Una mujer joven y enferma, prácticamente analfabeta, protagonizó una actividad eclesial de máxima altura <br /><br />
ReligionConfidencial.com
Ciertamente, esta santa está en el límite del amor a la Iglesia, pero también de la libertad que ésta tiene respecto de la vida intelectual o de la fuerza de los poderosos
Termina este intenso mes de octubre con el acto interreligioso por la paz en Asís, pero también con un congreso internacional dedicado a Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia y co-patrona de Italia y de Europa.
Se celebrará en Roma y Siena durante los días 27 a 29 de octubre. Tiene un título expresivo: "Virgo digna Coelo. Catalina y su herencia en el DL aniversario de la canonización de Santa Catalina de Siena". Está organizado por el Comité Pontificio de Ciencias Históricas en colaboración con la Orden dominicana, la archidiócesis de Siena y el centro internacional de Estudios Catalinianos.
La celebración del simposio fue objeto de una importante presentación en el Vaticano. Realmente, en los tiempos que corren, la figura excepcional de la santa de Siena tiene mucho que aportar a la paz, a la evangelización y a la reconstrucción espiritual de Europa. En ese acto Bernard Ardura, Presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas, afirmó que «la figura de Catalina supera ampliamente su existencia terrena y asume un fuerte valor simbólico que, en la vigilia del Año de la Fe, nos recuerda la fe indestructible de la que fue portadora y que la hizo madre espiritual de tantos cristianos».
Ciertamente, esta santa está en el límite del amor a la Iglesia, pero también de la libertad que ésta tiene respecto de la vida intelectual o de la fuerza de los poderosos. Una mujer joven y enferma, prácticamente analfabeta, protagonizó una actividad eclesial de máxima altura, que contribuyó decisivamente a la vuelta de los papas de Avignon a Roma.
Afirmar ese carácter extraordinario de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia en modo alguno implica disminuir la importancia de la razón, del estudio y de la investigación para fortalecer la fe. Al contrario, porque la humildad de santa Catalina jugó siempre a favor de los "letrados". Coincidirá con ella, muchos años después, otra santa mejor conocida en España, Teresa de Jesús, también doctora de la Iglesia. Porque, en sabiduría cristiana, al margen de burdos criterios cuantitativos, no hay distinción entre varón y mujer. El papa Pablo VI, al declararla Doctora el 4 de octubre de 1970, reconoció formalmente por su alta teología y su influjo en la renovación de esta ciencia.
Su aportación histórica tiene facetas importantes en lo que hoy se llamaría comunicación de la fe. Como recordó Fra Bernardino Prella, O.P., «Catalina utiliza expresiones e imágenes vivas y audaces para comunicar la Verdad —Jesucristo— dirigiéndose con suma libertad a todos, a los simples y a los grandes de la Tierra y de la Iglesia, sabiendo denunciar con firmeza los pecados de los laicos y, más aún, de los frailes, del clero y de los prelados, pero ofreciendo siempre a todos la esperanza de la infinita misericordia divina».
Benedicto XVI la recordó hace ahora casi un año en la audiencia general de los miércoles. Sigue siendo sorprendente cómo una persona que se dedicó desde la adolescencia a la oración, la penitencia y las obras de caridad, sobre todo con los enfermos, llegara a ser, en palabras del Papa, «protagonista de una intensas actividad de consejo espiritual con todo tipo de personas: nobles, políticos, artistas, gente del pueblo, consagrados y eclesiásticos, comprendido el Papa Gregorio XI, que en esa época residía en Avignon y al que exhortó enérgica y eficazmente a regresar a Roma». Sólo le movía el deseo de paz entre las naciones y la reforma interna de la Iglesia.
Santa Catalina de Siena recibió dones espirituales de alta mística. Pero en su vida y en sus escritos aparece su radical cristocentrismo, tan importante en el siglo XXI, como repite continuamente el Pontífice Romano. En la mencionada audiencia del 4 de noviembre de 2011 afirmaba: «Como la santa de Siena, cada creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como Cristo ama. Todos podemos dejar que nos transforme el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él que se nutre de la oración, la meditación sobre la Palabra de Dios y los sacramentos, sobre todo (...) la santa Comunión».
Sus palabras de afecto hacia los sacerdotes y hacia el propio Papa —"el dulce Cristo en la tierra", según la expresión que se hizo pronto famosa—, deriva de su radical convicción en que son portadores de la fuerza del Redentor. De ahí la exigencia de fidelidad, fruto siempre y solo de su amor profundo y constante por la Iglesia.
Entre tantos asuntos más o menos perentorios, quizá se consiga tiempo para releer algunas de sus obras, fácilmente disponibles en castellano: "El Diálogo de la Divina Providencia" —simplemente, "El diálogo"—, el "Epistolario" o la colección de "Oraciones".