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LaIglesiaEnLaPrensa.com
Un buen estímulo para reflexionar sobre el lenguaje que se usa no solo en la transmisión de la fe, sino también a la hora de presentar la doctrina cristiana en la esfera pública
En un simpático ">anuncio de Coca-cola de hace algunos años, dedicado a los treintañeros, se comentaba con gracia que, en los años de juventud del narrador, bajar música no tenía nada que ver con el informático download.
No sé si llegaremos a la situación que plantea, pero es un buen estímulo para reflexionar sobre el lenguaje que se usa no solo en la transmisión de la fe, sino también a la hora de presentar la doctrina cristiana en la esfera pública.
Esa preocupación por el lenguaje no es, desde luego, una novedad: es muy aleccionador descubrir que las primeras gramáticas de muchas lenguas fueron escritas por misioneros: necesitaban conocer profundamente la lengua del lugar al que llegaban para poder expresar con propiedad los contenidos de la fe.
Hace unos meses, Benedicto XVIdecía en un discurso que «no se trata solamente de expresar el mensaje evangélico en el lenguaje de hoy, sino que es preciso tener el valor de pensar de modo más profundo, como ha sucedido en otras épocas, la relación entre la fe, la vida de la Iglesia y los cambios que el hombre está viviendo».
Una idea que recuerda un famoso pasaje de la encíclica Redemptoris misio, en la que Juan Pablo II afirma que «conviene integrar el mensaje mismo en esta ‘nueva cultura’ creada por la comunicación moderna». Eso lo decía en 1990. Pienso que todavía falta camino por andar y diría que, sobre todo, en las actitudes.