También es dañada la sociedad que permite, facilita y justifica este genocidio silencioso
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Si cerramos los ojos y prestamos atención podríamos escuchar el latido envejecido de una sociedad herida, que se embrutece con cada uno de estos crímenes
Hacia la mitad de la columna del 24 de diciembre, mi admirado Arcadi se autoproclama “hombre moderado”. Sin embargo termina el artículo en plan ultrasur, abrasando con napalm al Gobierno y a su ministro de Justicia, pues con el país patas arriba “es indignante (…) que se entretengan en la suerte de irrelevantes huevecillos nonatos”. Debe tratarse de una errata o de una broma del duendecillo informático, porque está claro que Arcadi no pudo escribir “hombre moderado”, sino “terrorista” o “mentecato”, por ejemplo.
La Coordinadora por la Vida acaba de recordarnos que un aborto suele destrozar dos vidas: la del hijo y la de la madre. Aunque se silencie, una mujer que aborta no vuelve a ser ella misma, arrastrará secuelas el resto de su vida. También es dañada la sociedad que permite, facilita y justifica este genocidio silencioso. En Navidad hay música y algarabía festiva, pero si cerramos los ojos y prestamos atención podríamos escuchar el latido envejecido de una sociedad herida, que se embrutece con cada uno de estos crímenes.