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Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei y Gran Canciller de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, ha inaugurado en Roma el curso académico 2013/2014 de este centro universitario
El discurso de Mons. Javier Echevarría −que reproducimos íntegro a continuación− se ha centrado en la virtud de la humildad en el pensamiento teológico. Además, el Prelado ha recordado algunos eventos del Año de la Fe y ha agradecido a la Providencia el don del Papa Francisco y del Papa emérito Benedicto XVI. También ha mencionado la próxima canonización del beato Juan Pablo II y la beatificación del venerable Álvaro del Portillo, que se encuentran en el origen de la Universidad.
Por su parte, el Rector, Mons. Luis Romera, ha recordado algunas de las enseñanzas que tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco han transmitido al mundo universitario: en el primer caso, una especial atención por la palabra escrita, el diálogo con la modernidad, el reconocimiento del primado de Dios y la importancia de la formación integral; en el segundo, el discernimiento, la cultura de la proximidad y la formación en la solidaridad.
En el acto académico de inauguración, el profesor Rev. Eduardo Baura ha impartido la lección magistral titulada “El consejo del jurista”.
La Universidad Pontificia de la Santa Cruz nació en 1984 por impulso del venerable Álvaro del Portillo. Actualmente cuenta con 4 facultades: Teología, Filosofía, Derecho Canónico y Comunicación Institucional. Para el curso 2013/2014 contará con 1.070 alumnos (45% europeos, 32% americanos, 11% africanos, 11% asiáticos y 1% de Oceanía) y 162 profesores. En sus aulas estudian tanto sacerdotes (33%), como seminaristas (32%), religiosos (12%) y laicos (23%).
Discurso del Gran Canciller en la inauguración del Año Académico 2013/2014 de
la Universidad Pontificia de la Santa Cruz
Eminencias reverendísimas, excelencias, profesores, colaboradores, estudiantes, señoras y señores:
Mientras nos acercamos a la clausura del Año de la Fe, el próximo 24 de noviembre, inicia este año académico 2013-2014, rico −como cada nuevo curso− de proyectos, esperanzas y, seguramente, de fatigas.
Antes de mirar hacia el futuro, querría recordar con estas palabras de agradecimiento el camino recorrido en el último año, marcado por tantos momentos importantes, e ilusionaros así a todos −profesores, estudiantes y personal administrativo− con el trabajo de los próximos meses.
En este sentido, antes que nada, deseo referirme a la encíclica de Papa Francisco Lumen Fidei, no únicamente como un evento importante de este Año de la Fe, sino sobre todo porque sus páginas contienen valiosas orientaciones para quienes, como vosotros, se ocupan del estudio de la teología y de otras sagradas disciplinas, o trabajan en la Facultad de Comunicación para contribuir a un mejor conocimiento de la Iglesia.
Es evidente que el estudio de la teología no puede realizarse al margen de la fe; y que la fe lleva consigo el deseo de conocer mejor la verdad revelada y creída. El Papa señala una primera consecuencia: «La teología no consiste sólo en un esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en las ciencias experimentales. Dios no se puede reducir a un objeto. Él es Sujeto que se deja conocer y se manifiesta en la relación de persona a persona. La fe recta orienta la razón a abrirse a la luz que viene de Dios, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más profundamente» (Lumen Fidei n. 36).
Cuando habláis de Dios y de lo que a Él se refiere, el objeto de vuestro estudio es en sentido propio un Sujeto, Dios mismo, que quiere ser conocido como Persona y que se dirige a cada uno de nosotros para dialogar o, todavía mejor, que quiere involucrarnos a cada uno en ese diálogo, en esa comunión que Él mismo representa. La teología, y en general los estudios eclesiásticos, no pueden separarse de la propia vida de oración, de nuestra relación personal con Dios, como si constituyeran un espacio aislado, sino que deben estar metidos en nuestra vida personal de fe, de la cual reciben impulso y apoyo. «La humildad que se deja “tocar” por Dios −continúa el Santo Padre− forma parte de la teología, reconoce sus límites ante el misterio y se lanza a explorar, con la disciplina propia de la razón, las insondables riquezas de este misterio» (Lumen Fidei n. 36).
La petición a Dios y a sus santos de la virtud de la humildad debería estar siempre presente tanto en el trabajo de todos los cristianos, como en la actividad de cada profesor, investigador y estudiante de Teología. La humildad de la inteligencia tendría que ser para cada uno de nosotros, con palabras de san Josemaría, «un axioma» (Forja, n. 142). Humildad para no olvidar nunca que siempre estaremos ante un Dios que, aun haciéndose visible en Cristo, será siempre un grande e insondable misterio, que nos pide acoger el don de la fe con la humildad de nuestra razón.
Humildad necesaria también, como recuerda la Encíclica, para no olvidar que la teología comparte la forma eclesial de la fe y, por lo tanto, debe saberse al servicio de la fe de los cristianos, y debe encargarse «humildemente de custodiar y profundizar la fe de todos, especialmente la de los sencillos» (Lumen Fidei n. 36). Por otro lado, esta ciencia debe ser siempre cultivada con filial adhesión al magisterio del Papa y de los obispos en comunión con él, lo que garantiza el contacto con la fuente original y «la certeza de beber en la Palabra de Dios en su integridad» (Lumen Fidei n. 36). Añado una reflexión de san Josemaría recogida en Surco: «“La fe” es la humildad de la razón, que renuncia a su propio criterio y se postra ante los juicios y la autoridad de la Iglesia» (n. 259).
