La santidad comporta el anuncio de la fe, vencer la vida cómoda, salir al encuentro de los necesitados
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La santidad comporta el anuncio de la fe, vencer la vida cómoda, salir al encuentro de los necesitados
Los primeros santos canonizados por el Papa Francisco, el 12 de mayo, son casi 800 mártires de Otranto (Italia), decapitados en 1480, y dos religiosas, de Colombia y México.
La canonización de los mártires de Otranto (beatificados en 1771 por Clemente XIV, papa franciscano) había sido decidida por Benedicto XVI en la misma audiencia en que anunció su renuncia (11-II-2013).
Estos mártires, en palabras del Papa Francisco, «no quisieron renegar de la propia fe y murieron confesando a Cristo resucitado. ¿Dónde encontraron la fuerza para permanecer fieles? Precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los límites de nuestra mirada humana, más allá de la vida terrena, hace que contemplemos “los cielos abiertos” −como dice san Esteban− y a Cristo vivo a la derecha del Padre». Esto, observa el Papa, nos llama a conservar la fe como un tesoro, pues Dios no dejará que nos falten ni las fuerzas ni la serenidad; y a la vez hemos de pedir el valor para tantos cristianos que todavía hoy sufren violencia.
La santidad comporta el anuncio de la fe
La primera santa colombiana, santa Laura Montoya Upegui (1874-1949), fue «instrumento de evangelización, primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella».
Esta santa, señala el Papa, «nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente −como si fuera posible vivir la fe aisladamente− sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos». Y añade: «En cualquier lugar que nos encontremos, nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe la comunidad de cristianos y nuestro propio corazón y a acoger a todos sin prejuicios ni reticencias, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos: que no son nuestras obras ni organizaciones, ¡lo más valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio!».
Vencer la vida cómoda, salir al encuentro de los necesitados
En México, santa Guadalupe García Zavala (“madre Lupita”: 1878-1963) renunció a una vida cómoda para dar testimonio de Jesús del modo en que Dios se lo pidió. Así lo dice el Papa Francisco, subrayando «cuánto daño nos hace la vida cómoda, el bienestar, el aburguesamiento del corazón nos paraliza». Concretamente, «Madre Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital ante los enfermos y los abandonados para servirles con ternura y compasión. ¡Y esto se llama tocar la carne de Cristo. Los pobres y los abandonados, los enfermos, los marginados son la carne de Cristo. Y la madre Lupita tocaba la carne de Cristo y nos enseñaba esta conducta: no avergonzarnos no tener miedo ni repugnancia a tocar la carne de Cristo!».
Y así se nos invita también a todos para que −de modos muy diversos, según nuestras circunstancias− amemos como el Señor nos ha amado: «Y esto conlleva no encerrarse en uno mismo, en los propios problemas, en las propias ideas, en los propios intereses, en ese pequeño mundito que nos hace tanto mal; sino salir e ir al encuentro de quien tiene necesidad de atención, compresión y ayuda, para llevarle la cálida cercanía del amor de Dios, a través de gestos concretos de delicadeza y de afecto sincero y de amor».
Fidelidad (con fortaleza si es necesario hasta el martirio), evangelización y caridad. Son lecciones de los santos que cuestionan nuestra vida como cristianos. Por eso concluye el Papa con algunas preguntas para reflexionar durante nuestra jornada: «¿Cómo es mi fidelidad al Señor? (…) ¿Soy capaz de ‘hacer ver’ mi fe con respeto, pero también con valentía? ¿Estoy atento a los otros? ¿Percibo quién padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y hermanas que debo amar?» (Para los textos, cf. Zenit.org, 12-V-2013).
En suma, en esta jornada histórica se manifiesta la unidad de la sede de Pedro, en torno a la santidad de los cristianos: una santidad que se expresa y alcanza en el martirio, la evangelización y la caridad.