No es fácil, pero la labor de ‘Strathmore School’ y la de la moderna ‘Strathmore University’ están dejando su impronta
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Al cabo de cincuenta años siguen trabajando con entusiasmo por la difusión de su mensaje −la santificación del trabajo ordinario− y la consiguiente transformación del país
He vuelto por tercera vez a Strathmore University en Nairobi, Kenya. El motivo ha sido el mismo, impartir un curso en el Master of Applied Philosophy and Ethics a una docena de profesionales interesados en aprender filosofía. Entre los alumnos se encontraban, por ejemplo, Murugi, una jueza que trabaja en favor de la promoción de las mujeres en el sistema judicial kenyano, o el prestigioso abogado Anthony" target="_blank">Memorias de África.
La llegada al aeropuerto de Nairobi fue este año mucho más eficiente que en los dos anteriores, quizá porque hace algunos meses ardió la antigua terminal y han tenido que reacomodarla provisionalmente en un edificio de aparcamiento. Sí que llamó mi atención de nuevo que para pagar el visado (50 dólares USA) la policía solo aceptase billetes recientes y para ello comprueba cuidadosamente la firma del Secretario del Tesoro: es preciso que los billetes estén firmados por Timothy Geithner y no sus antecesores, Paulson, Snow o Summers. También resultó fácil la salida −¡se recomienda ir al aeropuerto con tres horas de antelación!− con la única incidencia reseñable que en la exploración manual después del tercer escaneo del equipaje me retiraran un pequeño cortaúñas que llevaba en la mochila. No deja de intrigarme la −al menos aparente− irracionalidad de esas prácticas, que se complican de modo creciente conforme el país de destino está menos desarrollado.
Pude estar con un matrimonio europeo que padeció el ataque terrorista hace unos meses en el centro comercial Westgate. De su relato estremecedor de las explosiones, el miedo y la confusión subsiguientes, lo que más llamó mi atención fue cómo veló Beatriz por proteger y ayudar a su marido Gabriel y cómo en aquella situación catastrófica −según me contaba Beatriz− se vieron impresionantes muestras de solidaridad entre personas de razas y tribus distintas: todos se volcaban en ayudar a los demás. Gracias a Dios, es frecuente que las catástrofes saquen lo mejor de nosotros mismos.
También estuve cenando una perca del Nilo con un matrimonio argentino que está emprendiendo una impresionante aventura que puede transformar la agricultura keniana mediante la técnica de siembra directa. Me impresionaban el entusiasmo y la tenacidad de Raquel y Janusz, a pesar de las enormes dificultades que las diferencias culturales plantean. En mis días en Nairobi habían podido firmar un acuerdo con una Universidad especializada en la agricultura para iniciar una primera prueba con 50 hectáreas y celebramos el acontecimiento con un estupendo malbec mendocino.
Como complemento turístico de mis clases −dieciocho en una semana− me había propuesto en esta ocasión visitar el National Museum of Kenya donde se encuentra el Turkana boy: el esqueleto de un homínido de hace 1,9 millones de años encontrado por Richard Leakey en los inmediaciones del lago de Turkana en 1984 y que −junto a la famosa Lucy de Etiopía− constituyen los restos más antiguos descubiertos hasta ahora de lo que consideran los paleoantropólogos como “nuestros antepasados”. Me encantó la visita al Museo, acompañado del profesor retirado Silvano Boruso y pude tomar algunas fotos para usar en mis clases de “Filosofía del lenguaje”. En particular, me emocionó la sala principal en cuya entrada figura el letrero en inglés: “Los huesos fósiles de esta sala son la colección más importante del mundo de fósiles humanos tempranos, y todos ellos han sido descubiertos en Kenya”.
Pero con mucho lo que más me impresionó en este viaje ha sido el profundo amor a Kenya de los europeos y americanos que fueron a comenzar la labor del Opus Dei allí y cincuenta años después siguen trabajando con entusiasmo por la difusión de su mensaje −la santificación del trabajo ordinario− y la consiguiente transformación del país. No es fácil, pero la labor de Strathmore School −que ha cumplido ya los 50 años− y la de la moderna Strathmore University están dejando su impronta.
Como anécdota, puede servir la de la simpática policía en el control de pasaportes de la terminal provisional ayer cuando me marchaba. Al ver tres visados de Kenya consecutivos en mi pasaporte se sorprendió y le expliqué que había venido los tres últimos años a dictar un curso en Strathmore University. Entonces me dijo como con legítimo orgullo: «¡Mi hija estudia allí!». Le respondí que yo había quedado encantado de esa Universidad porque sus estudiantes estaban eager to learn, “ansiosos de aprender”. Se quedó encantada de mi cumplido, pero además es verdad. En los estudiantes se encuentra el mejor futuro para el desarrollo de este joven y fascinante país.