Comentario del Prelado a los dos últimos artículos del Credo: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro"
Cita el Prelado al comienzo de su Carta, refiriéndose al término del Año de la fe, que el Papa Francisco clausurará el próximo día 24, solemnidad de Cristo Rey, unas palabras de San Josemaría en la homilía Es Cristo que pasa: «al recitar el Credo, profesamos creer en Dios Padre todopoderoso, en su Hijo Jesucristo que murió y fue resucitado, en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Confesamos que la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, es el cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu Santo. Nos alegramos ante la remisión de los pecados, y ante la esperanza de la resurrección futura. Pero, esas verdades ¿penetran hasta lo hondo del corazón o se quedan quizá en los labios?», y afirma que la reciente solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos constituyen una invitación a tener presente nuestro destino eterno.
En pocas palabras, continúa, el Credo resume los novísimos o postrimerías, las cosas últimas −a nivel individual y a nivel colectivo− que acaecerán a cada persona y al universo entero, verdades que sólo a la luz de la revelación divina (…) adquieren contornos nítidos, aunque continúen envueltas en un velo de misterio, ya que gracias a las enseñanzas de Nuestro Señor, las realidades últimas pierden el sentido tétrico y fatalista que muchos hombres y mujeres han tenido y tienen a lo largo de la historia. Además, la Iglesia es Madre, afirma el Prelado, ya que nos regeneró en las aguas del Bautismo comunicándonos la vida de Cristo y, al mismo tiempo, la promesa de la inmortalidad futura; luego, mediante los demás sacramentos −especialmente la Confesión y la Eucaristía− se ocupó de que ese "estar" y "caminar" en Cristo se desarrollara en nuestras almas; después, cuando llega la enfermedad grave y, sobre todo, en el trance de la muerte, se inclina de nuevo sobre sus hijas e hijos y nos fortalece mediante la Unción de los enfermos y la Comunión a manera de viático: nos provee de todo lo necesario para afrontar llenos de esperanza y de paz gozosa ese último viaje que terminará, con la gracia de Dios, en los brazos de nuestro Padre celestial.
Por eso, se explica así −continúa− que san Josemaría, como tantos santos antes y después de él, hablando de la muerte cristiana, haya escrito unas palabras claras y optimistas: «no tengas miedo a la muerte. −Acéptala, desde ahora, generosamente..., cuando Dios quiera..., como Dios quiera..., donde Dios quiera. −No lo dudes: vendrá en el tiempo, en el lugar y del modo que más convenga..., enviada por tu Padre-Dios. −¡Bienvenida sea nuestra hermana la muerte!» y propone que a lo largo de este mes dedicado a los fieles difuntos, releáis y meditéis los párrafos que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a los novísimos. Sacaréis motivos de esperanza y de optimismo sobrenatural, y un impulso nuevo en la pelea espiritual de cada jornada.
Se refiere más adelante al juicio particular, concluido el tiempo de realizar buenas obras y de merecer ante Dios, cuya materia principal versará sobre el amor a Dios y al prójimo, manifestado en el cumplimiento fiel de los mandamientos y de los deberes de estado, al que, si estamos firmemente anclados en nuestra fe; si acudimos al Señor, contritos, en el sacramento de la Penitencia, después de haberle ofendido o para purificar nuestras imperfecciones; si recibimos con frecuencia el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, no habrá lugar para temer ese momento, y anima a considerar lo que San Josemaría escribió en Camino hace muchos años: «“Me hizo gracia que hable usted de la ‘cuenta’ que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez −en el sentido austero de la palabra− sino simplemente Jesús". −Esta frase, escrita por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo».
Y continúa el Prelado: Además −y es para llenarse de mayor gozo−, tampoco después de la muerte la Iglesia abandona a sus hijos: en cada Misa intercede, como buena Madre, por las almas de los fieles difuntos, para que sean admitidas en la gloria. Especialmente en noviembre, su solicitud le impulsa a intensificar los sufragios. En la Obra −partecica de la Iglesia− hacemos amplio eco a ese deseo, cumpliendo con cariño y agradecimiento las recomendaciones de san Josemaría para estas semanas, ofreciendo con generosidad el Santo Sacrificio y la Sagrada Comunión por los fieles del Opus Dei, por nuestros parientes y cooperadores difuntos, y por todas las almas del Purgatorio. ¿Veis cómo la consideración de los novísimos no tiene nada de triste, sino que es fuente de gozo sobrenatural? Con plena confianza aguardamos la llamada definitiva de Dios y la consumación del mundo en el último día, cuando Cristo vendrá acompañado de todos los ángeles a tomar posesión de su reino. Entonces tendrá lugar la resurrección de todos los hombres y de todas las mujeres que han poblado la tierra, desde el primero hasta el último.
Después de hacer algunas consideraciones referentes a que nada cambiará respecto a lo que ya fue decidido en el juicio particular, y a que, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, «revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte», propone que consideremos a fondo estas verdades últimas. Aumentará así nuestra esperanza, nos llenaremos de optimismo ante las dificultades, nos levantaremos una y otra vez de nuestras pequeñas o no tan pequeñas caídas −Dios no nos niega su gracia−, ante el pensamiento de la bienaventuranza eterna que Jesucristo nos ha prometido, si le somos fieles.
Ya casi al final de su Carta recuerda el Prelado la reciente audiencia en la que fue recibido por el Papa Francisco: ¡Qué bien se está con el Papa! Manifestó su afecto y su agradecimiento a la Prelatura por la labor apostólica que realiza en todo el mundo. Un motivo más, hijas e hijos míos, para que no aflojemos en la oración por su persona, sus intenciones, sus colaboradores. Hace pocos días leíamos en una de las lecturas de la Misa cómo Aarón y Jur sostuvieron los brazos de Moisés desde la mañana hasta la noche, para que el guía de Israel pudiera interceder sin cansancio por su pueblo. Es tarea nuestra y de todos los cristianos sostener al Romano Pontífice, con nuestra oración y con nuestras mortificaciones, en el cumplimiento de la misión que Jesucristo le ha encomendado en la Iglesia.
Y antes de concluir pide oraciones por sus intenciones, y en estos días especialmente por los hermanos vuestros que el día 9 recibirán el diaconado, y acciones de gracias por el nuevo aniversario de la erección pontificia de la Prelatura del Opus Dei, el próximo día 28.