Textos que, aunque no han sido leídos, pasan a formar parte de las ‘enseñanzas pontificias’ con un carácter especial por las circunstancias en que no fueron pronunciados
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El pasado día 13, hace exactamente treinta años, el terrorista turco Alí Agca atentaba en la Plaza de San Pedro contra la vida de Juan Pablo II, disparándole mientras recorría la plaza en el “papamóvil”, para la audiencia general, con lo que ésta hubo de ser suspendida.
A pesar de que el beato Juan Pablo II nunca pronunció esta catequesis, ésta ha sido incorporada al magisterio pontificio. Por ello, queremos también ofrecerla a los lectores de ZENIT.
Juan Pablo II, Audiencia general, miércoles 13 de mayo de 1981 [1]
1. En las semanas pasadas, durante nuestros encuentros en las audiencias generales de los miércoles, he desarrollado un ciclo de catequesis basadas sobre las palabras de Cristo en el sermón de la montaña.
Hoy, queridos hermanos y hermanas en Cristo, deseo comenzar una serie de reflexiones sobre otro tema, para subrayar dignamente una fecha que merece ser escrita con caracteres de oro en la historia de la Iglesia moderna: el 15 de mayo de 1891. Efectivamente, se cumplen 90 años desde que mi predecesor León XIII publicaba la fundamental Encíclica social Rerum novarum, que no fue sólo una vigorosa y apremiante condena de la "inmerecida miseria" en que yacían los trabajadores de entonces, después del primer período de la aplicación de la máquina industrial al campo de la empresa, sino que, sobre todo, puso los fundamentos para una solución justa de los graves problemas de la convivencia humana que están comprendidos bajo el nombre de "cuestión social".
2. ¿Por qué, después de tantos años, la Iglesia recuerda todavía la Encíclica Rerum novarum?
Son muchas las razones. Ante todo, la Rerum novarum constituye y es "la Carta Magna de la actividad social cristiana", como la definió Pío XII (Radiomensaje para el 50 aniversario de la Rerum novarum, Discorsi e Radiomessaggi, 1942, vol. III, pág. 911); y Pablo VI añadió que su "mensaje sigue inspirando la acción en favor de la justicia" (Octogesima adveniens, 1) en la Iglesia y en el mundo contemporáneo; ella es, además, demostración irrefutable de la viva y solícita atención de la Iglesia en favor del mundo del trabajo.
La voz de León XIII se elevó valiente en defensa de los oprimidos, de los pobres, de los humildes, de los explotados, y no fue sino el eco de la voz de Aquel que había proclamado bienaventurados a los pobres y los hambrientos de justicia. El Papa, siguiendo el impulso y la invitación "de la conciencia de su ministerio apostólico" (cf. Rerum novarum, 1), habló: no sólo tenía el derecho, sino también y sobre todo el deber. En efecto, lo que justifica la intervención de la Iglesia y de su Pastor Supremo en las cuestiones sociales, es siempre la misión recibida de Cristo para salvar al hombre en su dignidad integral.
3. La Iglesia está llamada por vocación a ser en todas partes la defensora fiel de la dignidad humana, la madre de los oprimidos y de los marginados, la Iglesia de los débiles y de los pobres. Quiere vivir toda la verdad contenida en las bienaventuranzas evangélicas, sobre todo, la primera, "Bienaventurados los pobres de espíritu"; la quiere enseñar y practicar lo mismo que hizo su Divino Fundador que vino "a hacer y a enseñar" (cf. Act 1, 1).
Como observaba el año pasado en mi discurso a los obreros de San Pablo en Brasil, "la Iglesia, cuando proclama el Evangelio, procura también lograr, sin por ello abandonar su papel específico de evangelización, que todos los aspectos de la vida social, en los que se manifiesta la injusticia, sufran una transformación para la justicia" (núm. 3; 3 de julio de 1980). La Iglesia es consciente de esta alta misión suya: por esto se inserta en la historia de los pueblos, en sus instituciones, en su cultura, en sus problemas, en sus necesidades. Quiere ser solidaria con sus hijos y con toda la humanidad, compartiendo dificultades y angustias, y haciendo propias las legítimas reivindicaciones del que sufre o es víctima de la injusticia. Con la fuerza de las eternas palabras del Evangelio, denuncia todo lo que ofende al hombre en su dignidad de "imagen de Dios" (Gén 2, 26) y en sus derechos fundamentales, universales, inviolables, inalienables; todo lo que obstaculiza su crecimiento según el plan de Dios. Esto forma parte de su servicio profético.
