o demonizar el capitalismo, sino de realizar una economía que no excluya a nadie y, para ello, favorecer la inclusión de los más necesitados, a quienes faltan las oportunidades para desarrollar su dignidad: la indigencia de los pobres exige un suplemento de predilección, para satisfacer la justicia.
Por eso, “cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo (…). Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto” (187).
Esto “implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra ‘solidaridad’ está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (188).
Se trata, por tanto, de que todos hagamos un serio examen de conciencia sobre cómo estamos planteando y practicando nuestras actividades económicas, para que se encaminen al bien de las personas y de la sociedad. Esto atañe, en primer lugar, a quienes poseen un mayor influjo en este campo: “Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos” (205).
Pero atañe igualmente a cualquier persona en sus decisiones económicas. La exhortación propone ─no impone─ esta meta a todos, también como ayuda a quienes, quizá por ignorancia, actúan erróneamente: “Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra” (208).
Enrique Colom
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