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La sociedad occidental recoge los frutos de la llamada 'revolución del 68', mezcla explosiva de ideas de Marx, Freud y Marcuse. Entonces, se produjeron cambios sociales muy relevantes: contestación de la noción y ejercicio de la autoridad (paterna, civil y religiosa); desprecio del concepto natural del matrimonio y de la familia; falso 'feminismo'; absoluta 'liberación' sexual, etc. Al principio hubo algunos ideales nobles, pero fueron pronto ahogados por tendencias anárquicas y se fue imponiendo una filosofía libertaria y nihilista donde no había lugar para Dios ni para la conciencia moral, ni para los valores auténticos que elevan la dignidad de la persona.
La trigésima edición de los Premios Príncipe de Asturias centró la atención general en Oviedo en torno a la selección española de fútbol que recibió el premio al Deporte. Era lógico ya que toda España vibró y se sintió unida al ganar la copa del mundo en Sudáfrica, en 2010.
En sus palabras, Vicente del Bosque enumeró valores tan importantes como «el esfuerzo, el sacrificio, el talento, la disciplina, la solidaridad, la humildad y la modestia» de los jugadores. Como es tradición, la persona distinguida con el premio de las Letras fue el encargado de hablar en nombre de todos los galardonados y, en este caso, se trató del escritor Amín Maalouf.
Es interesante conocer algo sobre este hombre al que algunos consideran como un autor incómodo porque va por libre. Cree firmemente en los valores humanos, como los anteriormente citados y otros, y afirma que son universales y compatibles con la diversidad de culturas. Nació en Beirut (Líbano) pero vive en París desde 1975. Ganó el premio Goncourt en 1993 y, posteriormente, presentó su ensayo El desajuste del mundo. En sus últimos libros aplica su espíritu crítico, tanto al mundo occidental como al árabe, opinando que «nuestras civilizaciones se agotan».
Amín Maalouf es un cristiano árabe y en él confluyen unas coordenadas vitales que le autorizan a reflexionar sobre cómo una persona puede construir su identidad sobre diversas pertenencias: religión, lengua, cultura, etcétera. Opina que una identidad se puede establecer siendo una suma sin exclusiones, es decir, sumar y no dividir.
Se pregunta cómo es posible que, en pleno siglo XXI, la afirmación de una identidad vaya acompañada por la negación de la identidad del otro. ¿Hay alguna explicación universal para todas las matanzas cometidas en nombre de la propia identidad a lo largo de la Historia? Una afirmación suya: «Podemos ser pesimistas pero no tenemos derecho a la desesperación. Debemos creer, esperar, esperar».
Dos frases pronunciadas en el acto de Oviedo: «Apostemos por la educación para evitar que nuestra diversidad se convierta en calamidad». Reivindicó el papel de la cultura ya que «es aún más crucial en épocas descarriadas, y la nuestra es una de ellas».
Poco tiempo después de la celebración de los Premios Príncipe de Asturias, volví a leer La montaña de los siete círculos y su autor, Thomas Merton, se pregunta lo siguiente: «¿Es extraño acaso que no pueda haber paz en un mundo en el que se hace todo lo posible para garantizar que la juventud de todas las naciones crezca absolutamente sin disciplina moral ni religiosa, sin la menor sombra de vida interior ni de esa espiritualidad, caridad y fe que pueden, ellas solas, salvaguardar los tratados y acuerdos firmados por los gobiernos?». Creo que es una reflexión que todos nos podemos plantear en lugar de esgrimir quejas en relación a la juventud.
La sociedad occidental recoge los frutos de la llamada 'revolución del 68', mezcla explosiva de ideas de Marx, Freud y Marcuse. Entonces, se produjeron cambios sociales muy relevantes: contestación de la noción y ejercicio de la autoridad (paterna, civil y religiosa); desprecio del concepto natural del matrimonio y de la familia; falso 'feminismo'; absoluta 'liberación' sexual, etcétera.
Al principio hubo algunos ideales nobles, pero fueron pronto ahogados por tendencias anárquicas y se fue imponiendo una filosofía libertaria y nihilista donde no había lugar para Dios ni para la conciencia moral, ni para los valores auténticos que elevan la dignidad de la persona.
La experiencia enseña que un mundo así se convierte en un lugar donde prevalecen el egoísmo, las divisiones en la familia, la enemistad entre personas y pueblos y la falta de esperanza.
Por otra parte, en el siglo XX y lo que llevamos del XXI, se han producido más avances en la ciencia y en la técnica que en los siglos anteriores, sumados todos ellos, y esto es algo muy positivo, resultado del buen trabajo y de la potencia del intelecto humano.
La capacidad de pensar y la reflexión deberían conducir a que los logros científicos y los avances técnicos estuviesen inspirados en imperativos de fraternidad y de paz, que contribuyeran a resolver los grandes problemas que tiene la humanidad y a tratar de conseguir el bien de cada ser humano y el desarrollo integral de los pueblos del mundo.
Es bien sabido que no siempre la ciencia y la técnica se utilizan para el bien. A este respecto, quiero recordar unas palabras de Benedicto XVI: «Hoy, no pocos jóvenes, aturdidos por las infinitas posibilidades que ofrecen las redes informáticas y otras tecnologías, entablan formas de comunicación que no contribuyen al crecimiento en humanidad, sino que corren el riesgo de aumentar el sentido de soledad y desorientación».
El Papa ha hablado en diversas ocasiones de emergencia educativa, un desafío al que responder con inteligencia creativa y promoviendo una comunicación que humanice y no que aísle, que estimule el sentido crítico y la capacidad de discernimiento para saber elegir convenientemente.
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