Aplicar a la elección de un nuevo Papa categorías y etiquetas políticas no denota demasiada fe, ni demasiada esperanza...
Alfa y Omega
Aplicar a la elección de un nuevo Papa categorías y etiquetas políticas no denota demasiada fe, ni demasiada esperanza..., ni siquiera demasiada inteligencia
Fue en un programa de la COPE: preguntaba Cristina López Schlichting a unos niños quién creían ellos que sería el nuevo Papa.
Una niña de 6 ó 7 años respondió: «El que mejor se sepa a Jesús». Contra eso no hay relativismo, ni humo de Satanás, ni Vatileaks, que valga... Se lo contaba un sacerdote, en la catequesis de una parroquia, a otros niños y les preguntó qué pasaría si hubiera un empate entre los que se sabían bien a Jesús. Un chavalito le dio la solución: «A cara o cruz... y al que le salga cruz». Contra esto tampoco hay campañas mediáticas que valgan
Yo no tengo la menor duda de quién será el nuevo Papa: será, naturalmente, el que quiera el Espíritu Santo, que habla en el Cónclave y antes del Cónclave, a través de las mediaciones humanas, por ejemplo en las determinantes reuniones de cardenales en las que se va trazando el perfil de sucesor de Pedro que hoy necesita la Iglesia. Así ha sido siempre y así será también esta vez. Esta es una semana esencial.
Las matemáticas de Dios son diferentes de las nuestras. Según las nuestras −y visto lo visto−, lo más lógico sería pensar que el próximo Papa sea más joven, bastante más joven. La situación que vive hoy la Iglesia es muy parecida, por no decir casi igual, a la que vivió tras la muerte repentina de Juan Pablo I. Igual que la renuncia de Benedicto XVI, fue algo inesperado y sorprendente. De aquel Cónclave salió elegido, como sucesor de Pedro, Karol Wojtyla. Según nuestras cortas matemáticas, que ocurriera algo parecido ahora sería lo más lógico, pero el Señor ya nos advirtió: «Mis caminos no son vuestros caminos». ¿Nos lo creemos, o no nos lo creemos?
Después de que Benedicto XVI haya escrito su mejor y definitiva encíclica, sin escribirla, con su gesto profético en el Año de la fe −«hay cosas, ha dicho estos días el cardenal Rouco, que sólo se pueden comprender con los ojos de la fe»−, este Papa emérito, leal a la fe y fiel a su conciencia, ha trazado, en realidad, el identikit de su sucesor, cuando ha dicho: «En el mundo de hoy es necesario tener, en el cuerpo y en el alma, el vigor necesario para afrontar las rápidas mutaciones y las cuestiones de suma relevancia para la vida de la fe».
Lo que menos importa, lo que menos les va a importar a los cardenales electores, por mucho que prensa, radio y televisión digan lo contrario y traten de condicionar o presionar, no va a ser si el Papa es negro o blanco, si es asiático, africano, americano, o europeo, sino si tiene las cualidades y la sabiduría y la prudencia para afrontar esas cuestiones decisivas; en una palabra, como decía la niña de 6 años, si se sabe o no se sabe a Jesús; porque resulta que ni la Iglesia es un partido político, ni una multinacional, ni el Papa es un Consejero Delegado. Aplicar a la elección de un nuevo Papa categorías y etiquetas políticas no denota demasiada fe, ni demasiada esperanza..., ni siquiera demasiada inteligencia. Esto no es una cosa de derechas ni de izquierdas, sino de por arriba, de muy por arriba.
¿Han visto ustedes la foto de despedida de Benedicto XVI a la Pietá, al sepulcro de su antecesor, al sepulcro del apóstol Pedro? Yo, no. Sí he visto el momento en el que el helicóptero, con el Papa a bordo, sobrevolaba la cúpula de la basílica de San Pedro y, poco después, el Coliseo romano: en unos segundos, veinte siglos de cristianismo. Cuando le preguntaron si él era el final de lo viejo, o el inicio de lo nuevo, respondió: «Las dos cosas».
A las 8 de la tarde del 28 de febrero dejó de ser Papa; a las 8:05 estaba de rodillas ante el sagrario. En la capilla del Santísimo de la basílica de San Pedro, ésa por la que los turistas pasan de largo en su inmensa mayoría, a pesar de que es lo esencial en la basílica, unas religiosas contemplativas se turnan, día y noche, en adoración permanente al Santísimo, que a veces parece hacerse el dormido en la barca, pero que es Quien, en realidad, lleva siempre el timón, porque la Iglesia es suya, no nuestra.
Otra religiosa de clausura, carmelita en el Cerro de los Ángeles, nos ha interpelado a todos, estos días: «¿Es posible que haya algún cristiano que no vea en todo esto la Providencia de Dios?».