El Mundo (Entrevista de Pilar Urbano)
Educada en la disciplina comunista, vino a Madrid, se casó, tiene seis hijos, se hizo católica e ingresó en la Obra. Se lo cuenta a Pilar Urbano
Me invitan a un pase privado de ‘Encontrarás dragones’, del oscarizado Roland Joffé, director de La Misión, Los gritos del silencio, La ciudad de la alegría, y tal y cual. «No es un ‘biopic’ de Josemaría Escrivá», me advierte Ignacio Gómez-Sancha, el productor. «La historia ocurre en la Guerra Civil, y hay amor, celos, dobles juegos, mentiras, odios y perdón. A Escrivá lo vas a ver más con corbata o con pelliza que con sotana». Luego, a lo práctico: «Estaréis cuatro personas: tú, un agente de bolsa, un catedrático de Filosofía y una economista rusa… bisnieta, por cierto, de Pasionaria».
Alguna varilla de mi reactor cerebral se pone en ignición. «¿Podrías preguntarle a la rusa si después del pase se dejaría entrevistar… sin anestesia?». En un par de horas, Gómez-Sancha me da la respuesta: «Sólo un problema: nunca ha hecho declaraciones». Mejor, me llevo la primicia.
Aviso a Pepe Ayma. Se presenta en la sala de proyección con sus bártulos de fotografía, gran angular, zoom, trípode y… un póster de Escrivá y otro de Pasionaria. No sé qué juegos malabares habrá inventado. Ponen la película. Y allí estamos, callados, en penumbra, atrapados por los dragones. A mí hasta se me olvida la economista rusa.
Se llama Anna Biriukov. Eslava, rubia, ojos claros. Aplomo y carácter. Un racimo de apellidos españoles y rusos. En sexto lugar, Ibárruri.
Dolores Ibárruri y mi bisabuela Bernardina eran hermanas. Además, en 1937, cuando la Guerra Civil española, Bernardina envió a Rusia a tres de su hijos pequeños, Amelio, Elsa y Sira, para ponerlos a salvo. Eran vascos y salieron por Bermeo en uno de los paquetes de niños de la guerra. Allí los distribuyeron en orfanatos. Dolores, Pasionaria, que también huyó a Rusia, se encargó de ellos. Los visitaba en las casas de niños, les llevaba ropa, alimentos, juguetes, libros… cariño.
Los niños de Stalin les llamaban. «Tras de ti marcharemos, Stalin, por la línea que Lenin trazóóóó...». Era una marcha patriótica que se cantaba en las casas de niños españoles de la URSS.
Se les cruzó todo: la guerra española, la guerra mundial… Aquellos niños no volvieron a ver a sus padres. Para ellos, Pasionaria no fue la tía Dolores: fue una verdadera madre. Andando el tiempo, Amelio se marchó a Cuba. Elsa y Sira se quedaron en Rusia. Allí hicieron su vida. Elsa es mi abuela materna. En Stalingrado conoció a otro niño de la guerra, Adolfo, hijo de un minero asturiano. Se doctoraron en Ciencias Químicas en la Universidad de Moscú. Se enamoraron, se casaron, y a su hija le pusieron Dolores por agradecimiento a Pasionaria. Esta segunda Dolores, nacida y criada en Rusia, es mi madre. Ésa es la saga.
Entonces, ¿sangre española por tus cuatro costados?
No. Mi padre, Leonid Biriukov, mis abuelos Vladimir y Raïsa, y todos los antepasados de él y de ella son rusos, rusos… de todas las Rusias (al ver que me río, se echa a reír).
¿Tienes algún recuerdo de Pasionaria?
Yo nací en Moscú en 1975, y Dolores estaba allí; pero murió Franco y al poco ella se vino a Madrid. Cuando volvía a Moscú, iba a nuestra casa. Nos traía regalitos de España. Yo era pequeña y sé más por la historia y por lo que se hablaba de ella en mi familia que por mis vivencias personales.
Bisnietos guapos y rusos
Es curioso, Anna, el día que conocí a Pasionaria me habló de ti. Sin nombrarte. Era una mañana de junio de 1977, en las primeras Cortes de la democracia. Cortes Constituyentes. Ella presidía la Mesa de Edad. Fui a saludarla en el Salón de Pasos Perdidos. Me impresionó su figura grande, enlutada, imponente.
Le pregunté: «Después de tantos años fuera, ¿es importante volver a sentarse ahí?». Me contestó rápida: «Lo importante no es sentarse, sino sentirse». Y por quitar hierro, soltó una carcajada. Mientras reía le vi varias piezas de oro en la dentadura. Lancé una broma: «¿Ése es el oro de Moscú?».
Fue un tema muy manido durante el franquismo: el Gobierno republicano había trasladado a Moscú 510 toneladas de oro, de las reservas del Banco de España, que nunca volvieron.
