Su conciencia le condujo a aceptar la carga y su conciencia le lleva a dejarla: sólo cabe la admiración, o cuando menos el respeto
javierarnal.wordpress.com
Han sido años de valentía en la Iglesia, no ha esquivado su responsabilidad, y no hay nada en su decisión que apunte a abandono, sino a una magnanimidad humilde de conocerse y conocer la carga que un sucesor de Pedro ha de asumir
Con la sencillez y serenidad que ha caracterizado su pontificado, Benedicto XVI ha anunciado su decisión de renunciar, esgrimiendo que ya no tiene fuerzas para las tareas de su ministerio. Una decisión inesperada, histórica −sólo tres Papas lo habían hecho en la historia de la Iglesia, el último en el siglo XV− y merece el respeto universal.
En cierta ocasión, el cardenal Ratzinger iba caminando por la plaza de San Pedro, y una persona le pidió su opinión sobre una materia que le interesaba. Con toda sencillez, Ratzinger le contestó que no lo había pensado y que, tras meditarla, podría darle su opinión. Siempre me ha parecido esta pequeña anécdota un fiel reflejo de la personalidad del actual Papa: reflexivo y profundo.
La carga de un Papa es colosal: nada más y nada menos que representante de Jesucristo en la tierra. Él no esperaba ser elegido en 2005, máxime cuando había pedido en varias ocasiones a Juan Pablo II retirarse de responsabilidades de gobierno, dar paso a otros. En aquel cónclave de 2005 vio que la “guillotina” −ser elegido, y con esa expresión que utilizó− le iba a tocar. Si antes invocaba su edad para no asumir tareas de gobierno, parecía más que razonable que no aceptase ser Papa. Con el aliento de los cardenales aceptó la elección, y se ha exprimido en estos casi 8 años, a punto ya de cumplir 86. Su conciencia le condujo a aceptar la carga y su conciencia le lleva a dejarla: sólo cabe la admiración, o cuando menos el respeto.
Joaquín Navarro-Valls, portavoz del Vaticano muchos años con Juan Pablo II y en el comienzo del pontificado de Benedicto XVI, recuerda con nitidez que, al fallecer Juan Pablo II, le comentó un asunto al cardenal Ratzinger, y éste le contestó con gran sencillez: “No se preocupe por ese asunto, es tarea del Papa que venga”. ¡Estaba tan convencido de que no iba a ser elegido! Así lo cuenta Navarro-Valls.
En las quinielas de “papables” en 2005 salía la posibilidad de Ratzinger, pero muchos le descartaban por su edad y salud. Fue elegido y en estos años ha dado de sí todo lo que tenía y podía, al servicio de la Iglesia. Seguro que por el bien de la Iglesia, ahora renuncia, precisamente invocando la falta de fuerzas, el vigor que estima necesario para misión tan dura. Han sido años de valentía en la Iglesia, no ha esquivado su responsabilidad, y no hay nada en su decisión que apunte a abandono, sino a una magnanimidad humilde de conocerse y conocer la carga que un sucesor de Pedro ha de asumir. Tiempo tendremos para reflexionar una decisión tan ponderada e histórica.