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Un documento ameno, con chispa, que se lee con interés y viveza, conectando con la realidad cotidiana de creyentes o no creyentes, pues todos vivimos situaciones que requieren una respuesta moral, humana, que huya de la queja sistemática
El Papa Francisco, en su primer documento, “La alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium) se propone transmitir la alegría y el optimismo, como se deduce del mismo título de su Exhortación Apostólica.
Llama la atención que utilice expresiones tan directas como “cara de funeral” o “cara de vinagre”, para despertar a la humanidad de un aire pesimista y quejoso, que afecta también a los cristianos.
Es interesante leer este documento, para desentrañar personalmente las causas de la tristeza de nuestro tiempo y, en particular, en los cristianos, que parecen estar encerrados, cariacontecidos y con complejo de inferioridad.
Nos podemos quedar en unos simples titulares de medios de comunicación, necesariamente seleccionando alguna de sus ideas, a veces fuera de contexto o sin captar sus ideas centrales. En estos días pasados he podido leer algunos artículos periodísticos, algunos de ellos de prestigiosos profesionales de la economía o de otras ciencias, que me han defraudado porque ponen en evidencia que no han leído el documento completo o no han reflexionado sobre lo que dice y lo que han dicho los Papas anteriores. Ya se sabe: queda “progre” criticar al Papa o la Iglesia, pero hay que ser rigurosos, también cuando se critica a la Iglesia.
Leer este documento requiere superar varias dificultades o prejuicios. En primer lugar, nuestra cultura audiovisual y de “impactos” nos ha llevado a leer muy pocos libros. Tal como sucedió en una entrevista a un deportista famoso, de esas que tienen un cuestionario standard para una lista de personajes, que al preguntarle por el último libro que había leído respondió sinceramente: «Yo no leo libros». Otros tienen preparada una respuesta para salir de ese atolladero, sea cierto o no que han leído el libro que mencionan, basta con que suene que está de moda.
Otra dificultad para leerlo la reconoce el propio Papa Francisco, cuando afirma que no ignora que «los documentos −como el suyo− no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente olvidados».
Y, por último, existe el prejuicio de pensar que lo que escribe un Papa es aburrido o, en todo caso, sólo de interés para los católicos practicantes. Este documento es ameno, con chispa, se lee con interés y viveza, conectando con la realidad cotidiana de creyentes o no creyentes, pues todos vivimos situaciones que requieren una respuesta moral, humana, que huya de la queja sistemática.
El Papa es valiente, porque hace autocrítica, nada suena a autocomplacencia. Llama a “descentralizar” la Iglesia, a que los cristianos no se contagien de la tristeza individualista que brota del consumismo, a no tener miedo de revisar cómo transmite la Iglesia su misión y su doctrina, a una creatividad concreta anclada en las circunstancias de cada persona.
Me llama la atención las reiteradas ocasiones en que el Papa habla de la comodidad, aplicándola a la Iglesia. Llega a afirmar que prefiere «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades». El Papa no quiere una Iglesia «clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos».
El Papa Francisco es, indudablemente, muy distinto a Benedicto XVI y Juan Pablo II. Cada uno, dentro de la fidelidad a su misión, aporta lo que ve más oportuno en la Iglesia que le toca vivir, con sus rasgos personales de carácter y temperamento que ayudan a ver la rica diversidad de las personas y la permanencia de una fe firme durante más de 20 siglos.
Con su personal estilo, el Papa Francisco deja claro que este documento «tiene un sentido programático y consecuencias importantes». Leyendo la Exhortación Apostólica se entienden mejor algunas de sus decisiones y otras se intuyen.
Para quien piense que el Papa hace un abstracto canto a la alegría, nada más lejos de la realidad. Lo que quiere es subrayar el origen de esa alegría cristiana, en medio de las faltas de justicia que existen en nuestra sociedad, que denuncia con valentía.
Sólo por el hecho de que alguien escriba sobre la alegría en nuestro tiempo ya merece atención. Salvo para quienes se sientan bien con una permanente cara de vinagre, que sinceramente pienso que no hay nadie.
Javier Arnal
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