4. Con toda razón afirmó Pío XI que la Rerum novarum ha presentado a la humanidad un magnífico ideal social, sacándolo de las fuentes siempre vivas y vitales del Evangelio (cf. Quadragesimo anno, 16).
Siguiendo las huellas del fundamental documento leoniano, mis venerados predecesores no han dejado de afirmar, en numerosas circunstancias, este derecho y este deber de la Iglesia de dar directrices morales en un campo, como el económico-social, que tiene vínculos directos con la finalidad religiosa y sobrenatural de su misma misión. El Concilio Vaticano II reanudó esta enseñanza subrayando que "es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamente el orden temporal y ordenarlo hacia Dios por Jesucristo" (Apostolicam actuositatem, 7).
Aparece así la primera gran enseñanza de la celebración de este 90 aniversario: la de afirmar de nuevo el derecho y la competencia de la Iglesia a "ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas" (Gaudium et spes, 76): el de hacer cada vez más conscientes a las Iglesias locales, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a los laicos de su derecho-deber de prodigarse por el bien de cada uno de los hombres, y de ser en todo momento los defensores y los artífices de la auténtica justicia en el mundo.
5. Al mirar serenamente los acontecimientos histórico-sociales que se han sucedido en el mundo del trabajo desde aquel lejano mayo de 1891, debemos reconocer con satisfacción que se han dado grandes pasos y se han realizado grandes transformaciones con el fin de hacer la vida de las clases obreras más conforme con su dignidad.
La Rerum novarum fue levadura y fermento de estas transformaciones fecundas. Por medio de ella el Romano Pontífice infundió en el alma obrera el sentimiento y la conciencia de su dignidad humana, civil y cristiana; favoreció la aparición de asociaciones sindicales obreras en los diversos países; advirtió a los gobernantes y a las naciones sus deberes hacia los débiles y pobres, invitando a los Estados a la creación de una política social, humana e inteligente que logró el reconocimiento, la formulación y el respeto del derecho de trabajo y el trabajo para todos los ciudadanos.
6. La Rerum novarum tiene, además, para la Iglesia una particular importancia porque constituye un punto de referencia dinámico de su doctrina y de su acción social en el mundo contemporáneo.
Durante los siglos, desde sus orígenes hasta hoy, la Iglesia se ha encontrado y confrontado siempre con el mundo y sus problemas, iluminándolos a la luz de la fe y de la moral de Cristo. Esto ha favorecido la formación y el resurgimiento, a lo largo del arco de la historia, de un cuerpo de principios de moral social cristiana, conocido hoy como doctrina social de la Iglesia. Es mérito del Papa León XIII el haber tratado, antes que nadie, de darle un carácter orgánico y sintético. Así comenzó por parte del Magisterio la nueva y delicada tarea, que es también un gran compromiso, de elaborar de nuevo para un mundo en cambio continuo, una enseñanza capaz de responder a las exigencias modernas, así como a las rápidas y continuas transformaciones de la sociedad industrial; y, al mismo tiempo, apto para tutelar los derechos tanto de la persona humana, como de las jóvenes naciones que entran a formar parte de la comunidad internacional.
7. Esta enseñanza social —como puse de relieve en Puebla—, "nace a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio auténtico, de la presencia de los cristianos en el seno de las situaciones cambiantes del mundo, en contacto con los desafíos que de ésas provienen" (Discurso inaugural, III, 7). Su objeto es y será siempre la dignidad sagrada del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables; su finalidad, la realización de la justicia entendida como promoción y liberación integral de la persona humana en su dimensión terrena y trascendente; su fundamento, la verdad sobre la misma naturaleza humana, verdad comprendida por la razón e iluminada por la Revelación, su fuerza propulsora, el amor como precepto evangélico y norma de acción. La Iglesia, forjadora de fina concepción siempre actual y fecunda de la vida social, al desarrollar en este último siglo, con la colaboración de sacerdotes y de laicos iluminados, su enseñanza social, de naturaleza religiosa y moral, no se limita a ofrecer principios de reflexión, orientaciones, directrices, constataciones o llamadas, sino que presentan también normas de juicio y directrices para la acción que cada uno de los católicos está llamado a poner en la base de su prudente experiencia, para traducirla luego concretamente en categorías operativas de colaboración y de compromiso (cf. Evangelii nuntiandi, 38).
La doctrina social, dinámica y vital como toda realidad viviente, se compone de elementos duraderos y supremos, y de elementos contingentes, que permiten su evolución y desarrollo en sintonía con las urgencias de los problemas prioritarios, sin disminuir su estabilidad y la certeza en los principios y en las normas fundamentales.
