A veces los conflictos con otras personas surgen precisamente por la diferente importancia que cada una asigna a las diversas cosas o tareas
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Para una vida lograda es decisivo que tanto Dios como los demás estén por delante o por encima de nuestros caprichos o apetencias egoístas
El filósofo de Oxford John L. Austin escribió que no sabía si la importancia era importante, pero que la verdad sí lo era (Phil. Papers, 271). Estoy persuadido de que la verdad es importante, pero también lo es —me parece a mí— saber por qué calificamos de importantes unas actividades, personas o cosas, y otras no. Merece quizá la pena detenerse un momento a pensar en ello.
Siempre me hace gracia escuchar a un locutor de radio cuando anuncia con entusiasmo “Vamos a escuchar ahora un tema importante” para referirse a una nueva canción que previsiblemente va a sonar mucho en esa temporada o que ya se está repitiendo machaconamente en las discotecas. Viene a mi memoria ahora aquella pegadiza canción francesa de los años 60 en la que Gilbert Becaud repetía " target="_blank">l’important c’est la rose: el amor es lo importante y estoy de acuerdo.
Lo importante es aquello que nos importa y, por tanto, algo o alguien a quien prestamos atención, aquello que amamos. Para una vida lograda es decisivo que tanto Dios como los demás estén por delante o por encima de nuestros caprichos o apetencias egoístas. En este sentido, suele decirse que en una buena jerarquía de valores Dios está primero, después los demás y en tercer lugar han de quedar nuestras cosas.
En todo caso, es decisivo para la calidad de nuestra vida que podamos prestar atención a las personas y cosas que verdaderamente nos importan, no sea que nos pase como a aquel personaje de Charles Dickens, Mrs. Jellyby, rodeada de harapientos huérfanos ingleses que reclamaban inútilmente comida y atenciones, mientras que ella solo tenía ojos para ver las necesidades de los pueblos de las orillas del río Níger: “Filantropía telescópica” es el significativo título de aquel capítulo de Bleak House. Cuántas veces nos pasa lo mismo con las nuevas tecnologías que nos acercan a los que están lejos mientras nos separan de los que tenemos cerca.
Por supuesto, a veces lo más importante será descansar, dar un paseo, leer o estudiar, pararse a pensar en lugar de dispersarse en muchas actividades que probablemente a la larga resulten ineficaces: «La dispersión es el mal, la concentración el bien», escribió Ralph W. Emerson. En este sentido cabe recordar que es de sabios prestar atención a lo importante y no perder el tiempo en minucias. De minimis non curat praetor, advertía el dicho romano: un buen gobernante no debe perderse en pormenores irrelevantes, sino que ha de saber ir a lo esencial. ¡Y qué mejor gobierno que el dominio sobre uno mismo!
A veces los conflictos con otras personas surgen precisamente por la diferente importancia que cada una asigna a las diversas cosas o tareas. No solo queremos que los demás nos consideren importantes, sino que a menudo queremos que quienes nos rodean hagan nuestra voluntad o nuestro capricho y además libremente y con ilusión. No nos basta con que hagan lo que les pedimos, sino que queremos también su entusiasmo. No me parece sana esa actitud posesiva: es mejor respetar el pluralismo, reconocer con sencillez que somos distintos y que eso nos enriquece a todos. Ser diferentes equivale precisamente a disentir en la diversa importancia que damos a las tareas y a las cosas.
Por todo esto, me parece que vale la pena pensar acerca de qué es lo importante, darle vueltas a la importancia relativa que otorgamos a las personas que tratamos y a las actividades que llevamos a cabo. En resumen, la importancia es importante, más de lo que quizás a primera vista pudiera parecer.