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El Rosario es una oración más mental que vocal; y por ello, más que hablar, es escuchar, y sabed que ‘escuchar’ viene de ‘auscultare’, y que me peguen los médicos si lo que se ausculta no es el corazón
Siempre he amado el Rosario a corazón batiente. Bajo la acción, que pido, del Espíritu Santo, hágase hoy y aquí la mezcla y cocimiento de todo lo vivido, de todo lo leído, de todo lo atesorado en tantos años que han erosionado tantas cuentas. La acción del Espíritu Santo, en realidad, ya la tengo, en la forma de las reflexiones y la sabiduría de un franciscano conventual que vive en Argentina y que desde hace tiempo es un amigo del alma de mi alma. Vamos a hablar del Rosario; pero, o tigres me coman vivo, o he de hacerlo de tal modo, que cada uno de los lectores encuentre una manera de mejorar su rezo.
Mi fraile −yo he guardado casi todo lo que me escribe− declara: «Mire, Padre, el Rosario es un camino, pero en mi caso, es “el camino”». Para él, el Rosario no es una devoción, sino que puede ser todo un camino «y hacerse el centro de la vida». Y me cuenta cómo el P. Pío rezaba quince Rosarios diarios (mi máximo son ocho.) Y añade: «Cuando yo hablo de oración, tradúzcase “rosario” (…). No tengo otra fuente que no sea el Santo Rosario», y del Rosario saca sus homilías, charlas y retiros, a pesar de que hace una lectio de la Sagrada Escritura de no sé cuántas horas. Es un camino legítimamente central para aquellos a quienes el Espíritu quiera llevar por ahí. Toda la espiritualidad puede beberse de María, por lo mismo que no hay virtud que no esté entera en su Corazón. No haya remilgos críticos, que el Rosario es una oración eminentemente centrada en Jesús, y si queréis una prueba y un símbolo de ello, Juan Pablo II recordaba que «el centro del Avemaría (…) es el nombre de Jesús»[1]. Y María, como siempre, «no es el centro, pero está en el centro». Eso, para los que ya encendían aquella hoguera de allá.
El Rosario bueno y el Rosario de pacotilla
Ay el Rosarín que no se cree nadie. Ay el pseudo-Rosario de los papagayos… Hay que explicar qué es y qué no es el Rosario.
El Rosario no es de ninguna manera una oración exclusivamente vocal. Quienes rezan el Rosario por el sencillo procedimiento de rezar padrenuestros y avemarías, y a cada diez enunciar −sin contemplar− un misterio, no rezan el Rosario: lo fingen. Rezar cuatro partes del Rosario sin contemplar los misterios es rezar una parte muy pequeña del Rosario. Se puede hablar a María sin hablar a María, lo mismo que hay tantos que comulgan sin comulgar (se dejaron el alma en casa). ¿Alguien puede creer que la Señora nuestra haya insistido tanto en el Rosario para que hagamos lo mismo que los papagayos? Pablo VI habló de la contemplación: «Sin esta el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad” (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza»[2]. Un cuerpo sin alma es un cadáver. ¡Cuántos rezan cadáveres!
