Pocos reconocen que han de tener el valor de cambiar, y es el primer paso
El Mundo – Castellón
La avaricia, el consumismo y el individualismo son el trípode que explica la génesis de la crisis, y no sólo por parte de voraces e inmorales especialistas financieros
La crisis económica y laboral que padecemos deja muchas heridas. Se admite que hay un origen ético en la crisis, pero parece que basta con decirlo para resolver la cuestión, sin medidas o planteamientos éticos que revisen modos de hacer laborales y sociales. Es asombroso, pero así somos: lo asumimos, pero no cambiamos.
Muchas personas sufren, todos sufrimos por la crisis, en mayor o menor medida, en nuestra carne o en la de personas muy próximas. Sin embargo, seguimos pensando que la tensión —o el pánico casi diario en las Bolsas, la situación de Grecia, los reajustes laborales en nuestras Administraciones Públicas— se aliviará por obra y magia de las elecciones del 20-N, o por nuevas medidas del Banco Central Europeo, o por decisiones firmes de la firme Angela Merkel.
Por supuesto que algunos de esos acontecimientos pueden contribuir, pero ninguna de esas soluciones alude a la raíz ética de la crisis. La avaricia, el consumismo y el individualismo son el trípode que explica la génesis de la crisis, y no sólo por parte de voraces e inmorales especialistas financieros. No sólo han especulado ellos.
Rigoberto, un francés de Reims, ya en el siglo VIII destacaba tres actitudes éticas, que bien pueden servir ahora: el valor para cambiar lo que pueda cambiarse, la serenidad para aceptar lo que no pueda cambiarse y la sabiduría para distinguir lo uno de lo otro.
Hace falta valor para ser emprendedor, negar caprichos continuos a los hijos o adaptar número de vehículos y viajes a lo razonable. Pocos reconocen que han de tener el valor de cambiar, y es el primer paso. Al menos un amigo me reconocía que ahora ha de trabajar el triple para ganar lo que ganaba antes de la crisis: tal vez no es preciso trabajar tantas horas, porque tampoco es necesario ingresar tanto. Yo sigo viendo muchos veinteañeros en su coche o el de sus padres, en vez de compartir o de utilizar el transporte público: puede no significar nada o puede ser un botón de muestra. ¿Han de cambiar ellos o más bien sus padres que siguen como si nada pasara?
Puede ser una ventaja la brevedad de estas líneas, para que cada uno pueda ahondar por su cuenta en las causas éticas —avaricia, consumismo e individualismo— y los remedios —valor, paciencia y sabiduría—. Remedios personales en un mundo global.