Una edición crítica en italiano del ‘Diario del alma’ del Papa Roncalli proporciona datos luminosos sobre algo que en una edición corriente solo se intuye: la intensa espiritualidad con que se formaba a los sacerdotes hace cien años
El lunes se cumplen cincuenta años de la muerte del beato Juan XXIII. ‘El papa bueno’, lo llaman en Italia (“il papa buono”). Después de leer su Diario del alma (Ediciones San Pablo, 2008), pienso que sería más exacto llamarle ‘il prete buono’, ‘el cura bueno’.
El Diario del alma recoge las anotaciones espirituales que fue tomando Angelo Roncalli a lo largo de casi setenta años, desde su entrada en el seminario hasta su muerte, cuando ya no era Angelo Roncalli sino el papa Juan XXIII.
Roncalli nació en la provincia de Bergamo, en una familia cristiana, numerosa (trece hermanos) y pobre, que es como decir dos veces cristiana. Siendo ya seminarista, obtuvo una beca para estudiar en Roma, donde se ordenó. Pero sus padres, por falta de medios, no pudieron asistir a la ordenación.
En la santidad de Roncalli, aquella familia campesina puso la materia. La forma, aunque en su versión definitiva será el fruto de toda una vida de experiencias y de ejercicio de la voluntad (y, claramente, de gracia de Dios), queda plasmada decisivamente ya muy pronto, en los años del seminario.
Del Diario del alma hay en italiano una edición crítica preparada por Alberto Melloni, un historiador de la escuela de Alberigo, que proporciona datos luminosos sobre algo que en una edición corriente solo se intuye: la intensa espiritualidad con que se formaba a los sacerdotes hace cien años. ¡Qué pena que después hayamos bajado el listón! Ciertamente los tiempos han cambiado, el ambiente es distinto, hay exigencias que van en otra dirección, pero también es cierto que si en los pastores de la Iglesia no hay una fuerte espiritualidad, nosotros, los demás católicos, no vamos a pasar de mediocres corderitos bienintencionados.
Esa fuerte espiritualidad es común a Roncalli y a otras figuras sacerdotales de su tiempo, tanto en el planteamiento general como en muchas manifestaciones particulares. A mí, en concreto, me han impresionado los abundantes paralelismos entre el Diario del alma (y otros textos de Roncalli citados por Melloni) y los escritos de Josemaría Escrivá. Por ejemplo, ambos autores glosan con idéntico sentido expresiones bíblicas como “nunc coepi” (de un salmo, en versión preconciliar), “militia est vita hominis super terram”, del libro de Job, o “erat subditus illis”, del evangelio de Lucas; o paganas, como el “age quod agis” de Plauto. Ambos, al referirse a la pureza, suelen anteponerle el adjetivo “santa”, y ambos evitan hablar del vicio contrario, por considerarlo materia “más pegajosa que la pez”. Ambos viven un plan de devociones diarias muy parecido, desde el ofrecimiento de obras al levantarse hasta las tres avemarías de la pureza al acostarse.
Evidentemente, ambos beben en una misma fuente: un programa formativo que hace un siglo estaba vigente no solo en Bergamo y Roma, sino en toda Europa.
Aquellos sacerdotes santamente formados pertenecen a un pasado no demasiado lejano. Su influencia benéfica en gran número de almas debería mover a reflexión a quien pueda tomar cartas en el asunto.