Yo entiendo el Rosario de esta forma: Jesús y María, que desean nuestra contemplación, se nos hacen los encontradizos en la recitación. El Rosario verdadero no es el Rosario de recitación, sino el de contemplación. Es muy santa la oración vocal y la recitación: pero el Rosario no es eso. El Rosario es una oración más mental que vocal; y por ello, más que hablar, es escuchar, y sabed que escuchar viene de auscultare, y que me peguen los médicos si lo que se ausculta no es el corazón. Nosotros, el Corazón de Jesús y el Corazón de María. O yo soy muy lerdo, o quien empieza a saber estas cosas se precipita a rezar el Rosario, y si ya lo reza, a rezarlo de nueva manera. El Rosario es una escuela de contemplación. «La Biblia de los pobres», de los mayores que no pueden leer, de los que nunca aprendieron. «Examinad las Escrituras, ya que vosotros pensáis tener en ellas la vida eterna» (Jn 5,39). En el Catecismo mismísimo lo tenemos: «La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de Cristo”, como en la ‘lectio’ divina o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor»[3]. ¿Os dais cuenta de la naturalidad con que apareja el Rosario con la meditación bíblica? Porque algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Y aquí está la respuesta a quienes desprecian el Rosario por repetitivo. El Rosario de contemplación recrece el amor a cada avemaría. Los enamorados repiten continuamente una sola frase: «Te quiero»; y no es repetir. Estas son unas memorables palabras de Lacordaire: «El racionalista sonríe al ver pasar las filas de pueblo que repite las mismas palabras; el que está iluminado por mejor luz comprende que el amor no tiene más que una palabra y que, aun repitiéndola siempre, jamás la repite bastante»[4].
Otra cosa es mover la epiglotis. Y a fe mía que hay quienes la mueven con presteza. Mi frailuco me escribe: «Rosarios (o sartas de cuentas) tienen casi todas las religiones para rezar −los ortodoxos (para rezar la Oración de Jesús), los hindúes, los budistas, los islámicos, etc.−. Yo he estado en contacto con todas esas personas y he visto cómo ponen mucho fervor cuando rezan sus rosarios. En cambio, cuando se reza el Santísimo Rosario de la Virgen María en una gran cantidad de parroquias católicas, ¡mamma mia!, yo no sé cómo pueden pronunciar tantas palabras por segundo…». Y me cuenta: «No hace mucho leí un artículo de una señora que contaba sus experiencias y decía que ella rezaba tres rosarios al día −uno por ella, uno por su esposo y otro por sus hijos−. El primero, el de la mañana, era un rosario “rápido” −decía ella−, un rosario que no le llevaba más de diez minutos. El otro −al mediodía− era más “reflexivo” −porque le llevaba quince minutos−. Y el de la noche, lo rezaba junto con su familia mirando la televisión. Yo me quedé sencillamente espantado cuando leí esa sarta de horrores».
También está aquí la respuesta a quienes no rezan el Rosario porque se distraen. Perder de vista las palabras del avemaría por elevarse a contemplar la vida de Jesús y María es, precisamente, el ideal de un Rosario. Si la mente va a cosas más terrestres, la Virgen lo contempla sonriendo; y Juan XXIII, desde el cielo, lo contempla repitiendo lo que dijo: «El peor Rosario es el que no se reza».
¿Y si somos pecadores? Jamás os apartéis de la medicina por causa de la enfermedad. Los pecadores tenemos más razones para rezarlo, y Santa María no desea otra cosa. El Rosario no es un premio; es una medicina. Vuelve a decir mi fraile francisco, quien se siente terriblemente pecador: «En esta lucha encarnizada de mi alma con todo el infierno, a veces me siento desmayar… (…) El enemigo (…) no me acusa de nada que yo no tenga plena conciencia de haber cometido. Yo cometí esos pecados y son gravísimos. Es por eso por lo que desespero y me siento tan atormentado (…)».
«En fin, hay unas palabras de San Luis María Grignion de Montfort para los pecadores y dicen así: “Si sois fieles en rezar el Santo Rosario devotamente hasta la muerte, a pesar de la enormidad de vuestros pecados, creedme: ‘Percipietis coronam immarcescibilem’ (1 Pe 5,4), recibiréis una corona de gloria que no se marchitará jamás. Aun cuando os hallaseis en el borde del abismo, o tuvieseis ya un pie en el infierno; aunque hubieseis vendido vuestra alma al diablo, aun cuando fueseis unos herejes endurecidos y obstinados como demonios, tarde o temprano os convertiréis y os salvaréis, con tal que (lo repito y notad las palabras y los términos de mi consejo) recéis devotamente todos los días el Santo Rosario hasta la muerte, para conocer la verdad y obtener la contrición y el perdón de vuestros pecados”»[5].
