El 13 de marzo los cardenales eligieron al Papa Francisco en un clima de máxima expectación mediática global, que continúa en la medida en que audiencias y medios van conociendo a un pontífice inesperado. En Roma había 5.600 periodistas acreditados; 150.000 personas abarrotaban la Plaza de san Pedro. A las 19.07, 11 millones de espectadores de televisión vieron la ‘fumata’ blanca, una cifra que sólo está al alcance de pocos acontecimientos (sobre todo deportivos). ‘Twitter’ dice oficialmente que ese día hubo más de 7 millones de ‘tuits’ sobre el Papa. Cuando se anunció su nombre al mundo, el ritmo era de 300.000 ‘tuits’ por minuto.
Son datos que sitúan la elección del Papa entre los eventos únicos por su difusión. ¿Por qué esta fascinación de medios y audiencias?
El Papa goza del máximo interés informativo. Es fuente de best sellers literarios, programas con audiencias millonarias, vídeos de circulación masiva por la red, cuentas de Twitter con miles de seguidores. En estos tiempos de audiencias fragmentadas y atención masiva, la demanda y cobertura de los medios está asegurada. Las preguntas que plantean la Iglesia y la religión están en el centro de la opinión pública. Como comprobamos estos días, cuando se habla del Papa, la audiencia aumenta.
El valor y la visibilidad mediática del Papa recibieron un impulso considerable durante el pontificado de Juan Pablo II. Los medios se hicieron eco de sus multitudinarios encuentros con la gente y fueron poderosos altavoces de su mensaje. La elevada presencia en los medios continuó en el pontificado de Benedicto XVI, que se ha encontrado hasta sus últimas horas como Pontífice en portada de ediciones digitales e impresas y abriendo programas de noticias en televisión. El 28 de febrero las audiencias despidieron en directo a Benedicto XVI, después del "shock" que produjo su renuncia. Su helicóptero se marchó rodeado de flashes, micrófonos y cámaras de televisión, tuits y entradas de blog en una retransmisión que fue calificada como impecable y sorprendente.
Por otra parte, pocas instituciones son tan verdaderamente globales como la Iglesia Católica, con casi 1.200 millones de fieles en los cinco continentes. Un análisis demasiado eurocéntrico y norteamericano del Papa podría hacer pensar que la institución que preside está en declive. Los datos no avalan esa afirmación. En realidad, la Iglesia Católica crece más que la población mundial. Ha pasado de 266 millones de fieles en 1900 a 1.197 en 2010. En algunos lugares de América, Asia y África el aumento de sus cifras es explosivo. En Asia, por ejemplo, el porcentaje de católicos se dobló en el s. XX. En 1900 había apenas un millón de católicos en África. Hoy suman 160 millones, en una estimación demográfica que se considera conservadora.
Además, el valor televisivo de las imágenes que llegan de Roma es indudable. Por eso los grandes rostros de las televisiones del mundo aguardaban la noticia en directo. La Capilla Sixtina o la Plaza de San Pedro son lugares de belleza espectacular que configuran el "set" de televisión soñado por cualquier realizador. Esta vez las imágenes nos han acercado también a lugares que aún no habíamos visto y se multiplican las fotografías interesantes, ayudadas por la facilidad para compartir que provocan redes sociales y plataformas móviles. Quizá estamos aún demasiado cerca de los hechos, pero el Papa Francisco está demostrando especial sensibilidad para los gestos y los símbolos. No sólo dice cosas sino que las hace.
Todos estos factores explican, en parte, la fascinación de medios y públicos. Quizá el interés de esta noticia global única tenga que ver con el carácter de referencia del Papa en un mundo de vínculos débiles e inestables, donde todo cambia. De momento, el Papa, la Iglesia y las preguntas que plantean están en portada, en la televisión y en la red de nuestra "aldea global". Lo seguiremos viviendo (y estudiando) en directo en los próximos días. De los Cónclaves salen líderes mundiales.