La mirada humana sobre una institución divina formada por pecadores
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La mirada humana sobre una institución divina formada por pecadores
Se fue el Papa. Verdades y falsedades se cruzan. Tantas, que la autoridad ha señalado que se está intentando influir en el cónclave. Las noticias vuelan y algunas revuelan. Uso de la píldora del día después "autorizada", matrimonio para los sacerdotes, necesidad de mayor democracia, ordenación sacerdotal de mujeres, críticas a la Humanae Vitae. No se sabe si son verdad. Renuncia un Cardenal por una acusación y otro por enfermo: aparecen casi juntos, sin distinción de causa, como conclavistas "excluidos".
El Papa recuerda que ya durante el Concilio había esta presión y llega a hablar del concilio de los periodistas y el de los padres conciliares, opuestos uno al otro. Muchos siguieron y siguen al primer "concilio". Es la mirada humana sobre una institución divina, formada por pecadores.
Benedicto nos dejó callados. Se va sencillamente. Siente que ese es su deber ante Dios al ver sus fuerzas físicas e intelectuales desgastadas y así lo anuncia con palabras cortas. Unos no le creen. Ni los vaticanistas se atreven a decir qué sucederá. Improvisan noticias, "candidaturas" y se inventan conflictos entre cardenales. Se suponen informaciones. Es gran sabiduría hablar y escribir de lo que se sabe y necedad grande lo contrario. "El buen saber es callar, hasta ser tiempo de hablar", dice el refranero.
Escribió San Agustín: «El vendaval que sopla es el demonio, quien se opone con todos sus recursos a que nos refugiemos en el puerto. Pero es más poderoso el que intercede por nosotros, el que nos conforta para que no temamos y nos arrojemos fuera del navío. Por muy sacudido que parezca, sin embargo, en él navegan no sólo los discípulos, sino el mismo Cristo. Por eso no te apartes de la nave y ruega a Dios. Cuando fallen todos los medios, cuando el timón no funcione y las velas rotas se conviertan en mayor peligro, cuando se haya perdido la esperanza en la ayuda humana, piensa que sólo te resta rezar a Dios. Quien de ordinario impulsa felizmente a puerto a los navegantes, no ha de abandonar la barquilla de su Iglesia».
Nadie ha negado que la Iglesia siempre ha sufrido dificultades, sobre todo por los pecados de sus miembros, sin distinción. San Gregorio escribió que «habiendo salido sus siervos a los caminos, reunieron a cuantos encontraron, buenos y malos, y la sala de bodas quedó llena de convidados». Y dice esto, porque en la Iglesia no puede haber buenos sin malos, ni malos sin buenos, y no fue bueno aquel que no quiso sufrir a los malos. «Cristo no excluyó a los pecadores de la sociedad por Él fundada. Si, por tanto, algunos miembros están aquejados de enfermedades espirituales, no por eso debe disminuir nuestro amor a la Iglesia; al contrario, ha de aumentar nuestra compasión hacia sus miembros» (Pío XII).
También dentro hay contradicción. En estos días ha sido patente. Artículos de hijos de la Iglesia tratando duramente a su Madre. Otros tratando con desdén al Papa que se va, olvidando que la ley de caridad es nuestro mandato supremo. Tanto se habla del Concilio Vaticano II y su espíritu. Pero como nos ha recordado el Papa, es necesario volver a su letra. «Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara, confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno, y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad» (LG, 8).
En 1972, Pablo VI dijo: «Por alguna rendija se ha colado el humo de Satanás en el templo de Dios». Y añadía: «También en la Iglesia reina hoy ese estado de incertidumbre. Se creyó que después del concilio vendría un sol para la historia de la Iglesia. Ha llegado, en cambio, una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad».
En esa misma línea, en 1970, Ratzinger decía: «Pero tras la prueba de estos desgarramientos, brotará una gran fuerza en la Iglesia interiorizada y simplificada. Así que me parece que seguramente vienen tiempos difíciles para la Iglesia. La auténtica crisis no ha comenzado aún. Hay que contar con futuras grandes sacudidas. Pero también estoy completamente seguro de que permanecerá hasta el final: no la Iglesia del culto político, (...) sino la Iglesia de la fe». Eso es lo que viene, pero es la misma Iglesia de Cristo. Gracias, Santo Padre.
Mons. Juan Ignacio González Errázuriz, Obispo de San Bernardo, Chile