Con la mirada retrospectiva, no se puede negar que ha tenido que remar contracorriente durante sus casi ocho años de pontificado
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El mismo hecho de dimitir confirma que la expresión “humilde siervo en la viña del Señor”, con la que se presentó tras su elección, no era una frase hecha sino la verdad
Benedicto XVI había avisado, pero ya casi se nos había olvidado (por lo menos, a mí). «Cuando un Papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir». Lo dijo a Peter Seewald en el libro-entrevista La Luz del Mundo, publicado en 2010. (" target="_blank">Este video recoge en momento en el que anuncia a los cardenales, en latín, su dimisión que será efectiva el 28 de febrero).
Me parece que buscar otras razones a la decisión anunciada hoy por el Papa es superfluo. Dirigir la Iglesia universal requiere hoy un gasto de energía muy distinto al que hacía falta años atrás. El Papa está bien de salud y sigue teniendo una mente prodigiosa, pero considera que “no llega” en la acción de gobierno. Pienso que eso se notaba: el Papa se ha centrado en lo esencial −especialmente, el magisterio doctrinal y la elección de obispos− pero ve que es preciso llegar a más. Se dirá que Juan Pablo II estaba mucho peor y no dimitió: en aquel caso, sin embargo, el Papa consideró que su misión era precisamente dar testimonio del sufrimiento como sucesor de Pedro. Y así fue percibido.
Con la mirada retrospectiva, no se puede negar que Benedicto XVI ha tenido que remar contracorriente durante sus casi ocho años de pontificado. Eso también ha supuesto un gasto de energía extra. Se le ha dejado solo en demasiadas ocasiones. Para mí, el documento más dramático de todo su pontificado es la carta que escribió a los obispos en marzo de 2009, a raíz de las violentas polémicas que siguieron el levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvrianos (aquí lo explico mejor). En todo caso, Benedicto XVI ha demostrado que no tenía nada que ver con las caricaturas que algunos (por lo general, fuera de Roma: aquí era más fácil conocer al auténtico Ratzinger) le han colgado. El mismo hecho de dimitir confirma que la expresión “humilde siervo en la viña del Señor”, con la que se presentó tras su elección, no era una frase hecha sino la verdad.