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11/16: Perdón [16 cartas a Benedicto 16]
Gracias, santo Padre, por hablarnos de perdón y reconciliación, y de demostrarlo con obras en ocasiones que exigían un gran heroísmo, como el indulto que concedió al culpable del ‘Vatileaks’.
Querido Benedicto XVI,
Ayer le comentaba lo agradecido que estaba por la trilogía sobre Jesús de Nazaret. El último volumen es quizás el más divulgativo, que no superficial. Saltó a la primera página de los periódicos por la polémica acerca de la presencia o no de la mula y el buey en Belén. ¿Qué cosas, verdad? En fin, no voy a ser yo −periodista de vocación y de profesión− quien se tire piedras sobre nuestro propio tejado, pero lo cierto es que a veces tenemos muy poco sentido de la noticia.
En ese libro, había otros muchos pasajes de mayor interés. Por ejemplo, cuando nos explicaba por qué la redención que viene a traer Jesús consiste en el perdón de los pecados. Decía: «El hombre es un ser relacional. Si se trastoca la primera y fundamental relación del hombre −la relación con Dios− entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden. De esta prioridad se trata en el mensaje y el obrar de Jesús. Él quiere en primer lugar llamar la atención del hombre sobre el núcleo de su mal y hacerle comprender: Si no eres curado en esto, no obstante todas las cosas buenas que puedas encontrar, no estarás verdaderamente curado». El pecado es «una suerte de parálisis del espíritu, de la que solamente puede liberarnos la fuerza del amor misericordioso de Dios».
Esta liberación empieza, nos dijo en el Líbano, por la conversión del corazón: «Sin ella, las tan deseadas “liberaciones” humanas defraudan, puesto que se mueven en el reducido espacio que concede la estrechez del espíritu humano, su dureza, sus intolerancias, sus favoritismos, sus deseos de revancha y sus pulsiones de muerte. Se necesita la transformación profunda del espíritu y el corazón para encontrar una verdadera clarividencia e imparcialidad, el sentido profundo de la justicia y el del bien común. Una mirada nueva y más libre hará que sea posible analizar y poner en cuestión los sistemas humanos que llevan a un callejón sin salida, con la finalidad de avanzar, teniendo en cuenta el pasado, con sus efectos devastadores, para no volver a repetirlo. Esta conversión que se requiere es exaltante, pues abre nuevas posibilidades, al despertar los innumerables recursos que anidan en el corazón de tantos hombres y mujeres deseosos de vivir en paz y dispuestos a comprometerse por ella. Pero es particularmente exigente: hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para todos (cf. Rm 12,16b.18)». Y es precisamente «el perdón de Dios» lo que «da la fuerza de la conversión».
Un perdón de Dios que se obtiene en el sacramento de la confesión, que es «reconocer nuestra culpa y conocer que ante Dios somos insuficientes, somos culpables, no estamos en la justa relación con él».
Gracias, santo Padre, por hablarnos de perdón y reconciliación, y de demostrarlo con obras en ocasiones que exigían un gran heroísmo, como el indulto que concedió al culpable del Vatileaks.
Hasta mañana,
Marc
Barcelona, 23 de febrero de 2013
Marc Argemí
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