Pasionaria se puso muy seria al contestarme: «Yo en Moscú no he dejado oro. He dejado algo de mucho más valor: un hijo enterrado, una hija viva, sobrinos, nietos, bisnietos… –ahí empezó a subir el tono gradualmente– ¡altos, fuertes, guapos, comunistas, soviéticos!».
Entre esos «bisnietos guapos, comunistas, soviéticos» estabas tú, Anna.
Sí, mi educación fue comunista y atea. Estudié en colegios soviéticos. Lo que había, lo normal. Y milité en las organizaciones del Partido. Era lo establecido. Si no, no te sellaban el ticket. A los 7 años entré en Oktiabriata, los Octubristas, una organización infantil comunista, y me dieron la estrella roja del Niño Lenin. Dos cursos después, pasé al Pionery, Movimiento de Pioneros, donde me impusieron la insignia y el pañuelo rojo para atarlo al cuello con un nudo especial.
A los dieciséis años, cuando me tocaba entrar en el Komsomol, Unión Comunista de la Juventud, empezó la Perestroika, se aflojó el rigor, las cosas cambiaron bastante. Y en 1992 nos vinimos a España. Pero mientras viví en Rusia no me enseñaron democracia, ni economía de mercado, ni religión. Bueno, siempre hay una abuela que… Siendo yo pequeña, mi abuela Raïsa, en vez de decirme "que viene el lobo", me decía: «Anna, que Dios te ve», «Anna, eso que has hecho no le gusta a la Virgen». Monserguitas, pero se me iba quedando que había algo más.
Al venir a España, ¿te afiliaste a Izquierda Unida?
No. Tenía 17 años y me centré en estudiar Económicas. Empecé a salir con Nacho. Es ingeniero, como mi padre y como mi abuelo. Me lleva 9 años. A mi futura suegra le espantaba la idea de que su hijo se casara con una chica sin bautizar. Yo no tenía nada contra la religión católica, pero tampoco la conocía.
No sé si te has fijado, al inicio de ‘Encontrarás dragones’, aparecen dos rótulos: uno dice que «en 1936 se produjo en España una sublevación militar contra el Gobierno legalmente establecido»; el otro da el ambiente de crispación religiosa: «Había que jurar sobre la Biblia, o escupir en ella. Y todos te preguntaban: “¿De qué lado estás tú?”».
En Rusia ni juré sobre la Biblia, ni escupí en la Biblia. No había Biblia. Ya en Madrid, por amor a Nacho, empiezo a recibir catequesis. Voy descubriendo el Antiguo Testamento, el Evangelio, las riquezas espirituales de la Iglesia… Sobre todo, me voy encontrando con una persona: Jesucristo. Es un proceso sereno. No quiero que sea un trámite para la boda. Es más, no hay boda hasta tres años después. Llego a la fe con racionalidad, con sinceridad, con libertad. Y con mucha alegría. Bueno, digo «llego a la fe», pero no llego sola. Dios me lleva. Y me bautizo.
¿Consternación familiar ruso-soviética?
Hmmm… No asistieron a mi fiesta. Me apenó, pero la libertad tiene ese precio. Yo soy la oveja negra de una familia… roja. Mi padre recibió el bautismo de rito ortodoxo cuando era pequeñito, y nunca ha practicado. Mi madre no está ni bautizada.
Anna, desde antes de la proyección me estoy haciendo una pregunta: «¿Qué hace una chica como tú en un pase como éste?»
Me interesa la figura de Josemaría Escrivá, me interesa el Opus Dei.
¿Te atreves a decir eso, en esta España-Pajín, sin estar presente tu abogado?
Me interesa. Punto pelota.
Casta castiza.
Conocí el catolicismo por mi marido. Y el Opus Dei, por mis hijos. Tenemos seis. Yo quería que además de una educación de alta calidad académica, con buen profesorado, tuvieran lo que yo no tuve en Moscú: una formación cristiana. Dios es de primera necesidad, ¿cómo iba a escatimárselo a mis hijos? Un primo de mi marido, que no es precisamente muy de Iglesia, nos recomendó dos colegios de Fomento, Aldeafuente y Aldovea.
Ahí, la formación religiosa la lleva el Opus Dei. ¿No tenías prejuicios?
No, ¿por qué? Con prejuicios no se va a ninguna parte. Lo que hay que hacer es informarse. Yo estoy atenta, y lo que día a día voy viendo en mis hijos me gusta; y lo que percibo en las reuniones de padres me dice que ahí hay algo más sólido que un programa educativo. Decido ir a la fuente. Conocerlo…
¿Encuentras dragones?
