Desde África, el Prelado recuerda en su carta la necesidad de ser y hacer el Opus Dei con la fidelidad personal. También pide oraciones por los frutos de la JMJ
Cuando recibáis esta carta, estaré –desde hace pocos días– en Kinshasa, la capital del Congo. Antes, del 7 al 12 de julio, hice un viaje a Costa de Marfil; tanto en Abidjan como en Yamoussoukro, me reuní con vuestras hermanas y con vuestros hermanos, y con otras muchas personas que frecuentan las actividades apostólicas del Opus Dei.
Y continúa Mons. Javier Echevarría: en todos los sitios me ha llenado de alegría comprobar el desarrollo de la labor que realizan los fieles de la Prelatura, con la colaboración de muchas otras personas. Agradezcamos constantemente a Dios que nos envía sus gracias por la intercesión de la Santísima Virgen, escuchando también los ruegos de san Josemaría, a quien recurrimos siempre: si aquí abajo nos llevaba a todos y a cada uno en el corazón, con mucha más perfección e intensidad continúa ayudándonos desde el Cielo.
También acudo —afirma— al queridísimo don Álvaro, que fue quien decidió el comienzo de la labor apostólica estable en estos dos países, en el año 1980. Con oración y sacrificio, con trabajo callado y perseverante –como en todos los lugares–, la Obra ha arraigado ya en estas tierras de África. ¡Cuántas realizaciones, para gloria de Dios y servicio de la Iglesia, florecen en estas dos naciones, a los treinta años de los comienzos! Dirijamos –insisto– una incesante acción de gracias a la Trinidad Santísima.
Os ruego que sigáis apoyando desde todas partes la expansión apostólica, que fue una característica de toda la vida de nuestro Padre, hasta el último día de su paso por la tierra: recemos por los lugares donde la labor de la Obra empezó tiempo atrás y por aquellos otros en los que se encuentra aún muy en los comienzos; sin olvidar otras naciones a las que deseamos llevar, con la doctrina de Cristo, el fermento del espíritu del Opus Dei: de modo más inmediato, Sri Lanka, y pide a todos que confiemos estos deseos de desarrollo apostólico –dentro del propio país y en el mundo entero– al Corazón dulcísimo e inmaculado de la Virgen.
Al mismo tiempo, continúa, pidamos por los frutos espirituales de la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Madrid en la segunda parte de este mes, con la participación de innumerables jóvenes del mundo entero.
Recuerda que el próximo día 7 se cumplen ochenta años de una intervención divina en el alma de nuestro Padre, que le confirmó en la necesidad de intensificar la oración –única arma con la que contaba– para difundir y asegurar el camino emprendido el 2 de octubre de 1928, al tiempo que dio nuevos impulsos a esta misión específica, santa, en el seno de la Iglesia.
Y tomando unas palabras de San Josemaría en relación con esta intervención: «Creo que renové el propósito de dirigir mi vida entera al cumplimiento de la Voluntad divina: la Obra de Dios», anima a que procedamos igualmente nosotros, muchas veces, con sinceros deseos de fidelidad a Dios y a la Iglesia, sobre todo cuando las circunstancias quizá se vuelvan más duras: en la enfermedad (…). Si nos comportamos de este modo, el Señor nos concederá las luces y las energías que precisemos, para cumplir en todo momento su amabilísima Voluntad.
Se refiere el Prelado al mensaje de Benedicto XVI para la JMJ Madrid 2011–a la que he sido invitado a intervenir– en el que el Papa glosa el lema propuesto para este encuentro: "Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe". A muchos, la participación en esos actos les ofrecerá un encuentro especial con Cristo, que quizá no habían experimentado antes; o, al menos, la posibilidad de conocerle mejor, de afianzarse en la amistad personal con Él. Procuremos que no se quede en una luz de bengala, que brilla un momento para después apagarse. En este sentido, adquiere gran importancia que den y demos continuidad a la experiencia espiritual de esos días. Hagamos todo lo posible para que los participantes formulen conclusiones prácticas, propósitos personales para crecer en su vida cristiana.
Pido a Dios —continúa— que, con ocasión de estos actos presididos por el Papa, numerosos jóvenes experimenten su Damasco: que abran los ojos a la luz de Dios, que perciban la vocación a la que Jesús los llama, y se decidan firmemente a seguirla. Será el mejor modo de responder a las esperanzas de la Iglesia, que necesita de muchas mujeres y de muchos hombres seriamente comprometidos con el Señor.
Termina su carta el Prelado con una invitación a considerar, con ocasión de la fiesta de la Asunción, las palabras con las que san Josemaría pone fin a su homilía en esa solemnidad de la Santísima Virgen: «Cor Mariæ Dulcissimum, iter para tutum; Corazón Dulcísimo de María, da fuerza y seguridad a nuestro camino en la tierra: sé tú misma nuestro camino, porque tú conoces la senda y el atajo cierto que llevan, por tu amor, al amor de Jesucristo». Cabe añadir en esa jaculatoria las palabras que pronunció el queridísimo don Álvaro: iter para et serva tutum!