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Lo sucedido en Madrid estos días con jóvenes de lenguas, etnias y culturas diversas ha demostrado que hay alternativas al dominio de "la corriente"
Este podría ser un modo de sintetizar el mensaje que nos deja el testimonio global de la JMJ 2011: es una felicidad mayúscula poseer y llevar la mejor de las noticias nadando contracorriente.
El testimonio del Papa confirmando en la fe de la Iglesia a millón y medio, o dos millones de jóvenes, más o menos, venidos de 190 países es impresionante. Los medios que han tenido la sinceridad de mostrar imágenes completas del evento son de elocuencia indiscutible. La acogida del Papa Sucesor de Pedro, Cabeza visible de la Iglesia católica, por parte de la juventud, asombrosa. Si no se ve no se cree. Lo sucedido en Madrid estos días con jóvenes de lenguas, etnias y culturas diversas ha demostrado que hay alternativas al dominio de la corriente.
Aunque el número sea un valor relativo en asuntos del espíritu, la presente dimensión es altamente significativa. Ha descolocado a unos y a otros ha devuelto la esperanza en las nuevas generaciones. Porque esto no es un fenómeno aislado que no deja huella. Esto va in crescendo desde la primera edición hace veinticinco años. No es una tormenta de verano. No se trata de un entusiasmo veinteañero. Es una manifestación de que Dios es Dios y el ser humano su criatura predilecta, creada a su imagen.
Se diría que los jóvenes perciben más que los mayores el horror vacui, el horror a esos vacíos que como agujeros negros han creado las ideologías de los pasados siglos hasta hoy. Los jóvenes de hoy, como nosotros cuando teníamos su edad, aman el amor y la libertad en su sentido prístino, el que viene de la Verdad y la Vida que es Jesucristo, el Logos hecho carne.
Me ha venido al recuerdo lo que san Josemaría solía repetir a la gente joven que tenía abundante a su alrededor. Eran las palabras de un Salmo. En latín sonaba así: Super senes intellexi quia mandata tua quaesivi. En castellano: «entendí más que los ancianos, porque cumplí, Señor, tus Mandamientos». Los Mandamientos son la amorosa sabiduría divina impresa en el alma humana. Cumplirlos, intentarlo al menos, es llenar de amor el conocimiento y de conocimiento el amor (cfr. Discurso del Escorial). Es entender más que los "ancianos" de cualquier edad desencantados de la verdad, de la bondad, de la belleza y de la libertad. Así han desembocado en el viejo relativismo.
Puede interpretarse esta palabra del papa, relativismo, igual que otras, como una irritante "denuncia". "El papa en tal discurso ha denunciado que…". Convertir al Papa en un agente denunciador es lo mismo que convertir el diagnóstico o una receta médica en una especie de acoso judicial. La nueva juventud lo entiende mejor. Desea la verdad por áspera que a veces resulte.
Con la fe y también con la sola apertura a la posibilidad de la fe, se puede capear un temporal. Se puede cantar y danzar alegremente bajo la lluvia, sacudidos por un viento impetuoso que irrumpe en el momento más inoportuno, el de mayor suspense de la vigilia de Cuatro Vientos, cuando el deseo de escucha era más intenso.
Al grito de ¡viva el Papa!, hay alternativa. La habido siempre. Es la alternativa por la verdad de Dios y la verdad del hombre, atisbada, quizá, entre nieblas o sombras, pero cercana como una mano que se nos tiende en un mar proceloso, confuso y desconcertante. Es la alternativa del progreso en humanidad, a favor de la dignidad del ser humano, sea quien sea. La alternativa por la comprensión, la disculpa y el perdón, por el respeto al otro y a los otros, por la caridad que es amor-don, entrega de sí, búsqueda del bien común a todos.
La alternativa es vivir según Dios, frente al vivir como si Dios no existiese, que sí existe. Los que dudan, son libres de dudar porque la fe no se impone, es don. Don en la razón, luz en la inteligencia. Al que duda le convendría vivir como si Dios existiese, que a lo mejor resulta que sí existe. Los Mandamientos son más humanos que sus contrarios. En todo caso no nos vamos a pelear por eso. Dios es Logos, recuerda el Papa. Y el Logos crea diálogos.