Me escribe también este pecador santísimo: «A veces tengo miedo de la cuenta que tendré que dar y así mismo se lo digo al Señor “con llantos y sollozos” todos los días… Me arrepiento de todo corazón de haberle ofendido tanto (…). Es por eso por lo que me gusta tanto el Santo Rosario, porque cuando medito en los misterios, me deleito en la belleza de cada uno de ellos y me olvido de mi fealdad espiritual». «Y a veces, me detengo para decir algún avemaría mirando la imagen de la Virgen para saborear bien esa oración que me encanta. En ocasiones, he sentido en la boca sabor a miel cuando digo esa oración».
¿Y cómo contemplaré los misterios?
Con el Rosario contemplado, iremos de descubrimiento en descubrimiento, profundizando en la vida de Jesús y María y en todo lo que conforma nuestra religión y nuestra vida. Será un avance que haremos de asombro en asombro, y, en ocasiones −la experiencia os habla− os parecerá estar en el centro mismo de la felicidad. Otras veces, siguiendo la regla común de la oración, sufriremos aridez y no veremos nada…, pero nuestra fidelidad seguirá con el rezo hasta que el Señor Bueno decida devolvernos un cielo claro.
Para la contemplación, yo creo que el principio más importante es el de la originalidad, la variación, no atarse a nada, la imaginación. Vaya por delante que los Papas piden que, tras enunciar el misterio, se diga algún versículo bíblico relacionado, y ya es vergüenza nuestra que eso no se haga en casi ningún lugar[6]. Pero además, lo más frecuente es dejar un silencio (suficiente) para contemplar entre el versículo y el recitado; puede hacerse una contemplación brevísima, y dedicar en otro momento unos minutos a la contemplación intensa; pueden leerse, en el rezo o aparte, los textos bíblicos; pueden leerse también tantísimos libritos o folletos que hay sobre los misterios; puede buscarse una canción, o componerla; pueden recitarse poemas sobre el misterio; puede doblarse el tiempo de Rosario y −dado que es oración mental− dar por hecha la oración habitual ante el Sagrario; puede escogerse un tema, y en torno a él hacer girar la meditación de cada misterio: por el tiempo litúrgico, por un pasaje bíblico que nos ha impactado, por una circunstancia que atravesamos, etc. (método especialmente recomendable); es muy bueno ser niños y, por ejemplo, empezar el Rosario anunciando a la Virgen que vamos a celebrar que ella es dulcísima, y por lo tanto contaremos las avemarías con caramelos (¿ridículo? Para el que no lo ha probado); podemos pedirle que por cada avemaría solucione el hambre de alguien ese día, o saque un alma del purgatorio, o convierta un pecador. Estoy hablando de infancia y de imaginación.
Múltiples métodos, pues. Pero la tradición monástica (desde Domingo el Cartujo hasta Alano de Rupe) ha desarrollado un método para cuando estemos avanzados. Se trata de las cláusulas, y es el método que mejor manifiesta el carácter de oración mental del Rosario y mejor despliega su capacidad de unirnos, por María, con Dios. La cláusula es una frase que uno añade, normalmente inventándola en el momento, al avemaría, sea antes de comenzar esta oración, sea después del nombre de Jesús, como: «Dios te salve, María,… Jesús, que al hacerse hombre se hizo uno como nosotros», «…Jesús, que se ha hecho hombre-Dios para reparar el pecado del hombre contra Dios», «…Jesús, que se ha hecho hombre-Dios para que yo trate a los hombres mejor que lo he hecho esta mañana con mi compañero», «…Jesús, encarnado para entender los problemas de los hombres, y así comprender la necesidad económica de mi amigo Antonio», «A la que es reina del Mundo porque es madre de Dios, Dios te salve, María,…».
