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¿Era necesario prolongar un estado de cosas que, sin ser terrible, no es el ideal? Evidentemente no. Pero, ¿son realmente incompatibles Wojtyla y Ratzinger, a pesar de que han tomado caminos distintos? Tal vez sean dos modos posibles de ejercer un ministerio al servicio de la Iglesia y del mundo
¿Héroe o villano? ¿Valiente o cobarde? ¿Supremo sacrificio o seguir intrigando detrás de los muros vaticanos? Eran las preguntas que se hacían algunos, incluidos los romanos, curtidos en mil batallas vaticanas.
Desde el Lungotevere, Plaza Navona, Campo di Fiori o Piazza Farnese, romanos y turistas leían al día siguiente los periódicos con grandes portadas sobre la renuncia de Benedicto XVI, sentados en las terrazas en un día soleado, a diferencia de la desapacible jornada del día anterior en la que un rayo cayó sobre la cúpula de San Pedro.
La imagen de ese fenómeno meteorológico, captada por el fotógrafo Alessandro Di Meo, recorrió el mundo por la extraña coincidencia con la renuncia papal, y se ha convertido en una de las fotografías más publicadas en los medios.
¿Traición a la tradición?
Enseguida salieron a relucir las estadísticas históricas. El último Pontífice en renunciar fue Gregorio XII, el veneciano Angelo Correr, que dimitió en 1515, dos años antes de morir. Los demás casos de renuncia al pontificado han sido los de Benedicto IX, elegido en el 1032, y Celestino V (ahora santo), que renunció en 1294 al declararse carente de experiencia en el manejo de los asuntos de la Iglesia.
La imagen del Papa alemán depositando su palio sobre la tumba de su predecesor dimisionario en la catedral de L’Aquila ha vuelto a dar la vuelta al mundo. Y el futuro inmediato también asomaba en el horizonte: venía también a la imaginación el próximo viaje a Río de Janeiro, para asistir a la siguiente Jornada mundial de la juventud… El médico había desaconsejado un viaje intercontinental y un papa llevado en volandas no era precisamente lo más estético.
¿Era necesario prolongar un estado de cosas que, sin ser terrible, no es el ideal? Evidentemente no. Pero, ¿son realmente incompatibles Wojtyla y Ratzinger, a pesar de que han tomado caminos distintos? Tal vez sean dos modos posibles de ejercer un ministerio al servicio de la Iglesia y del mundo.
Según se comentaba en los mentideros vaticanos, el Papa lo estaba considerando desde antes, tal vez de modo especial después de su último viaje a Cuba, del que volvió más que cansado. Lombardi diluyó este momento puntual, situándolo dentro de un proceso algo más prolongado. Los interrogantes que se suscitan en este momento es si una renuncia supone ser víctima del miedo, o bien una retirada a tiempo. Ha circulado el rumor −nunca demostrado y posiblemente indemostrable− de que el Papa alemán había experimentado una crisis de pánico al ser consciente de golpe de los problemas de la Iglesia. Contra este argumento están todos los preparativos (incluidas las obras en el antiguo monasterio) que inducen a pensar en una decisión no tan precipitada. Hay, según los expertos, otros indicios. ¿No resultaba de hecho más sencillo atenerse a lo que el mismo Papa dijo en su comunicado en latín?
Otros testimonios avalan que decidió abandonar el gobierno de la Iglesia universal, cuando se dio cuenta de que el ejercicio del pontificado requería un vigor y unas energías que consideraba que no tenía. León XIII vivió 93 años, pero apenas hubo de salir del Vaticano… Una renuncia ¿suponía de verdad un acto de cobardía? ¿Era necesario prolongar un estado de cosas que, sin ser terrible, no es el ideal? Evidentemente no. Pero, ¿son realmente incompatibles Wojtyla y Ratzinger, a pesar de que han tomado caminos distintos? Tal vez sean dos modos posibles de ejercer un ministerio al servicio de la Iglesia y del mundo. Iban a ser distintos incluso en esto, a pesar de que ambos colaboraran durante 23 años. Son dos estilos, dos modos de vivir una vocación, quizás igualmente legítimos. Ratzinger es, además, coherente al decir que para él la oración y la adoración son el centro de la misma Iglesia. Por eso su contribución ahora −piensa− es la oración y el estudio.
El futuro Papa
Había algún precedente, pero desde luego constituía algo inusual. “Sorpresa de hecho, pero no de derecho”, tituló su artículo un experto en derecho canónico. Estaba previsto en el código. Ahora bien, ¿tienen que renunciar todos los papas a partir de ahora? Cada uno sigue siendo del todo libre de hacer lo que vea. Otra pregunta: ¿cómo debía ser el Papa que viene? Además de más joven y vigoroso, gracias a los últimos pontífices queda clara una primera condición: ser él mismo. Cada Papa ha de obrar en conciencia después de asesorarse. Las diferencias entre Juan Pablo II y Benedicto XVI constituyen una evidencia, y no un simple lugar común de todos los anecdotarios. Son dos opciones posibles.
¿Cuáles deben ser las prioridades del nuevo pontificado? Eso lo decidirá el futuro Papa, pero la estela trazada por sus predecesores podría constituir una posible pauta. Las ideas del Papa alemán pueden resumirse en siete palabras: razón, corazón, creación, (ad)oración, Jesucristo, Iglesia y belleza. En dos palabras: “nueva evangelización” era la fórmula repetida por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ha sido un programa que muchos han considerado ilusionante. Constituye toda una hoja de ruta que promete una interesante incursión en el mundo moderno. El nuevo Pontífice hará lo que considere oportuno, pero tal vez cuente ya con alguna posible pista. Creyentes y no creyentes, podemos rezar por él.
Pablo Blanco es autor del libro Benedicto XVI. El Papa alemán
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