No podemos olvidar que el origen del mal no está en el bien, sino en su ausencia
En dos ocasiones he estado en Auschwitz. Experiencia de las más duras que he vivido. Uno se plantea cómo los hombres pueden llegar a tal deshumanización, y no solo unos cuantos, todo un pueblo anestesiado, ciego o mirando hacia otro lado. Me pregunto si no nos puede pasar lo mismo, qué dirán en el futuro de nuestra civilización.
Desde luego Auschwitz y los demás Lager de exterminio nos interpelan. Como los más de 400 gulag de Stalin, en los que murieron millones y millones de disidentes rusos; los 60 millones de chinos que purgó Mao; el exterminio de casi un tercio de la población de Camboya por los Jemeres Rojos. La malicia del hombre puede ser muy grande.
¿Quién tiene la culpa de esto? Lo fácil, es decir: ¿dónde estaba Dios? Lo adecuado es preguntarse que de dónde lo habían echado. No podemos olvidar que el origen del mal no está en el bien, sino en su ausencia. Dios, que es amor, belleza y bondad, no puede hacer el mal, ni ser su causa. Por eso nos conviene llenarlo todo de Dios, ponernos de su parte.
Es el vacío de Dios, el apartarse de su camino, la renuncia a la luz, lo que nos introduce en las tinieblas, en esa parte oscura que nos degrada; la que hace del homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre), como dijo Hobbes.
Hay que saber dar sentido al dolor, al sufrimiento, al mal. En el libro La cabaña de William Paul Young se cuenta la dramática experiencia que viven Mack, el protagonista, y su familia. Este, sumido en “la gran tristeza” por el secuestro de su hija pequeña, intenta echarle la culpa a Dios; piensa que se venga de él por sus culpas pasadas. Al final logra perdonar, ver que Dios le quiere, que está cerca, que el mismo Dios llora por lo que ha pasado. Descubre a un Dios cercano, interesado en la vida de los hombres, sensible al sufrimiento humano.
Estos días, casualmente, ha caído en mis manos un excelente libro que pensaba había leído: El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Narra su experiencia en su paso por diversos Lager, su llegada a Auschwitz. Como psiquiatra de gran renombre, relata los recursos del hombre frente al mal; en su ciencia de la logoterapia busca encontrar sentido a todo lo que sucede.
¿Cómo enfrentarse a las duras situaciones, a los momentos de dolor y de sufrimiento? ¿Cuál es el antídoto? Es el amor. Cuenta que, cuando resbalaba por el hielo caminando a trompicones, desnutrido, apenas vestido y calzado, apoyándose en su compañero, su pensamiento se dirigía hacia su amada esposa, se aferraba a la imagen de su mujer que le dirigía una mirada franca y alentadora.
Nos dice: “Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad -aunque sea solo momentáneamente- si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente -con dignidad- ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido”.
Hoy celebramos la Presentación de Jesús en el Templo y la Purificación de la Virgen María. La escena que recoge el Evangelio nos relata:” Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción –y a ti misma una espada te traspasará el alma–, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones»”. Siempre hay dolor en la vida, también en la de María, y es precisamente el modo con el que nos enfrentamos al sufrimiento, lo que nos define: cómo nos enfrentamos a las contradicciones, al dolor, al fracaso. ¿Qué sentido le damos?
Cuando amamos, nos exponemos a sufrir. Vivimos en un ¡ay!, continuo: ¿Cómo estará?, ¿le pasará algo?, ¿lo he hecho bien?, ¿sabré conservar su amor?, ