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Películas que se nos hacen cercanas y entrañables, pues transmiten conflictos interiores reales y verdaderos, reacciones necesarias y constructivas… que ayudan al individuo a vivir en paz consigo mismo…
En las últimas semanas hemos podido ver algunas de las mejores películas del año, y no sólo por su evidente calidad cinematográfica sino también por lo que trasmiten con sus historias. Son trabajos honestos en su concepción y respetuosos en su elaboración, que tratan de dejar al espectador libre en sus juicios y que intentan bucear en la conciencia para redimir a sus personajes desde lo más profundo.
El compromiso de estas películas supera la simple denuncia política o la reivindicación social que las situaciones exigirían, y el calado con que sus directores afrontan las cuestiones es de orden antropológico y humanista: lo importante es la persona, y en ella reside la clave para hacer que la sociedad sea más tolerante y pacífica, más humana y digna.
Las películas en las que he querido fijarme son Encontrarás dragones de Roland Joffé, De dioses y hombres de Xavier Beauvois, Incendies de Denis Villeneuve, y En un mundo mejor de Susanne Bier. Las dos últimas compitieron por el último Oscar a Mejor película en habla no inglesa, la francesa fue la triunfadora en los premios Cesar y quizá la mejor del año, mientras que la del británico Joffé acaba de iniciar su recorrido comercial y cuenta con un encomiable plantel de profesionales.
Son grandes películas con su sello particular, pues mientras que Beauvois apuesta por la contención y la contemplación, Joffé lo hace por la épica y la aventura, Bier por el impacto emocional y Villeneuve por un férreo guión lleno de sorpresas. Cada una tiene su punto fuerte sobre el que estriba el resto de aspectos técnico-artísticos… y así podemos disfrutar del diseño de producción de “Encontrarás dragones” o de la planificación de “En un mundo mejor”, del guión de “Incendies” o del equilibrio y paz espiritual que respira “De dioses y hombres”.
Sin embargo, lo que tienen en común las cuatro películas es su apuesta por el perdón y la reconciliación, unas veces en un entorno bélico y otras en la difícil convivencia social o familiar. Las guerras civiles de España o Argelia son el marco para que Josemaría Escrivá o los siete monjes cistercienses respondan con actitudes acogedoras y respetuosas con la libertad ajena, que encuentran su sentido en el amor a la persona y su razón última en el mismo Dios.
Las situaciones que viven estos personajes son especialmente dramáticas, rodeados de violencia y crueldad extremas que terminan en asesinatos de inocentes y en un espíritu de venganza que se activa sin remedio: ni Josemaría ni los monjes entran a la cuestión política o de justicia social que se dirime en ese momento, porque intentan elevarse a otro orden superior, porque quieren ponerse en el lugar del otro y comprenderle, porque piensan que la libertad individual y de conciencia está por encima de otro tipo de razones. Su reacción es ejemplar, auténtica, íntegra… propia de gentes que han puesto su mirada en el corazón del hombre y en el más allá.
Similar actitud de perdón podemos contemplarla en Nawal (“Incendies”), dispuesta a perdonar a ese hijo maltratado por la vida y el destino, y que acabará siendo su puñal; o en Anton (“En un mundo mejor”), capaz de poner la otra mejilla porque ha experimentado que todos necesitamos ser perdonados, que el problema no es de injusticia social sino de falta de amor, que la violencia sólo engendra más violencia, aunque se dé primero y más fuerte creyendo así acabar de raíz con el problema.
En estas dos películas, la guerra del Líbano o los conflictos tribales en el África son reflejo de otras tensiones interiores y personales, de pérdida de las raíces personales o de dominio de uno mismo: Nawal ha sufrido el desgarro de un hijo que le es arrebatado y no recobrará la paz hasta cumplir la promesa que le hizo, mientras que Anton necesita reparar su infidelidad para volver a tener el amor de su esposa. Sólo en el ámbito personal puede alcanzarse la paz que después se desplegará en el orden social y político, y eso lo saben muy bien Denis Villeneuve y Susanne Bier.
Por otro lado, observamos también una búsqueda del padre o de la madre en varias de estas películas, unas veces a causa de un fallecimiento (“En un mundo mejor”), otras por desconocimiento de quiénes son los progenitores (“Incendies”) o por haberse estropeado la convivencia familiar y ser necesaria una reparación (“Encontrarás dragones”): son familias rotas por la enfermedad, la guerra o la infidelidad.
En esas historias hay mucho dolor y mucha necesidad de restaurar ese cauce de afectividad que da sentido a la propia identidad, y también muchos silencios heroicos de quienes guardaban en su corazón sentimientos de cariño y fidelidad al hijo (véase esa Nawal sufriente o ese Manolo agónico que han vivido con la idea fija de no fallar a su hijo, e incluso ese Claus viudo que sufre la rebeldía de su hijo Christian que no acepta la muerte de su madre).
Son padres heroicos en situaciones difíciles, pero que muestran la misma realidad presente en otras vidas más ordinarias, como la del padre de Josemaría en “Encontrarás dragones”, alguien que le enseñó a perdonar con su vida diaria, sin el espectáculo de una guerra, para después saber hacerlo cuando llegaran esas situaciones límite.
Sin duda, habrá quien considere algunas de estas manifestaciones de perdón o de redención del hijo que acepta al padre como historias con un mensaje moralizante y tradicional. Sin duda, algo de eso hay… con mayor o menor explicitud, pero la realidad es que el hombre es así y que no puede traicionar su propia naturaleza, con lo que es necesario reflejarlo en el cine, sin tener reparos a dar al espectador un sentido de esperanza en la vida y en las personas… siempre que se haga con sentido artístico y sensibilidad.
Por eso, las películas mencionadas se nos hacen cercanas y entrañables, pues transmiten conflictos interiores reales y verdaderos, reacciones necesarias y constructivas… que ayudan al individuo a vivir en paz consigo mismo frente a los dragones que todos encontramos o en medio de los incendios que a veces provocamos con nuestras respuestas airadas, sin recurrir a venganzas y explosiones de ira en la misma convivencia ni renunciando a dar respuestas cuasi-divinas… por muy hombres que seamos. Lo que hemos visto en Josemaría, en los monjes, en Nawal o en Anton son, en definitiva, manifestaciones del espíritu humano de individuos que han aprendido a acercarse a los demás para aprender de ellos, y a perdonar para mejorar.
Julio R. Chico
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