A pesar de tanto mensaje alarmista el planeta tiene recursos más que suficientes para alimentar a la población mundial
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Desde la solidaridad, se impone encontrar soluciones globales que eviten derroches y contribuyan a resolver situaciones incompatibles con la dignidad de la persona
A pesar de tanto mensaje alarmista, se sabe desde hace décadas que el planeta tiene recursos más que suficientes para alimentar a la población mundial. El problema no es la producción, sino la distribución. El gran reto de la cooperación internacional es financiar el transporte de los excedentes a las regiones más necesitadas.
La novedad de los últimos tiempos es el crecimiento de la pobreza en capas amplias de los países más avanzados. De ahí que, junto con las clásicas obras de asistencia social o de beneficencia pública, hayan surgido nuevas iniciativas, como los bancos de alimentos, cada vez más pujantes −y necesarios− en España, galardonados justamente el año pasado con el premio Príncipe de Asturias a la solidaridad.
En ese contexto, me ha parecido interesante un reportaje de Le Monde, en su edición del 16/10/2013: explica el funcionamiento de una iniciativa que comenzó en junio en Tours, para evitar el despilfarro de alimentos sobrantes. Una furgoneta recorre las calles de la ciudad, y recoge productos invencidos en pequeños supermercados, normalmente porque presentan alguna tara que impide la comercialización: un paquete de café entreabierto, una lata de conservas abollada, tomates o pepinos deformados, o galletas a punto de llegar a la fecha de caducidad.
Nunca se sabe qué productos se recibirán ni su cantidad. El Banco de alimentos de Touraine recupera esos "consumibles difícilmente comercializables”, y gestiona su posterior distribución a las asociaciones caritativas y solidarias de la zona. Al principio se pensó en acudir también a familias individuales, pero se vio enseguida que era complicado en términos logísticos, y demasiado arriesgado desde el punto de vista sanitario. Las tiendas de los barrios, aparte del motivo altruista, pueden conseguir algunos beneficios fiscales, así como la reducción de la tasa de recogida de basuras.
Se trata de una operación piloto, apoyada por el departamento de Agricultura, que se hace cargo el primer año del alquiler del vehículo y del salario de los dos conductores. El objetivo inicial era recoger 40 toneladas de alimentos al año, equivalente a unas 80.000 comidas. En los cuatro meses de experiencia, la camioneta −tuneada con logos y eslóganes contra el despilfarro− ha recibido ya 24,5 toneladas, mucho más allá de lo esperado. La disponibilidad de productos frescos permite superar los límites de la clásica ayuda centrada en pasta, harina y azúcar.
Mucho más complicado resulta lógicamente resolver el problema del hambre en el mundo. En los objetivos del milenio (conferencia de Doha) se fijó reducirlo a la mitad de 1990 en 2015. En parte se ha conseguido, pero falta aún mucho, como se recordaba en días pasados, con motivo de aniversarios y celebraciones.
Dentro del calendario de eventos civiles al que me referido en otras ocasiones, el 16 de octubre es el Día Mundial de la Alimentación. Se eligió la fecha en 1979, en el aniversario de la creación de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), con idea de aumentar la conciencia pública sobre la alimentación mundial y reforzar la solidaridad en la lucha contra el hambre, la malnutrición y la pobreza. Un día después, el 17, se celebra el Día Internacional de la erradicación de la pobreza: lo creó en 1987 el fundador de ATD-Quart Monde, P. Joseph Wresinski, y fue luego asumido por la ONU en 1992.
La realidad es que aún pasan hambre en el mundo 842 millones de personas, aunque, desde 1990, el índice ha disminuido en un 34%. Como se sabe, las situaciones más alarmantes se encuentran en el África subsahariana y en los países del Sur de Asia. Ciertamente, como escribía el papa Francisco al director general de la FAO, «el hambre y la desnutrición nunca pueden ser consideradas un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema. Algo tiene que cambiar en nosotros mismos, en nuestra mentalidad, en nuestras sociedades».
Desde la solidaridad, se impone encontrar soluciones globales que eviten derroches y contribuyan a resolver situaciones incompatibles con la dignidad de la persona. Las políticas estatales y las iniciativas ciudadanas pueden hacer aún mucho más. Lástima que no sea fácil reproducir a escala planetaria iniciativas como la de Tours.