Ni dragones, ni cuartos oscuros. Todo claro como la luz del día. Notas que te mueves en el territorio de la libertad y del amor. Empiezas a pensar más en los otros que en ti. Descubres un camino muy sencillo, que no sé cómo no lo ve todo el mundo porque es de cajón: el cristiano tiene que ser santo, ¿no?; y la santidad se construye con lo normal y corriente. Ahora bien, como no se trata de apuntarse a un club, sino de una vocación, de una llamada, hay que ponerse cerca y a la escucha de quien llama…
¿Y?
Dios se hizo oír. No respondí enseguida. Tardé. Ahí se produjo un escaqueo, un juego del escondite. Pero Dios respetó mis dudas, mis temores. Hasta que un día descubrí el talismán con el que sería capaz de todo: la gracia. Y dije: «Aquí estoy, quiero ser del Opus».
¡Una bisnieta de Pasionaria…! ¿Qué te dijeron en la Obra?
¿En la Obra? Era como si me esperasen.
Escrivá y su película
Tomamos unos pinchos y comentamos ‘Encontrarás dragones’: la pelea de Escrivá con otro seminarista, el espía infiltrado en el frente rojo, el amor de la brigadista Ildiko y el anarquista Oriol, la traición, el parto en la cabaña, Josemaría con los infecciosos del Hospital del Rey, Josemaría flagelándose junto a la bañera…
Hay en Escrivá un instinto de superación de los antagonismos…
Sí, eso se ve en varios momentos. Cuando el judío Honorio está agonizando y rezan juntos al mismo Dios, uno en hebreo y otro en cristiano.
Salmodia a dos voces.
Honorio entona Shemá Yisrael, Adonai Eloeinu… «Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios…» Y Josemaría, «Padre nuestro que estás en los cielos...». Luego guiña un ojo y le dice: «¡Un judío es el amor de mi vida!».
Hay una escena, cuando le descerrajan dos tiros a un cura en plena calle, y uno de los chicos de la Obra los llama cerdos…
Josemaría corta: «Cerdos no. ¡Hombres como nosotros! Tú ahora mismo ¿qué les harías? Sé sincero… ¿Y no disfrutarías haciéndolo? Y no somos cerdos, ¿verdad?».
La frase de Escrivá «yo no estoy en guerra» ¿puede interpretarse como una postura neutralista, indiferente, de evasión?
Él es un hombre de paz, no de confrontación. Él cree absolutamente en el amor y no es enemigo de nadie. Está al margen de los bandos.
Durante el saqueo y la quema de iglesias, se ve a Josemaría que abre un sagrario, coge el copón con las hostias, lo envuelve en un paño, lo aprieta bajo el brazo y a todo correr se mete en el metro…
Ahí es donde un piquete le provoca a punta de navaja. Le llaman parásito. Pero él no se arruga y contesta: «Parásito no; yo trabajo».
Cuando ya está en el vagón, el revisor le dice: «Para ser un burgués de mierda, tienes cojones».
Me ha sorprendido la escena en el banco del Retiro, cuando él va de seglar, se le acerca una mujer joven a que le confiese, y le ofrece su habitación como escondite. «Eres muy guapa… Soy sacerdote, pero también soy un hombre. Gracias por el valor de tu gesto, pero… no».
Eso ocurrió. Incluso le dieron la llave de esa casa, y la tiró por una alcantarilla.
Muerto el perro, se acabó la rabia.
En la película, ¿no te parece que entienden mejor el Opus Dei los jóvenes estudiantes que los obispos?
Sí, cuando Josemaría explica al obispo que el Opus Dei es para hombres y mujeres, solteros y casados, sin hábitos, sin votos, sin vivir en conventos, cada uno en su casa… el obispo le mira como si estuviese hablando con un soñador, y le pregunta: «Eso ¿no es un poco protestante?». Claro, la Obra era muy novedosa, revolucionaria.
Hay una secuencia, para mí magistral, de Roland Joffé: Josemaría refugiado en el manicomio del doctor Suils. A su alrededor, locas y locos excitados por los bombardeos. Una chica muestra a Josemaría sus muñecas con heridas recientes porque la ataron mientras la violaban. Hay una mirada frontal intensa. «Me gustas», dice ella. «Me miras a los ojos y no te doy pena». Y él: «¿Pena? no, creo que eres extremadamente valiente».
Josemaría es un sacerdote que mira a los ojos de las personas y las ve como son de verdad, las ve por dentro.
Pasionaria y Escrivá fueron contemporáneos. Durante la Guerra Civil, él vivía como un cura clandestino en el Madrid rojo, y Pasionaria arengaba a los milicianos en los frentes. ¿Te imaginas que se hubiesen conocido?
Habrían conectado. Habría saltado la chispa. Porque los dos eran grandes, fieles a sus ideales, de fuerte personalidad. Y porque Dolores no se le hubiera escapado a Josemaría. Estoy segura. ¡A Dios no se le escapó! Yo tengo noticia de que Dolores murió confesada.
Entonces, estarán juntos y… muy activos.
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