Otras veces lo ha dicho así y, en mi opinión, éste es el núcleo del mensaje a los jóvenes profesores universitarios en la Basílica de El Escorial. El Logos se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn 1, 14). Para que dialoguemos con él y entre nosotros. No a base de tanques, garrotes o insultos, sino con palabras claras, nobles, respetuosas, abiertas a la verdad. Ni siquiera al que niega que la verdad exista le gusta que le engañen. Prueba de que le importa la verdad.
Dialoguemos sobre la verdad. Cultivemos la interdisciplinariedad para que las ciencias no irrumpan más allá de sus límites como elefantes en una cacharrería, ni la religión pretenda dictar al científico lo que debe descubrir con el microscopio o lo que sea. Cada uno en su sitio, sabiendo que el ansia de verdad que todos llevamos en el corazón no la satisfacemos en parcelas aisladas del saber, sino desde la altura de la sabiduría trascendente que viene de Dios.
No somos poseedores de la verdad. Más bien, la verdad nos posee, en la medida en que nos es dada y en ciertos casos dolorosamente asimilada. Nunca la poseemos del todo. Necesitamos llenar de amor el conocimiento y el conocimiento de amor. Este es un imperativo de nuestro ser.
Jesucristo es Palabra, Razón y Sentido de todo cuanto existe. Todo se hizo por él, y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. (cfr. Jn 1, 1-3). Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos (Hbr 13, 8). Cristo no envejece jamás porque es la juventud misma, la juventud eterna, el amor eterno, siempre nuevo, siempre capaz de sortear obstáculos y derribar los muros que dividen a la familia humana. No hay progreso sin Él ni sobre Él porque Él está al principio y al final de la gran Historia. Fuera de Él siempre existe el riesgo de avanzar hacia la barbarie. La juventud es suya y suya la libertad en el amor y el amor en la libertad. Un amor más fuerte que la muerte. Un amor que ha vencido a la muerte y abierto caminos nuevos a la libertad.
El que estaba sentado en el trono dijo:
– Mira, hago nuevas todas las cosas.
Y añadió:
– Escribe: «Estas palabras son fidedignas y veraces».
También me dijo:
– Ya está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
(Apc 21, 5-6)
Un hecho que se ha producido en la JMJ 2011 seguramente pasará a la historia. Un hecho increíble en nuestro país. Los españoles de todos los colores, yo mismo, tras una dura campaña mediática contra la Iglesia, hemos visto a una multitud de jóvenes aplaudir calurosamente no ya al Papa, que esto se daba por supuesto, sino a los curas y hasta a los obispos. Yo lo he visto. Lo han visto millones de personas, al vivo y por tv. Con los ojos a cuadros.
¿Qué pasará ahora que todo ha terminado? Muchos de los que como un solo hombre se arrodillaron en el barro ante el Santísimo Sacramento en medio de un silencio que sorprendió al mundo no volverán a Misa. ¿De qué habrá servido tanto trabajo, tanto esfuerzo? El económico ya se ve que ha dado réditos y no es problema para nadie. ¿Y el otro?
La respuesta se encuentra en la entrevista previa a la llegada del papa a Madrid, concedida a los periodistas que le acompañaron en el vuelo:
«La semilla de Dios es siempre silenciosa, no aparece de pronto en las estadísticas. Es la semilla que el Señor pone en la tierra con la JMJ, la semilla de la que Él habla en el Evangelio… parte cae fuera del camino y se pierde; parte cae sobre la piedra y se pierde; parte cae sobre espinas y se pierde. Pero algo cae sobre tierra buena y da mucho fruto. Con otras palabras del Señor: el grano de mostaza es pequeño, pero crece y se hace árbol grande. Sé de la anterior JMJ que han nacido tantas amistades, amistades para la vida; tantas nuevas experiencias de que Dios existe. Sobre este crecimiento silencioso ponemos nuestra confianza y estamos seguros, aunque las estadísticas no hablen mucho de ello, de que la semilla del Señor realmente crece y será para muchísimas personas el inicio de una amistad con Dios y con los demás, de una universalidad de pensamiento, de una responsabilidad común que realmente nos muestra que en estos tiempos da fruto».
Basta por hoy. La JMJ 2011 ha sido lo indescriptible y ha calado hondo. La corriente contraria no cesa. Pero el mensaje es poderoso y la fuente de energía sobrenatural, inagotable. ¿Se requiere un milagro? Sí. Son incontables los vistos en estos últimos veinte siglos y pico. Tantos que parece cosa natural.
Antonio Orozco Delclós
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