8. Al recordar el 90 aniversario de la Encíclica leoniana, siguiendo las huellas y en consonancia con el Magisterio de mis predecesores, deseo, por tanto, volver a afirmar la importancia de la enseñanza social como parte integrante de la concepción cristiana de la vida.
Sobre este tema no he dejado, en los frecuentes encuentros con mis hermanos en el Episcopado, de recomendar a su pastoral solicitud la necesidad y la urgencia de sensibilizar a sus fieles sobre el pensamiento social cristiano, a fin de que todos los hijos de la Iglesia sean no sólo instruidos en la doctrina sino también educados en la acción social.
Hermanos y hermanas: Volveremos todavía más ampliamente sobre los varios temas y problemas que evoca el aniversario de la Encíclica Rerum novarum. Para concluir esta reflexión de hoy quiero responder al interrogante planteado al comienzo. Sí, la Encíclica Rerum novarurn tiene también hoy vitalidad y validez estimulante y operante para el Pueblo de Dios, aun cuando haya aparecido en el lejano 1891. El tiempo no la ha agotado, sino corroborado; tanto, que los cristianos la sienten tan fecunda que pueden sacar de ella valentía y acción para los nuevos desarrollos del orden social en los que está interesado el mundo del trabajo. Continuemos, pues, viviendo su espíritu con impulso y generosidad, profundizando con amor operante en los caminos trazados por el actual Magisterio social e interpretando con ingenio creativo las experiencias de los tiempos nuevos.
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Juan Pablo II tenía previsto saludar durante la audiencia general a diversos grupos de fieles y de peregrinos. Concretamente iba a saludar en inglés, alemán e italiano.
[En inglés]
Doy mi saludo a los funcionarios de abastecimiento de agua en varios países de África, América y Asia, que participan en un curso especial en Roma. Espero que su participación en el curso y su estancia aquí sean beneficiosas para su importante labor para la humanidad y que traiga bendiciones a sus países y a ustedes mismos.
Que Dios les guíe y les asista.
[En alemán]
Saludo también calurosamente a los numerosos participantes en la edición de este año de la peregrinación a Roma de la “Confraternidad Mariana de la ciudad de Tréveris”. Ya con vuestro nombre profesáis vuestra especial veneración y amor por la Virgen María. Queridos hermanos y hermanas, empeñaos a través de vuestro ejemplo personal y de una convencida vida religiosa comunitaria en contribuir para que la veneración por María sea nuevamente animada y promovida también en vuestras familias y en vuestros ambientes —precisamente ahora en mayo, que es el mes de María. María es vuestro camino más seguro a Cristo, mientras tomemos en serio su admonición materna: “Haced lo que él os diga". Invoco sobre vosotros la luz y el apoyo de Dios e imparto de corazón sobre vosotros y sobre todos los peregrinos presentes mi bendición apostólica.
[En italiano]
Como siempre, un pensamiento particular, lleno de afecto y de confianza, os dirijo a vosotros, jóvenes, presentes en esta Audiencia, en el mes de mayo corriente, rico de flores, de alegrías y de esperanzas. También vosotros sois el mayo de la Iglesia y de la sociedad.
Entre vosotros está hoy el grupo de estudiantes de las Escuelas de Arpino Tullianum y Marco Tullio Cicerone, acompañados por sus profesores. Les saludo con alegría y con infinito reconocimiento: no sólo por su visita, que nos es querida, sino sobre todo por el don que su tierra hizo a nuestra civilización latina y cristiana Marco Tullio Cicerón: quizás el más grande orador de todos los tiempos, ciertamente uno de los más raros, que esta tierra de Italia, rica de genio, ha producido.
A todos vosotros, jóvenes, os auguro que viváis intensamente estos años tan importantes de vuestra juventud, profundizando vuestra fe y enriqueciendo vuestra inteligencia y vuestro corazón, para prepararos con seriedad y empeño en las responsabilidades que os esperan.
Que os acompañe mi bendición.
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Queridos hermanos e hijos enfermos, al saludaros con mucho afecto os indico a la Virgen María, Madre de Cristo, a quien, en la piedad y en el alma de los fieles, se consagra este mes de mayo. En su existencia, Ella conoció la alegría más íntima y profunda unida a la tristeza y a la prueba más terrible. Así sucede a cada uno de nosotros; y la alegría se alterna con el dolor, mezclando en nuestra vida las rosas con las espinas. Que la Virgen Santísima, que es flor de los valles y Madre dolorosa, nos conceda saber transformar en motivo de mérito esa suerte que a menudo nos trae, con ella, bajo la Cruz.
