El Prelado comenta el último artículo del Credo referente a Jesucristo ("ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos...") y el que se refiere al Espíritu Santo, animando a preparar el reino de Cristo en este tiempo de espera, con la ayuda del Santificador
Con ocasión del inicio de este mes de junio se refiere Mons. Javier Echevarría a la festividad de San Josemaría, el próximo día 26, afirmando que al meditar en su ejemplo de vida, al releer sus escritos, caemos en la cuenta, cada vez más, de las grandes maravillas que Dios realiza en las almas plenamente fieles a sus designios y se refiere a la identificación plena con Cristo, que en eso consiste la santidad, que se atribuye de modo especial al Espíritu Santo, urgiendo a darle las gracias por la acción con que constantemente santifica a las almasy recuerda cómo en los días pasados, celebrando la solemnidad de Pentecostés y luego la de la Santísima Trinidad, hemos alzado muchas veces nuestro corazón a ese Dios, cuya voluntad es −como escribe san Pablo− «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad».
Como en los meses precedentes continúa comentando el Prelado los artículos del Credo: –de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin−, afirmando que sólo Dios conoce cuándo tendrá lugar este acontecimiento, que marcará el fin de la historia y la renovación definitiva del mundo. Por eso, sin alarmismos ni temores, pero con sentido de responsabilidad, hemos de caminar bien preparados para ese encuentro definitivo con Jesús, que, por otra parte, se realiza para cada uno en el momento de la muerte, sugiriendo considerar que ese encuentro definitivo del Señor con cada uno va precedido por su actuación constante en cada momento de la vida ordinaria y recuerda cómo San Josemaría nos exhortaba también a estar prontos para dar cuenta a Dios de nuestra existencia en cualquier momento y se llenaba de gozo, como dejó escrito en Camino: «¿No brilla en tu alma el deseo de que tu Padre-Dios se ponga contento cuando te tenga que juzgar?».
Hace referencia al tiempo presente, la etapa de la historia que nos toca a cada uno recorrer, «es un tiempo de espera y de vigilia», como afirma el Catecismo, en el que hemos de trabajar con la ilusión y el entusiasmo de los hijos buenos para ir implantando en la tierra, con la ayuda de la gracia, el reino de Dios que Jesucristo llevará a su perfección en el último día y se refiere a la parábola de los talentos, que el Papa Francisco ha recordado en la Audiencia general del pasado 24 de abril: «La espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción (...), el tiempo de hacer rendir los dones de Dios no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los demás; el tiempo en el cual buscar siempre hacer que crezca el bien en el mundo. Y en particular hoy, en este período de crisis, es importante no cerrarse en uno mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado; sino abrirse, ser solidarios, estar atentos al otro».
Sugiere Mons. Echevarría no echar en olvido estas recomendaciones, afirmando que el pensamiento de estas realidades últimas no ha de suponer un motivo de temores que paralicen el alma, sino ocasión para ir rectificando nuestra senda terrena, acomodándonos a lo que Dios espera de cada uno de nosotros, contando con que nos sostiene y nos impulsa el Espíritu Santo, que Jesús envió al mundo tras su ascensión gloriosa al cielo. Lo hemos considerado con alegría en la reciente solemnidad de Pentecostés, y confesamos su existencia y su acción en la Iglesia cada vez que rezamos el Credo: «creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas».
¡Qué gozo y qué paz –continúa más adelante el Prelado− nos debe dar la fe de sabernos asistidos en todo momento por el divino Paráclito! No sólo acompañados desde fuera, como un amigo afectuoso, sino como un huésped que mora, con el Padre y con el Hijo, en la intimidad de nuestra alma en gracia, y manifiesta su deseo de que agradezcamos los cuidados que nos dispensa como un padre y una madre buenos, que eso y mucho más es para cada uno de nosotros. Y, continúa, para hacer realidad estas aspiraciones, os recomiendo que hagáis vuestras unas palabras que san Josemaría escribió en los primeros años de la Obra: «Ven, ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después..., mañana. Nunc cœpi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras...».
Ya al final de su Carta pastoral, pide oraciones con toda confianza por la Iglesia y por el Papa, por los obispos y sacerdotes, por todo el pueblo cristiano. De modo especial, roguémosle por esta pequeña parte de la Iglesia que es el Opus Dei, por sus fieles y cooperadores, por todas las personas que se acercan a nuestro apostolado movidas por el noble deseo de servir más y mejor a Dios y a los demás.
Para terminar hace mención a su reciente viaje a Sudáfrica, donde la labor de la Obra va tomando cuerpo. Sabéis que me gustaría estar en todos los sitios donde viven y trabajan mis hijas y mis hijos. Ahí me voy con la oración, con el sacrificio gustoso, con el ofrecimiento del trabajo. Uníos a mis intenciones y rezad por mí, especialmente con ocasión de mi cumpleaños, el próximo día 14, para que siempre y en todo me mueva el afán exclusivo de servir a Dios, a la Iglesia, a las almas y a todos vosotros con la totalidad y alegría con que procedió nuestro Padre, con la fidelidad del queridísimo don Álvaro y de cuantos nos han precedido a la casa del cielo.