El Pontífice cautiva a los brasileños en la Jornada Mundial de la Juventud con los gestos humildes y la defensa de los débiles
ABC
El éxito o fracaso del primer viaje del Papa se medirá en los cambios de vida personal, de actitud y de políticas que logre generar. Pero el balance provisional es ya muy claro: el Papa está arrasando en Brasil, en América Latina y entre millones de jóvenes de todo el planeta que siguen la JMJ por televisión e Internet
Francisco se ha ganado a los brasileños con gestos sencillos pero valientes como dejar en Roma el coche blindado y subirse en el aeropuerto de Río de Janeiro a un monovolumen ‘Fiat Idea’, fabricado en Brasil, que cuesta 15.500 euros. Ese coche familiar le parece suficiente pues las grandes ventanillas, que enseguida bajó del todo, permiten verle bien.
Enseguida tuvo su primer “engarrafamento” (embotellamiento) carioca y su primer “baño de multitudes” camino de la ceremonia de bienvenida oficial, donde inició un discurso cautivador: «Sé que para llegar al pueblo brasileño es necesario entrar por la puerta de su inmenso corazón. Permítanme que llame delicadamente…».
En el modesto campo de futbol de San Cristóbal hay una gigantesca pintada: “Aquí nasceu o fenómeno”. Francisco ha sido percibido como el “Ronaldo” de la fe y del amor visible −de besos y abrazos− por los pobres, los enfermos, los niños y los ancianos.
Si en Roma, o en Lampedusa, derrocha humanidad, aquí derrocha energía, como si tuviese sólo la mitad de sus 76 años. Al programa, ya muy cargado, añade cada día otros actos: invita a su misa a 300 seminaristas, se reúne con 40.000 jóvenes argentinos…
Al caminar por el fango de la favela de Varginha, Francisco pone al mundo, sin necesidad de palabras, ante su responsabilidad con el prójimo. A los vecinos les dice en un portugués dulce que «habría querido llamar a cada puerta para tomar un cafezinho…» y todos rompen aplaudir.
El Papa les sigue la broma: «un cafezinho… não un boco de cachaça!», el aguardiente local, de caña de azúcar. Nuevo estallido de carcajadas y aplausos. La sintonía es rápida y plena, como sería, por la noche, con jóvenes de 180 países.
La “revolución cultural” empezó durante el vuelo a Río cuando el Papa dijo a los periodistas que era injusto y contraproducente marginar a los ancianos. Después denunció la «eutanasia cultural» de silenciarles e ignorarles. Insistirá hasta que el mundo le haga caso. Si es necesario, inventará la “Jornada Mundial de la Vejez” como complemento a la JMJ. Ayer, como el Jueves Santo en Roma, se reunió con ocho jóvenes reclusos para animarles a rehabilitarse.
Aunque su entusiasmo es religioso, y los brasileños le vieron al borde de las lágrimas ante la imagen de la Virgen de Aparecida, Francisco se lanza a las causas sociales, la defensa de los pobres, de los ancianos, de los niños, como un luchador por los derechos civiles. No es un programa de izquierdas ni de derechas. Es el Evangelio. Benedicto XVI lo presentaba con palabras. Francisco, con hechos.