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La nueva sinceridad del bloguero novel mexicano
La sinceridad del bloguero novel mexicano, que publicó aquello de ¡Siempre renuncias, Benedicto! y que aquí recogí el pasado 12 de febrero, cuando tenía 37 comentarios (hoy tiene 3203), ha publicado de nuevo una entrada en su ya crecido blog.
Esta vez −ha pasado el tiempo y también pasaron los miles de comentarios−, y aquello que era una inocente admiración con un nombre, se convierte ahora en una más consciente interrogación con otro nombre.
Entre tanto paralelismo hay que tener de entrada una conciencia clara, sin posibles equívocos y a ser posible sin la mínima de las posibles comparaciones que quepa imaginar: y es que Benedicto ya no existe como Papa: porque su renuncia hace que hoy sea como alguien que ha muerto, aunque aún nos queda Joseph Ratzinger; porque el único Obispo de Roma, el único Papa que hoy tenemos en el mundo es y se llama Francisco.
Conscientes de esta realidad, sucede que la sinceridad −ahora entiendo más consciente que inocente− del bloguero mexicano (que responde al nombre de Daniel González) escribe ahora por primera vez al Papa y le dice, así, sin más: "¿Vas a trabajar, Francisco?".
En la primera frase dice Daniel "Francisco I", probablemente sin saber que es, simplemente "Francisco". He quitado lo que sobraba. Por lo demás, éste es el texto o la confesión pública o el diálogo que le abre a Daniel la presencia del Papa Francisco:
¿Quién eres tú, Francisco? ¿Por qué me sorprende tanto verte? ¿Por qué es tanta la expectativa a tu alrededor? ¿Qué es lo que vas a hacer? ¿Vas a trabajar?
Todas las mañanas, cuando llevo a mi hermana a la escuela, rezamos un Padrenuestro y luego un Ave María. No conozco muchas más oraciones, y de hecho, son esas las que más nos gustan, por su sencillez y su universalidad. Las puede rezar cualquiera.
Por eso, hoy que estaba en mi casa, viendo al nuevo Papa, sentí algo muy extraño cuando escogió rezar exactamente lo que yo, y millones de católicos rezamos a diario. Sentí algo muy extraño cuando me di cuenta que el nuevo Papa me estaba haciendo orar, no sólo gritar o vitorear su nombre. Sentí algo muy extraño cuando me pidió que yo lo bendijera y pidiera por él, al igual que mis demás hermanos, antes incluso de darme la bendición. Sentí algo muy extraño al verlo salir sin tantos adornos, sencillo, con gestos no de celebridad, sino de siervo. Con una sonrisa que esconde tantos años de trabajo.
Y vaya, que hoy, sentí que a mis 23 años, cuanto me hace falta trabajar.
Bienvenido Francisco, a una Iglesia que está en crisis, pero que lo ha estado desde el primer día que fue instituida y que lo estará hasta el día que se termine el mundo. Bienvenido a un mundo que te atacará, lleno de gente que no piensa como tú, y gente que odia lo que tú crees. Bienvenido a un pueblo que te juzgará, inclusive dentro de tu misma casa. Bienvenido al trabajo.
Hoy, Francisco, quiero trabajar contigo. Quiero seguir tu ejemplo, quiero quitarme mis adornos y salir por el balcón a servir a la gente. Quiero lanzarle una sonrisa al mundo. A los que esperan mucho de mí, poco, o nada, quiero servirlos a todos. A los que no opinan como yo, quiero servirlos. A los que he lastimado o lastimaré, quiero servirlos. Quiero trabajar contigo desde mi hogar, en las cosas que puedo hacer desde hoy. No quiero imponer mi opinión religiosa, quiero compartir la verdad: que todos somos hermanos. Que el amor, nos ama. Que ese amor es un Padre.
Hoy Francisco, quiero ser el último en la fila. Quiero ser el del último lugar del estacionamiento, y el último en servirse de comer. Quiero poder superar mis miedos y vencer mis malos hábitos, pero además quiero pasar desapercibido. Quiero que la gente se dé cuenta que mi Iglesia no está para conquistar al mundo, sino para servirle. Quiero que Evangelizar a todos los pueblos, se traduzca en caridad para todas las naciones.
Y sé que tú trabajarás conmigo. Sé que no estoy sólo porque el representante de mi Iglesia se despertará todos los días muy temprano para trabajar. Sé que orarás y contemplaras, y al mismo tiempo actuarás. Sé que te haces de cocinar todos los días. Sé que viajabas en metro en tu país. Sé que naciste de padres humildes. Y sé que no flaquearás. Sé que te atacaran, igual que todos los días nos ataca nuestra pena cuando decimos ante un público tan tímidamente: “somos católicos”.
Hoy salgo de ese balcón y le grito al mundo que soy católico, no porque quiera presumirlo, y tampoco porque quiera demostrar un punto. Lo hago porque el mundo necesita que me deje de dar pena decir que voy a servirlo. Me acordaré que soy católico la próxima vez que me dé flojera hacer mi trabajo. La próxima vez que quiera mentirle a un cliente. La próxima vez que quiera copiar en un examen. Me acordaré también cuando en una fiesta ofrezcan droga, esa que a tantas familias destruye. Me acordaré el día que me asalten, o me secuestren y tenga que perdonar a los que me ofenden. Me acordaré el día que me insulten o critiquen y tenga que preocuparme por ellos. Me acordaré que soy católico el día que ya no quiera ver a mi familia, o el día que prefiera divertirme en lugar de ir a un evento de mi hermana. Me acordaré que existes tú, Francisco, como tantos antes de ti, que también tuvieron que luchar contra sí mismos. Que también tuvieron que aguantar tanto. Que también tuvieron que trabajar tanto.
Hoy salgo de ese clóset en el que vivo cada que me da pena compartir un estado de facebook donde se mencione a Dios. Hoy salgo de esa ignorancia tan palpable en mi vida donde no conozco nada de mi religión. Hoy me doy cuenta que no soy católico porque sea el mejor. Hoy me acuerdo que Jesús vino a sentarse con prostitutas e hipócritas y por eso mismo está sentado en mi vida.
Hoy, Francisco, te agradezco por aceptar el papado, te agradezco que te rieras. Te agradezco que salieras tan humilde, que te inclinaras para ser bendecido por tus fieles. Te agradezco que recordaras al Papa pasado. Te agradezco que hables mi idioma, y que te guste el fútbol. Te agradezco que hoy me hayas puesto a rezar un Padrenuestro y un Ave María. Porque así de sencillo, hoy me has abierto los ojos.
Francisco, a partir de hoy, yo trabajaré contigo.
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