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La fraternidad se sitúa en el corazón del mensaje cristiano, un mensaje que trae la buena noticia del amor que Dios nos tiene y de la gracia que nos ofrece libremente
El principio del nuevo año, especialmente para los cristianos, viene marcado por una llamada a la paz. Evoca san León Magno que la paz es lo primero que los ángeles pregonaron en el nacimiento del Señor. «La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad. El fin propio de la paz y su fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo». Y por eso «El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz» (Sermón 6 en la Natividad del Señor, 2-3. 5: PL 54, 213-216).
En su primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, sostiene el Papa Francisco que la fraternidad es «fundamento y camino para la paz». Una fraternidad que normalmente se comienza a aprender y a vivir en la familia. La familia es fuente de toda fraternidad.
Por una cultura de la solidaridad
Es cierto, explica el Papa, que en nuestro tiempo crece la conciencia de una mayor interdependencia de las personas y de la vocación a preocuparse más unos de otros. «Sin embargo, a menudo los hechos, en un mundo caracterizado por la “globalización de la indiferencia”, que poco a poco nos “habitúa” al sufrimiento del otro, cerrándonos en nosotros mismos, contradicen y desmienten esa vocación» (n. 1). Por eso no basta confiar sin más en la globalización, que es un fenómeno ambiguo. La globalización, como ha afirmado Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, continúan las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia. Estas situaciones, continúa el Papa Francisco, revelan «no sólo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad» (Ibid.).
A ello se suman «las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista». Son actitudes que «debilitan los lazos sociales, fomentando esa mentalidad del “descarte”, que lleva al desprecio y al abandono de los más débiles, de cuantos son considerados “inútiles”. Así la convivencia humana se parece cada vez más a un mero ‘do ut des’ pragmático y egoísta» (Ibid.).
De hecho, «la humanidad lleva inscrita no solo la vocación a la fraternidad sino también la dramática posibilidad de su traición», como testimonian las guerras y las injusticias, desde el relato de Caín y Abel (cf. n. 2).
Anhelo de paternidad
Y así llega el Papa Francisco, en el centro de su mensaje, a redescubrir en nuestra situación la ausencia de paternidad; pues no hay fraternidad auténtica entre los hombres sin un Padre común y trascendente. En línea de continuidad con los últimos Papas, Francisco señala que la humanidad sólo podrá caminar decididamente hacia la fraternidad en la medida en que se abra al amor de Dios y a su proyecto, manifestado en la muerte y la resurrección de Jesucristo (cf. n. 4).
Entre las consecuencias de la falta de fraternidad no están solo los conflictos, sino también la pobreza. Para paliar la pobreza se requieren políticas eficaces que promuevan las relaciones fraternas entre las personas y los pueblos. Pero, sobre todo, la fraternidad se promueve mediante «el desprendimiento de quien elige vivir estilos de vida sobrios y esenciales, de quien, compartiendo las propias riquezas, consigue así experimentar la comunión fraterna con los otros» (n. 5).
La falta de fraternidad está en el fondo de crisis económicas como la actual, que tiene unas graves repercusiones para la vida de las personas; pero que puede ser una «ocasión propicia para recuperar las virtudes de la prudencia, de la templanza, de la justicia y de la fortaleza» (n. 6), necesarias para edificar una sociedad acorde con la dignidad humana.
La fraternidad, tal como la promueven muchas iniciativas civiles y religiosas (subrayando que la condición primera es la conversión de los corazones), es el principal fundamento y camino para terminar con la guerra y alcanzar el derecho a la paz.
La fraternidad ayuda a proteger y cultivar la naturaleza; mientras que la corrupción y el crimen organizado se oponen a la fraternidad (cf. nn. 8 y 9).
Redescubrir la fraternidad
La conclusión es clara y concisa: «La fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero sólo el amor dado por Dios nos permite acoger y vivir plenamente la fraternidad» (n. 10).
Y por eso, añade el Papa, el necesario realismo de la política y de la economía no puede reducirse a un tecnicismo que ignora la dimensión transcendente del hombre. «Cuando falta esta apertura a Dios, toda actividad humana se vuelve más pobre y las personas quedan reducidas a objetos de explotación» (Ibid.).
La fraternidad se sitúa, en definitiva, en el corazón del mensaje cristiano. Un mensaje que trae la buena noticia del amor que Dios nos tiene y de la gracia que nos ofrece libremente. Solo desde ahí −desde la fraternidad de los hijos de Dios− se puede construir plenamente la paz. Solo desde ahí se puede garantizar el servicio que debemos a todas las personas, también y de un modo especial a los alejados y desconocidos.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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