El ‘postureo’ es siempre una conducta postiza, artificial, mediante la que se pretende impactar a los demás…
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Me dice una experta que el ‘postureo’ consiste, sobre todo, en intentar mostrar que eres especial, distinto de los demás, aunque en realidad hagas lo que has visto hacer a un famoso o famosa
De Sofía B. y Carmen C. he aprendido hace poco la palabra postureo, procedente al parecer, de “posar” (del inglés, ‘poser’) que viene a ser adoptar una pose para impresionar a quienes te ven, te leen o te escuchan.
Se trata de una actitud del todo opuesta a la de mi generación que buscaba −quizá también era una pose− por encima de todo la autenticidad, aunque fuera a veces mugrienta y pestosa. La nueva tendencia −que atrae al parecer a mucha gente joven− consiste precisamente en aparentar lo que no se es. El postureo es siempre una conducta postiza, artificial, mediante la que se pretende impactar a los demás, suscitando su admiración o quizá más frecuentemente su envidia. Me dice una experta que el postureo consiste, sobre todo, en intentar mostrar que eres especial, distinto de los demás, aunque en realidad hagas lo que has visto hacer a un famoso o famosa. Y un estudiante me añade que es propio de gente mediocre que vive al son de la publicidad.
Me parece a mí algo de ambientes cerrados, semejante quizás al esnobismo británico de los colleges decimonónicos. Estas cosas siempre me han resultado cuando menos grotescas. Por asociación de imágenes, viene a mi memoria el estudiante con el que compartía habitación en mi primer verano en Galway, Irlanda. Aunque teníamos solo doce años, mi compañero estaba siempre hablando de la nobleza, los árboles genealógicos y el abolengo de las familias reales. Nunca había conocido a nadie que se interesara tanto por cuestiones que me parecían del todo estrambóticas. De hecho, acabó dedicado profesionalmente a la heráldica y al arte.
¿Qué es la autenticidad? La verdad sobre nosotros mismos. Entre el postureo artificioso y la brutal espontaneidad hay −me parece− un amplio espacio en el que los seres humanos podemos estar a gusto y comunicarnos amablemente. Lograr esa autenticidad requiere una permanente búsqueda para descubrir quiénes somos y qué queremos. La autenticidad es siempre fruto del empeño por corregir inteligentemente la propia espontaneidad. A base de rectificar conseguimos llegar a ser nosotros mismos: en esto consiste la educación. El postureo, en cambio, es radicalmente inauténtico porque lleva a que la propia identidad dependa de la mirada y el reconocimiento de los demás, del impacto o efecto que supuestamente causemos en ellos.
Me apena que entre jóvenes universitarios sea relativamente común ese comportamiento, que estén más preocupados por las apariencias que por lo que son. Confío en que al menos no se contagie a los profesores, sino más bien que estos logren enseñar con su vida a sus alumnos que lo que realmente importa en esta vida es el ser y no el aparentar.
Me escribía una colega que el postureo no es solo un asunto de los adolescentes que suben miles de fotos a las redes sociales “posando”, sino que también las instituciones −incluso las mismas universidades− se ven abocadas a tener que hacer vídeos de todo, en los que la gente salga sonriendo y diciendo lo feliz que es. “La postura como tal −concluía Raquel C.− no es irreal, pero tomar la parte por el todo, es lo que la hace inauténtica”. Comprendo sin duda las exigencias de la actual sociedad de la comunicación, pero viene a mi cabeza, como en contraste, aquel dicho atribuido a Ralph W. Emerson: “Si un hombre es capaz de escribir un libro mejor, predicar un sermón mejor o fabricar una ratonera mejor que su vecino, por mucho que habite en medio de los bosques, el mundo acabará abriendo un camino trillado hasta su puerta”.
Esas palabras no se encuentran en las obras publicadas de Emerson, sino que al parecer las anotó una de las asistentes a una de sus conferencias de San Francisco en 1871. A veces pienso que si pudiera escoger entre entonces y ahora, me quedaría con aquella época en la que lo que importaba era ser mejor y no posar. Pero después recapacito y me digo que si me empeño por mi parte en no posar y en intentar ser auténtico, y en decírselo a mis alumnos y lectores quizás entre todos podamos devolver a nuestra época el fascinante atractivo de vivir en la verdad.