Quien lo probó lo sabe. Dice mi buen amigo: «Yo me siento muy bendecido con las cláusulas y las utilizo para concentrarme. Por eso (…), he tenido un tiempo de oración mental muy pleno». Y me aclara: «Las cláusulas deben ser distintas y puntuales. No puede haber divagaciones. De ser posible, deben centrarse en alguna situación del momento. Por ejemplo, en la visita de María a su prima Isabel, hoy, yo hice hincapié en situaciones específicas en las que tuve que subir una montaña y no la subí, y en situaciones actuales en que me veo precisado a subir alguna montaña y no me encuentro muy dispuesto…». Cláusulas distintas y puntuales para mí significa lo de antes: imaginación, que es vida, contra el sopor mortecino de los Rosarios inexplicables de quienes sólo recitan, de los que comen la cáscara y tiran el fruto, de los ciegos que manejan millones y los tratan como calderilla barata; de aquellos de los que diría el Maestro: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mc 7,6).
Nosotros preferimos −¿o no?− dar culto a Dios «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23), y por eso queremos hacer lo que hacía María, que «guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón» (Lc 2,19); queremos poner nuestro corazón a latir al unísono con el de María. Buscar la óptica de María; nos morimos por entrar en su mirada. Queremos, en palabras de Juan Pablo II, «contemplar con María el rostro de Cristo»[7], y yo prefiero decir −combinando estas palabras con las anteriores de Pablo VI[8]− «contemplar el rostro de Cristo con el Corazón de María». San Antonio-María Claret insistía en que la imagen del Inmaculado Corazón debía ser la Virgen del Rosario con el Corazón en el pecho. Y, en fin, cuántas cosas están dichas en estas palabras con las que podemos concluir:
«Si el Evangelio nos dice que ella todo lo guardaba y meditaba en su corazón, significa que ella componía su oración con estos acontecimientos. Es como si ella rezara su rosario, un rosario sin cuentas, volviendo siempre a lo importante en la vida de su Hijo y en su propia vida. María no podía olvidar el primer acontecimiento de gran importancia en su vida, que fue la anunciación, ni tampoco los demás acontecimientos gozosos, ni aquellos que se relacionaran con la pasión y la resurrección de su Hijo. Y esa fue su oración.
Si rezas el rosario, oras como María, eres como una imagen de la madre de Dios. La imitas en guardar y meditar los misterios del Hijo y de la Madre (cfr. Lc 2,19.51). Ella es la memoria de la Iglesia, nuestra memoria sobre aquellos acontecimientos que deben ser para nosotros algo vivo. Al meditarlos entras en contacto con esos misterios, y así se convierten en canales de gracia para ti. Enamorarse del rosario significa enamorarse del Evangelio, enamorarse también de María y de todas las cosas que ella guardaba y meditaba en su corazón (cfr. Lc 2,19), aquellas que fueron el contenido de su vida»[9].
Miguel Ruiz Tintoré
[email protected]
Publicado en octubre (mes del Rosario) de 2013 por la Asociación ARVO (Casablanca Comunicación, Salamanca). Enviaré gratuitamente ejemplares a quienes me los pidan, merced a la generosidad de ARVO.
[2] Exhortación apostólica Marialis cultus (1974), n. 47.
[3] N. 2708.
[4] Vida de Santo Domingo, cap. 6.
[5] El secreto admirable del Santísimo Rosario, n. 4.
[6] Cfr. Juan Pablo II, carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002), n. 30; Benedicto XVI, exhortación apostólica Verbum Domini, 88. También Juan Pablo II (Rosarium Virginis Mariae, 35) pidió que, al acabar el misterio, pidiésemos los frutos de su contemplación, y nadie lo hace.
[7] Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, 3.
[8] Cfr., más arriba, p. 1.
[9] Tadeusz Dajczer, Meditaciones sobre la fe, Madrid: San Pablo, 1994, pp. 241-242.
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