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Desde hace casi dos siglos los Papas de la Iglesia católica han crecido en estatura y prestigio, cada uno con su estilo y cada uno muy en su momento histórico, varios de ellos santos; es indudablemente un signo de la providencia de Dios
La misa de inicio del ministerio del papa Francisco fue cálida y serena, invadida por el sentimiento unánime de la Plaza San Pedro de que estamos ante un pastor que inaugura un nuevo estilo de ser Pontífice.
El tiempo se portó muy bien, casi como si quisiera saludar sonriendo al sucesor de San Pedro. La aglomeración de gente era enorme, pero había mucho orden y alegría en los rostros de todos, una alegría llena de esperanza por todo lo que los primeros signos de este pontificado nos está prometiendo: cercanía de un pastor amable, piadoso, que habla de San José con conmovedor acento de fe.
Si Roma es el centro de la Iglesia católica, en estos momentos parece un poco el centro del mundo, en una plaza, como dijo Francisco el domingo pasado en el Ángelus, que con los medios de comunicación tiene las dimensiones del mundo.
La plaza
Plaza grande, pero en la que todos nos sentimos acogidos, en casa, porque tenemos la sensación de tener en Francisco a alguien que ya nos es familiar. “Me gusta este Papa, me comentaba en la plaza San Pedro una joven estadounidense, en castellano con acento americano, porque tiene mucho corazón”.
Flamean muchas banderas, pero predominan las argentinas. Todos lo ven natural. Al que tiene una bandera argentina todos le felicitan y le sonríen, y sabe que en breve tiempo se le acercará algún periodista de la televisión americana, inglesa, brasileña, italiana, o de la radio, o de algún diario, y le preguntará cómo se ha sentido, qué le parece el nuevo Papa, y cosas por el estilo.
Al Papa le gusta mucho hablar de la periferia, como dijo días atrás el cardenal Hummes. Esta palabra salió también en su extraordinaria homilía de inicio de pontificado. Nos dijo que a veces tenemos a los débiles, a los enfermos, a los pobres, demasiado en la periferia de nuestro corazón.
De la periferia al centro
Se me ocurre pensar que si los argentinos estamos en la periferia del mundo, como dijo Francisco cuando al salir al balcón de San Pedro manifestó que habían elegido como Papa a uno que estaba en el fin del mundo, en estos días los argentinos estamos un poco en el centro de la atención de todos.
Será este un comentario algo “localista”, pero la verdad es que en estos días en Roma ser argentino es diferente, porque es recibir de inmediato una sonrisa y congratulaciones.
En el fondo es cariño y aprecio no solo por los argentinos, sino también por el papa Francisco. Estilo nuevo de ser Papa, y al mismo tiempo en plena continuidad con los anteriores.
Desde hace casi dos siglos los Papas de la Iglesia católica han crecido en estatura y prestigio, cada uno con su estilo y cada uno muy en su momento histórico, varios de ellos santos. Es indudablemente un signo de la providencia de Dios.
Rasgos de Juan XXIII
El Espíritu Santo nos sorprendió una vez más, como nos sorprendió con el papa Wojtyla, y yo diría que más aún ahora.
Francisco tiene rasgos de Juan XXIII y de Juan Pablo I, como la sencillez, la espontaneidad, la humildad, la cercanía, la soltura.
Tiene un perfil ya muy nítido, como si hubiera querido autodefinirse en seguida.
Elige como claro modelo y protector a San Francisco de Asís. Se le nota una gran libertad de espíritu y al mismo tiempo se advierte firmeza y seguridad y no deseos de hacerse el simpático.
Es mariano: su primer acto es ir a regalar flores a la Virgen en la Basílica de Santa María la Mayor.
Escogió centrar su homilía de inicio de pontificado en San José, diciendo palabras que solo puede decir quien ha meditado mucho en la figura del Custodio de la Virgen.
La Virgen es figura de la Iglesia. Francisco se ve como custodio de la Iglesia y nos invita también a todos a ser custodios de los dones de Dios, de la creación, del hombre y la mujer, de la vida, del ambiente, hasta de los desprotegidos.
Realmente no sé qué decir de este Papa, porque todo me viene a la cabeza simultáneamente.
Me impresiona mucho la rapidez con que entró en el corazón de todos. No es, creo, un primer impacto momentáneo. Es una recepción de gente que de pronto se ve llena de esperanza y que, quizá sin darse cuenta, se alegra al experimentar una sensación de unidad y familiaridad.
Algunos comentarios inquietos de los días del cónclave y precónclave nos presentaban a grupos de cardenales en tensión. Y no fue así.
Obra del Espíritu Santo
Junto a diferencias normales, en estos momentos se ha advertido entre los cardenales una especial unidad, motivada a mi entender por el deseo común de todos en la Iglesia de lanzarla a una nueva evangelización en todas las regiones del mundo, con la novedad de un evangelio asumido y transmitido en su esencialidad y radicalidad.
La elección del nombre Francisco, que le vino al cardenal Bergoglio cuando las votaciones le hacían ya electo, no se lo tenía preparado, no preveía su elección, es algo del Espíritu Santo.
Ahora todos entienden, me atrevo a decir, que era verdaderamente el mejor nombre y el mejor programa. Es lo que en estos momentos necesita la Iglesia.
Estábamos tan habituados a malas noticias, que esta buena noticia nos ha dejado estupefactos y por eso todavía no terminamos de creérnosla.
Ahora no nos acostumbremos. Los dones son una responsabilidad. Custodiemos al nuevo pastor, apoyémosle con nuestra fe, nuestra oración, o al menos con nuestra buena voluntad.
Juan José Sanguineti, doctor en Filosofía.
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