Queridos recién casados, Nuestra Señora “Virgen Madre·e Hija de su Hijo” (Dante Alighieri, La Divina Comedia, Paradiso, XXXIII, 1) fue también la Esposa afectuosa, humilde y fiel de José, el carpintero de Nazaret. Y con él compartió el tenue recuerdo de la antigua grandeza de los descendientes de David, pero también y sobre todo la humildad del presente, el peso de la suerte, y la dura realidad de cada día. La Virgen compartió con José el viaje a Belén, la fuga a Egipto, la pobreza. La mujer, que con el marido comparte las pruebas de la vida, será el apoyo más válido y el más alto coeficiente de su felicidad. Y así el marido. Sed felices, queridos recién casados. Y que Dios esté con vosotros.
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Durante la audiencia general, el Papa habría anunciado dos novedades muy importantes sobre nuevos medios de estudio y de orientación pastoral respecto a los problemas de la familia:
Deseo ahora anunciaros que, con el objetivo de salir al encuentro de la manera más adecuada a las expectativas sobre los problemas referidos a la familia expresadas por el episcopado del mundo entero, sobre todo con ocasión del último Sínodo de los Obispos, he considerado oportuno instituir el Consejo Pontificio para la Familia, el cual sustituirá al Comité para la Familia que, como es sabido, formaba parte del Consejo Pontificio para los Laicos.
A este nuevo Organismo —que será presidido por un cardenal, ayudado por un Consejo de Presidencia compuesto por obispos de diversas partes del mundo— corresponderá la promoción del cuidado pastoral de las familias y del apostolado específico en el campo familiar, en aplicación de las enseñanzas y de las orientaciones manifestados por las instancias competentes del Magisterio eclesiástico, de modo que las familias cristianas sean ayudadas a realizar la misión educativa, evangelizadora y apostólica a la que están llamadas.
He decidido también fundar en la Pontificia Universidad Lateranense, que es la Universidad de la diócesis del Papa, un Instituto internacional de estudios sobre el matrimonio y la familia, el cual comenzará su actividad académica en el próximo octubre. Pretende ofrecer a toda la Iglesia esa contribución de reflexión teológica y pastoral, sin la cual a la misión evangelizadora de la Iglesia le faltaría un auxilio esencial. Éste será el lugar en el que se profundizará el conocimiento de la verdad sobre el matrimonio y sobre la familia, a la luz de la fe, con la ayuda también de las diversas ciencias humanas.
Pido a todos acompañar con sus propias oraciones estas dos iniciativas, que quieren ser un nuevo signo de la solicitud y de la estima de la Iglesia hacia la institución matrimonial y familiar, y de la importancia que Ella le atribuye de cara a su propia vida y a la de la sociedad.
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[1] La audiencia general del miércoles 13 de mayo pasa a la historia por el triste episodio del sacrílego atentado contra el Papa. En realidad la audiencia no llegó a celebrarse. A las 5 de la tarde, la plaza de San Pedro estaba inundada de fieles: de 30 a 40 mil romanos y peregrinos.
Entre ellos estaban los siguientes grupos de habla hispana: religiosas del Instituto de Hijas de María; religiosas de las Escuelas Pías, que toman parte en su IV conferencia general; el consejo general y las provinciales de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús; peregrinos de México, Guatemala, Bolivia y Argentina; 2, la peregrinación de la catedral de Castelló de Ampurias (Gerona), así como un grupo de matrimonios españoles.
El Papa entró en la plaza en su jeep blanco y pasó, como siempre, junto a las vallas saludando a los presentes. Apenas había terminado de dar la primera vuelta, cuando sucedió el atentado. La inmensa multitud quedó atónita y sumida en la más profunda consternación. La única reacción común fue la plegaria. Los altavoces explicaron lo acaecido y la inmensa asamblea comenzó a rezar... La voz del Vicario de Cristo no llegó a oírse. Juan Pablo II tenía preparados sus discursos: la catequesis dedicada a conmemorar el 90 aniversario de la publicación de la Encíclica Rerum novarum de León XIII, la alocución anunciando la oración del "Consejo para la Familia" y los saludos a los diversos grupos de peregrinos.
Publicamos estos textos que, aunque no han sido leídos, pasan a formar parte de las enseñanzas pontificias con un carácter especial por las circunstancias en que no fueron pronunciados. (L'Osservatore Romano, ed. en español, 17 de mayo de 1981, página 287)
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