Esta tremenda crisis económica saca a la luz lo mejor de tantas personas y de muchas familias, que se movilizan con eficacia al servicio de los más necesitados
La crisis económica golpea con dureza a nuestro país: paro, endeudamiento, recesión. Pocos aspectos de la vida nacional invitan al optimismo y el desaliento se adueña de los espíritus.
¿Cómo es que a la vista de esta situación no hay disturbios callejeros? Esta es la pregunta que nos plantean repetidamente los extranjeros, cuando nos visitan o cuando nos reciben en sus países. Por mucho menos que eso arden las banlieus de las grandes ciudades francesas y crece el apoyo a líderes populistas en otros países.
La explicación no resulta particularmente misteriosa. De una parte, las cifras macroeconómicas no reflejan fielmente la realidad. La economía sumergida prospera, aunque no sea fácil medir su alcance con precisión. Desde luego que esa corrección a la baja de los datos oficiales tan solo maquillaría un cuadro que seguiría siendo muy preocupante.
De otra parte, ayuda el Estado del bienestar. Es más modesto que el de los países del centro y norte de Europa, pero permite disfrutar a millones de ciudadanos de unas prestaciones nunca vistas. Muchos inmigrantes que han perdido su empleo siguen aquí por este motivo.
El Estado ha hecho en los últimos años un gran esfuerzo para asistir a los necesitados, pero el mejor Ministerio de Asuntos Sociales en nuestro país es el hogar. Parados, ancianos, enfermos, discapacitados, alcohólicos y drogadictos, que, más allá de lo que puedan hacer las instituciones oficiales y la beneficencia privada, encuentran apoyo sobre todo en la familia. Esta constituye nuestro gran activo social. Resulta lógico, por tanto, que el barómetro de octubre del CIS registre que la familia es el aspecto más importante para la vida de los españoles (9,68, en una escala de 0 a 10).
La gente declara en las encuestas que la familia es el principal factor que asocia a una vida feliz. La centralidad de la familia destaca de modo particular en la sociedad española. Es indudable que se advierten síntomas de crisis −disminución y retraso de la nupcialidad, caída de la natalidad, aumento de las rupturas, violencia doméstica−, pero la familia formada por padre, madre y con hijos a su cargo sigue siendo el modelo preponderante. Es este también el tipo de familia que más eficazmente puede ayudar a sus miembros necesitados (sin desdeñar la creciente importancia de los abuelos).
Para completar este recorrido por las entidades asistenciales, hay que mencionar a la Iglesia. Cáritas ha publicado ya la memoria de 2012, con números impresionantes: 70.000 voluntarios, junto con 4.250 contratados, trabajan en 6.000 Cáritas parroquiales. Casi dos millones de residentes en nuestro país se han beneficiado de diversas ayudas, a los que hay que sumar otros tres millones de extranjeros en 200 países. Aunque el aspecto económico de su labor no es el principal, ahí están los 276 millones de euros gastados (el 70% proviene de aportaciones particulares).
La caridad cristiana se dirige a las personas, una a una, con nombre y apellidos. Más allá de las asépticas cifras de una memoria anual, pondré nombre a esa labor caritativa: la parroquia del Carmen, de los marianistas en Zaragoza, que he visitado recientemente. Fue mi guía Antonio, que acaba de asumir la coordinación de su acción social. Ingeniero industrial, está ya próximo a la jubilación en la Opel, donde ha llegado a ser jefe de ingeniería.
Coordina a 280 voluntarios y 13 contratados que desarrollan una polifacética labor: comedor para 180 comensales diarios; vivienda para la rehabilitación de alcohólicos −ocho inquilinos en estos momentos−; albergue para transeúntes y gente sin techo −frente al albergue municipal, que exige la ducha diaria, aquí basta con una ducha semanal−; jardín de infancia para 41 niños; dos centros de acogida para mujeres; trece viviendas para familias desahuciadas; un ropero, que este año ha entregado 1.800 lotes de ropa a hombres y 1.350 a mujeres; alimentos no perecederos y vales por 400 euros mensuales para comprar alimentos en Mercadona, para aquellas familias que no se atreven a acudir al comedor parroquial; cursos de formación para cualificar a personas sin empleo; atención domiciliaria a familias con necesidades especiales.
Además, un equipo recorre las calles a la búsqueda de indigentes para ofrecerles asistencia. En ese barrio, quien vive en la calle es porque quiere. La acción directa de la parroquia llega a más de 2.500 personas. Habría que sumarle la colaboración con organismos públicos y con ONG y empresas privadas: actores civiles y eclesiásticos, públicos y privados, se dejan de absurdos debates ideológicos y ponen sencillamente manos a la obra para ayudar de modo coordinado.
Esta tremenda crisis económica saca a la luz lo mejor de tantas personas y de muchas familias, que se movilizan con eficacia al servicio de los más necesitados. Afortunadamente, el desaliento que mencionaba al principio no tiene la última palabra.
Alejandro Navas García, Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra