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Juan Pablo II se sentía amigo de los jóvenes, pero era a la vez un amigo exigente. Se propuso enseñarles el camino de la santidad, y recorrer con ellos este itinerario, acompañándoles como lo hace un padre, un hermano, un buen amigo
El interés del beato Juan Pablo II para dialogar con los jóvenes es evidente. Ya era bien conocido cuando fue elegido sucesor del Apóstol Pedro el 16 de octubre de 1978, era un anhelo fuertemente arraigado en su alma antes ya de su ordenación sacerdotal y, que se mantenía encendido cuando fue promovido obispo de Cracovia. Cuando Juan Pablo II inició su ministerio como obispo de Roma y pastor universal de la Iglesia, habían transcurrido sólo diez años de los lamentables acontecimientos del mayo francés del 68, aquellos incidentes que provocaron una enorme sacudida en las sociedades occidentales, y afectaron especialmente el mundo juvenil. Había quien daba por supuesto que a partir de entonces los jóvenes ya no se interesarían en las cuestiones de la fe, ni escucharían la voz de la Iglesia y de sus pastores. Algunos pensaban que la Iglesia había perdido irremisiblemente a los jóvenes, permitiendo que la desconfianza entrara en sus almas. Juan Pablo II reaccionó de inmediato contra este pesimismo. Él no era un ingenuo optimista. Conocía bien los problemas y las contradicciones de las ideologías que surcaban el siglo XX, pues las había sufrido en su propia carne en su Polonia natal.
Juan Pablo II era un hombre de fe profunda, que creía firmemente en la eficacia transformadora de la gracia de Dios en las almas. Por otra parte, supo establecer con los jóvenes una extraordinaria relación de mutua confianza, convocándolos y yéndoles a buscar allí donde se encontraran, estableciendo con ellos un diálogo franco que, como se ha podido comprobar, ha dado abundantes frutos en su pontificado. Las múltiples visitas de Juan Pablo II a las parroquias de Roma finalizaban siempre con un encuentro con los jóvenes. Y no sólo en Roma, en cualquier lugar del mundo donde fuera, Juan Pablo II buscaba la compañía de los jóvenes. Ellos se comunicaban con el Papa con sus palabras, con su presencia, con sus canciones, con su entusiasmo desbordante.
Confianza en los jóvenes
El Papa Wojtyla consideraba que, cuando los jóvenes sienten que se les trata con confianza y sincero interés, es decir, cuando los jóvenes se dan cuenta que se cree en ellos, reaccionan siempre positivamente ante el mensaje de Cristo. Su confianza en los jóvenes era tan grande que el día en que inició su ministerio petrino (22 de octubre de 1978) les dijo: «Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y del mundo, vosotros sois mi esperanza». Hay que añadir que Juan Pablo II no presentó nunca a los jóvenes una versión edulcorada de la fe y de la moral cristiana, no hacía descuentos en estos temas para ser escuchado con benevolencia por la juventud. Él se sentía amigo de los jóvenes, pero era a la vez un amigo exigente. Se propuso enseñarles el camino de la santidad, y recorrer con ellos este itinerario, acompañándoles como lo hace un padre, un hermano, un buen amigo.
Un momento clave en el inicio del diálogo de Juan Pablo II con los jóvenes sucedió en 1985. La ONU lo había declarado Año Internacional de la Juventud. El Santo Padre aprovechó esta coyuntura para convocar a los jóvenes de todo el mundo a un encuentro que tendría lugar el sábado 30 de marzo de aquel año en la plaza de San Juan de Letrán, frente a la catedral de Roma. Tuve el placer de participar en este encuentro con los 300.000 jóvenes venidos de los cuatro puntos cardinales. Al día siguiente, Domingo de Ramos, participamos en la Misa celebrada por el Santo Padre en la plaza de San Pedro. Ya el año anterior, del 11 al 15 de abril, un gran número de jóvenes se había reunido en Roma con el Papa con motivo del Jubileo del Año Santo Extraordinario de la Redención, se esperaba que acudieran unos 60.000 y llegaron 250.000. Al cerrarse la Puerta Santa (22 de abril), Juan Pablo II entregó a los jóvenes de todo el mundo la "Cruz del Jubileo", una cruz de madera de casi cuatro metros de altura, que por expreso deseo del Papa se había colocado al lado del altar mayor de la basílica de San Pedro durante todo el Año Santo. Desde entonces, esta Cruz, es conocida también con el nombre de la "Cruz de los Jóvenes" y ha peregrinado por los cinco continentes. Estos dos encuentros de Juan Pablo II con los jóvenes de 1984 y de 1985 pueden ser calificados como la prehistoria de la Jornada Mundial de la Juventud, de la que hablaremos más adelante.
El Papa interpela a los jóvenes con la imagen de Cristo y el joven rico
Ese mismo año, 1985, tuvo lugar un acontecimiento sin precedentes en la historia del pontificado romano: Juan Pablo II escribió una larga carta dirigida a los jóvenes, que se puede considerar como la Carta Magna de la pastoral juvenil. Se trata de una meditación centrada en la conversación de Jesús con el joven rico del Evangelio. El Papa ve en cada joven un potencial interlocutor con Cristo. Juan Pablo II considera la juventud como un bien, como una riqueza que pertenece no sólo a cada joven, sino a toda la Iglesia. Esta afirmación constituye una revolución copernicana, un cambio de orientación radical al considerar la juventud como algo positivo que la Iglesia asume plenamente. El Papa manifiesta que la Iglesia atribuye una especial importancia al período de la juventud, ya que es una etapa decisiva en la vida de toda persona. La juventud es un momento particular, en la que el hombre traza el destino de su propia vida y toma decisiones fundamentales que influirán en el resto de su existencia: en los estudios, en el trabajo profesional, en los afectos, en la elección de la vocación específica dentro de la vocación cristiana general, etc. Juan Pablo II considera que la relación con Cristo no puede quedar excluida de estas opciones que cada joven se plantea, que la persona no puede realizarse plenamente sin Dios. Es en Dios donde el joven encontrará el fundamento último de todos los valores, y será Dios quien dé un sentido definitivo a su existencia humana.
En su libro Cruzando el umbral de la esperanza (1994), Juan Pablo II se pregunta ¿qué es la juventud?, y responde que no es solamente el período de la vida correspondiente a un determinado número de años, sino que es también un tiempo determinado dado por la Providencia a cada hombre para que cumpla una tarea[1], en la cual tendrá que buscar, como el joven del Evangelio, la respuesta a las preguntas fundamentales de la existencia humana, y no sólo el sentido genérico de la vida, sino también el plan concreto en que ha de edificar su propia vida. Durante la juventud, el hombre anhela encontrar el amor, un amor grande, que dé un sentido completo a su existencia. Y los jóvenes sólo encuentran la razón de su vida en la medida que se hacen don gratuito para el prójimo.
La audacia de las Jornadas Mundiales de la Juventud
El 20 de diciembre de 1985, durante la tradicional audiencia que el Papa concede a la Curia Romana con motivo de las fiestas navideñas, Juan Pablo II anunció que quedaba instituida la Jornada Mundial de la Juventud, que, con la colaboración del Consejo Pontificio para los Laicos, se celebraría en Roma el Domingo de Ramos, ¿Por qué eligió el Domingo Ramos? Para Juan Pablo II esta fecha encerraba un significado, sería un modo de manifestar que los jóvenes buscan a Cristo en el centro de su misterio pascual. La JMJ se celebraría cada año a nivel diocesano. Pero a partir de 1987, con una periodicidad de dos o tres años, ha habido una celebración internacional de la Jornada Mundial de los jóvenes con el Papa. Hasta ahora, se han celebrado once: Buenos Aires (1987), Santiago de Compostela (1989), Czestochowa (1991), Denver (1993), Manila (1995), París (1997), Roma (2000), Toronto (2002), Colonia (2005), Sidney (2008). Y, finalmente, del 16 al 21 de agosto de 2011, Madrid. Para cada JMJ el Papa ha enviado un mensaje a los jóvenes centrado en un tema del Nuevo Testamento. El esquema esencial de la celebración internacional de la JMJ es el siguiente: Santa Misa de apertura, fiesta de acogida de los jóvenes, sesiones de catequesis que hacen obispos de todo el mundo a los jóvenes distribuidos en grupos lingüísticos, Vía Crucis, víspera de oración y Santa Misa de clausura. Todos estos actos tienen lugar durante una semana en la diócesis de acogida. Se programan también momentos de oración y adoración eucarística, se facilita a los jóvenes que pueden acercarse al sacramento de la Reconciliación; se organizan también actividades culturales: conciertos, exposiciones artísticas, visitas a museos, festivales de la juventud, etc. Actualmente, la JMJ se ha enriquecido con una semana previa de preparación a la misma, con diversas actividades catequéticas, litúrgicas, lúdicas o culturales que tienen lugar en las diversas diócesis del país de acogida. La experiencia ha sido muy positiva.
El Domingo de Ramos de 2003, Juan Pablo II regaló a los jóvenes una copia del icono de María Salus Populi Romani, muy venerada en Roma, y la entregó a los de Alemania. Desde ese momento, este icono peregrina por el mundo junto con la "Cruz de los Jóvenes". Es una manifestación de la presencia de la Virgen junto a los jóvenes, llamados a acogerla en su vida como hizo el apóstol san Juan.
Siendo una clarísima intuición de Juan Pablo II, el mismo Papa decía que nadie había inventado la JMJ y atribuía a los mismos jóvenes su creación. La JMJ se ha convertido en una necesidad de los jóvenes de todo el mundo. Ha sido una sorpresa para los sacerdotes y también para los obispos, y en cada edición quedan superadas todas las expectativas de participación imaginables.
Algunos que no la conocen bien, han afirmado que la celebración internacional de la JMJ es como un "Woodstock católico", es decir, un festival multitudinario de jóvenes con el Papa, que no deja huella cuando se acaba y cada uno de los presentes vuelve a su casa. Nada más falso. De un festival de música rock, como aquel famoso que se celebró durante tres días de agosto de 1969 en Estados Unidos, sólo ha quedado el recuerdo de unas canciones que han envejecido con el paso del tiempo, y de unas experiencias que tal vez no fueron demasiado enriquecedoras. La JMJ, en cambio, no es sólo una reunión festiva de jóvenes. Es cierto que es el evento más participado que organiza la Iglesia Católica: en Manila, se reunieron cinco millones de jóvenes; en Roma, dos millones. Su objetivo esencial es dar a conocer la persona de Cristo y su mensaje a los jóvenes, con la presencia del Santo Padre. Detrás de cada JMJ, hay una gran preparación pastoral, para que los jóvenes que acuden a este encuentro puedan aprovecharla lo mejor posible. La JMJ ha dejado también un rastro fecundo e inolvidable en los jóvenes que en ella han participado. La JMJ ha demostrado ser un extraordinario medio de evangelización.
Los frutos de las JMJ
Se puede hablar verdaderamente de una "Generación JMJ", porque la JMJ ha cumplido ya un cuarto de siglo. La gran mayoría de los frutos de la JMJ quedan entre Dios y la intimidad del alma de cada joven, y es lógico que así sea. Pensemos en los cientos de miles de jóvenes que se han acercado al sacramento de la Penitencia durante la JMJ, iniciando un itinerario de conversión. Tenemos además el testimonio de muchos jóvenes que han explicado cómo su participación en la JMJ transformó completamente su vida. Entre otros textos, un libro reciente publicado por las hermanas Cristina y Ana Larraondo (Generación JMJ: 25 años de las JMJ - 25 historias personales, Cobel Ediciones), recoge 25 testimonios de jóvenes que acudieron a la JMJ: desde un sacerdote japonés a un matrimonio italiano, pasando por una religiosa contemplativa española, una ejecutiva de Indonesia, etc. Todos ellos recuerdan con entusiasmo su presencia en la JMJ, una o varias veces. Estos testimonios presentan la JMJ como una oportunidad para descubrir el amor que Dios nos tiene, para encontrar a Cristo y su Iglesia con el Papa, para redescubrir que la Iglesia está viva y es joven, para fortalecer la fe y dar testimonio a los demás —los jóvenes evangelizan a los jóvenes—, para experimentar la dimensión universal de la Iglesia, para encontrar la propia vocación cristiana, ya sea profundizando el sentido de la vocación laical, en el celibato o en el matrimonio, o siguiendo la llamada al sacerdocio o a la vida consagrada, etc.
En la Pascua del 2005, los jóvenes quisieron acompañar a Juan Pablo II. ya gravemente enfermo, hasta el último momento de su vida, y acudieron en gran número a la plaza de San Pedro para manifestarle el aprecio que le tenían. Después de su fallecimiento, miles de jóvenes se integraron en el interminable torrente humano que rindió homenaje al Papa fallecido. Benedicto XVI ha sabido recoger la herencia de los jóvenes que le ha entregado Juan Pablo II. Fue un gran gozo para muchísimos escuchar al Papa Ratzinger, en su primer mensaje al mundo después de su elección, la referencia a la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebraría en agosto de 2005 en Colonia. La Divina Providencia dispuso que uno de los primeros grandes actos del pontificado de Benedicto XVI fuera precisamente la JMJ en su país natal. El diálogo con los jóvenes que comenzó Juan Pablo II sigue adelante con brío. Cabe decir que Juan Pablo II hizo una apuesta fuerte por los jóvenes, y la ganó: ganó los jóvenes para Cristo.
Miguel Delgado Galindo. Subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos
[1] El binomio don-tarea, como el de amor-responsabilidad (título de un libro), soy quien soy-cojo la responsabilidad de quien soy, es bastante recurrente en el pensamiento de Juan Pablo II.
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