Los que mercadean con las vidas suelen repetir mucho que las religiones negocian con la muerte y sus angustias
Vagón-Bar
Recordar a alguien es una forma específicamente humana de querer, por eso se ha escrito tanta literatura sobre el amor y el olvido, tantas canciones
Quien ama recuerda y no puede imaginar un frío mayor que el del olvido, de ahí que estos días inundemos de flores y rezos los cementerios, aun sabiendo que quedan solo restos del padre o de la madre, de la esposa o del esposo, de la hija o del hermano, pero restos muy queridos porque durante un tiempo fueron ella o él, no algo que les perteneció o una buena imagen suya. De ahí que las familias no descansen hasta recuperar los restos de su gente, por mucho tiempo que haya pasado. De ahí que quizá resulte desconsiderado pedir que aventen las propias cenizas. No sé.
Los arqueólogos saben que se encuentran ante una cultura humana cuando dan con restos funerarios, indicio de que alguien ama, llora, agradece y tiene miedo a olvidar. Pero señal asimismo de un sentido originario de viaje, de mudanza, de trascendencia. Se ha escrito también mucho sobre la muerte: sobre ese saber que vamos a morir pero no cuándo, que determina un modo de vivir. Escuché quejarse enfadada a mi madre delante de un telediario en el que comparecían por enésima varios casos de corrupción: «Esta xente pensa que non vai morrer».
Los que mercadean con las vidas suelen repetir mucho que las religiones negocian con la muerte y sus angustias. Prefieren que olvidemos ese dato seguro, que vivamos como si no fuéramos a morir, como los perros, como cualquier otro animal que vive para comer y come para vivir, como un esclavo.