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Luces que llegan a lo más hondo del alma, para que cualquier cristiano sepa situarse ante cualquier circunstancia política, social, de peligro o de tranquilidad, con las que se tenga que enfrentar en la vida
¿Qué nos ha recordado a todos el Papa en estos días de Semana Santa y de Pascua de Resurrección?
Después de leer con calma las palabras pronunciadas en los distintos momentos de las celebraciones, he sacado la impresión de que Benedicto XVI, más allá de los problemas que siempre van a acompañar el anuncio de Cristo Resucitado, ha querido subrayar verdades orientadoras, luces que llegan a lo más hondo del alma, para que cualquier cristiano sepa situarse ante cualquier circunstancia política, social, de peligro o de tranquilidad, con las que se tenga que enfrentar en la vida. Y que nunca le faltarán.
¿Qué verdades?
Dios está en el origen del hombre:
«La Razón estaba en el principio, la Razón creadora, divina. Y puesto que es Razón, ha creado también la libertad; y como de la libertad se puede hacer un uso inadecuado, existe también aquello que es contrario a la creación. Por eso, una gruesa línea oscura se extiende, por decirlo así, a través de la estructura del universo y a través de la naturaleza humana. Pero no obstante esta contradicción, la creación como tal sigue siendo buena, la vida sigue siendo buena, porque en el origen está la Razón buena, el amor creador de Dios. Por eso el mundo puede ser salvado. Por eso podemos y debemos ponernos de parte de la razón, de la libertad, del amor; de parte de Dios que nos ama tanto que ha sufrido por nosotros, para que de su muerte surgiera una vida nueva, definitiva».
Relación del hombre con Dios:
«Si el hombre fuese solamente un producto casual de la evolución en algún lugar al margen del universo, su vida estaría privada de sentido o sería incluso una molestia para la naturaleza. (…) El hombre en su misma esencia es un ser en relación. Pero, si se trastorna la relación fundamental, la relación con Dios, también se trastorna todo lo demás. Si se deteriora nuestra relación con Dios, si la orientación fundamental de nuestro ser está equivocada, tampoco podemos curarnos de verdad ni en el cuerpo ni en el alma».
Y quizá cuando algunos menos lo esperaban, el Papa menciona a Satanás:
«Hoy comprobamos de nuevo con dolor que a Satanás se le ha concedido cribar a los discípulos de manera visible delante de todo el mundo. Y sabemos que Jesús ora por la fe de Pedro y de sus sucesores».
Es la presencia del mal —también dentro de la Iglesia, “a los discípulos”—, del pecado, es esa “gruesa línea oscura”, es la rebelión del hombre contra Dios; quizá porque nunca acabamos de descubrir el Amor por el que Dios Padre nos ha creado, con el que Dios Hijo nos ha redimido, en el que Dios Espíritu Santo nos santifica. Nos acerca a Dios Trino.
Benedicto XVI sabe que ha recibido la misma misión que Pedro —“sostener la fe de sus hermanos”—; y sabe también “que Jesús ora por la fe de Pedro y de sus sucesores”.
Y en esa Fe, y de esa Fe, habla. Y desde esa Fe, invita a todos a razonar.
«Tenemos motivos para gritar en esta hora a Dios: “No permitas que nos convirtamos en no-pueblo. Haz que te reconozcamos de nuevo. Sí, nos has ungido con tu Amor, has infundido tu Espíritu Santo sobre nosotros. Haz que la fuerza de tu Espíritu se haga nuevamente eficaz en nosotros, para que demos testimonio de tu mensaje con alegría”».
Y, al final, una llamada a la Esperanza. Quizá sabía ya que más de 3.000 adultos recibirían las aguas del Bautismo en Francia, durante la Vigilia Pascual, y que unos 1.500 anglicanos se unirían a la Iglesia, cuando dijo estas palabras en la Misa Crismal:
«Cuando el papa Juan Pablo II sea beatificado el próximo 1 de mayo, pensaremos en él llenos de gratitud como un gran testigo de Dios y de Jesucristo en nuestro tiempo, como un hombre lleno del Espíritu Santo. Junto a él pensemos en el gran número de aquellos a quienes él ha beatificado y canonizado, y que nos dan la certeza de que también hoy está viva la promesa de Dios: Él sigue con nosotros, con la Iglesia, y lleva a cabo su obra».
Los Apóstoles vieron, y creyeron.
Ernesto Juliá Díaz
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