Querría insistir en otro aspecto de vuestro trabajo en el que se manifiesta la importancia de la virtud de la humildad. Muchos de vosotros, nuevos estudiantes, llegáis tras varios años de experiencia laboral en el ejercicio de diversas profesiones o en el ministerio sacerdotal en diversos encargos pastorales en vuestras diócesis. Efectivamente, el empeño en el estudio −un estudio constante, escondido y silencioso− y la ausencia de contacto directo con un amplio número de personas, os exigirá que recordéis frecuentemente que, con paciencia y humildad, todo vuestro esfuerzo se pondrá, en un futuro no muy lejano, al servicio pastoral de las almas y de la Iglesia; esto os exigirá una fe capaz de transformar vuestro estudio diario en oración, en actos de amor a Dios, a su Iglesia y a las almas. Me vienen a la memoria las palabras pronunciadas en la última Misa celebrada por el Papa Francisco en Copacabana, durante la reciente Jornada Mundial de la Juventud. Seguramente recordáis esas tres palabras de su homilía que despertaron de nuevo en todos nosotros el celo apostólico, el deseo de comprometernos más en la nueva evangelización: «¿Qué nos dice el Señor? Tres palabras: andad, sin miedo, para servir». Palabras dirigidas a cada uno de nosotros, en las circunstancias en que nos encontramos. También vosotros, desde vuestro lugar de estudio, la biblioteca, las aulas o vuestra oficina, estáis invitados a poneros en marcha sin miedo para servir. Si sabéis, con vuestro estudio y vuestro trabajo, entrar en diálogo vivo y personal con Dios, también cuando debáis sumergiros en los libros, iréis a todas partes con Él, sin miedo a poner vuestros talentos, vuestro tiempo y vuestra vida al servicio de las almas; realizaréis así, como decía san Josemaría, un «apostolado directísimo».
Me he referido antes a uno de los últimos acontecimientos, en orden cronológico, de este Año de la Fe: la Jornada Mundial de la Juventud que ha sido otra ocasión de «redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe» (Porta Fidei, 7). Pero junto a esta y a otras iniciativas programadas para el Año de la Fe, querría referirme a otros acontecimientos recientes, no programados, que seguramente nos han afectado más profundamente. Pienso en primer lugar en el inesperado y conmovedor anuncio de Benedicto XVI de la renuncia al pontificado. Tras un primer momento de estupor y −¿por qué no?− de aturdimiento, con la ayuda de la fe hemos comprendido la gran valentía y la generosidad de tal gesto. Me parece que interpreto correctamente el deseo de todos si aprovecho esta ocasión para renovar al Papa emérito nuestro agradecimiento por su pontificado y, de modo especial, por su rico Magisterio, que nos ha recordado, entre otras cosas, que la Iglesia es verdaderamente «un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo, que vive realmente por la fuerza de Dios. Ella está en el mundo, pero no es del mundo: es de Dios, de Cristo, del Espíritu» (Sala Clementina, jueves 28 de febrero 2013).
Una prueba más de la vivacidad y sobrenaturalidad de la Iglesia ha sido la posterior elección del Papa Francisco, el pasado 13 de marzo. La Iglesia es verdaderamente un cuerpo vivo animado por el Espíritu Santo, que conoce y ve lo que los hombres no vemos, y sabe sugerir en cada momento lo que es más conveniente para la Iglesia. Aunque ya haya tenido la ocasión de expresar al Santo Padre Francisco mi afecto personal y de asegurarle mis oraciones y las vuestras, ya que de algún modo yo representaba a los estudiantes, profesores y empleados de esta universidad, querría pediros que seáis aún más generosos en vuestra oración y en vuestro cariño, para que el Santo Padre, dócil a las mociones del Espíritu Santo, continúe custodiando y guiando la Iglesia que le ha sido confiada como pastor supremo, con la audacia, la generosidad y la fuerza que, en estos primeros meses de pontificado, han conquistado el corazón de todos los fieles.
Por último, querría hablar de otro hecho que, para mí y para esta Universidad, encierra un gran significado: la aprobación por parte de Su Santidad Francisco, de los decretos que abren el camino a la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, y a la beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo, mi predecesor como Prelado del Opus Dei y primer Gran Canciller de esta Universidad, tan deseada por san Josemaría. En los documentos que cuentan la historia de la Universidad de la Santa Cruz, desde su nacimiento como Centro Académico Romano hasta su constitución como Universidad Pontificia, estará siempre presente la firma de Su Santidad Juan Pablo II, que no sólo acogió la petición del Venerable Álvaro del Portillo, sino que impulsó y siguió de cerca el nacimiento de esta institución. La Providencia ha querido unir en la misma fecha la decisión del Santo Padre de canonizar y beatificar a estos dos siervos fieles de Dios y de la Iglesia, unidos en vida por una profunda cercanía espiritual. No es tampoco una casualidad que esta ceremonia se celebre en una Aula Magna dedicada a Juan Pablo II y, para quién no ha encontrado lugar aquí y sigue el acto a través del circuito de televisión interno, en el Aula Minor dedicada a Álvaro del Portillo. Más allá de la previsible alegría por poder asistir, con la gracia de Dios, a las respectivas ceremonias de canonización y beatificación el próximo año, la certeza de tener en el Cielo a estos dos seguros intercesores nos llena de gran paz y serenidad.
A su intercesión, y a la intercesión de san Josemaría Escrivá y de Nuestra Madre Santa María, encomiendo este nuevo año académico que ahora declaro inaugurado.
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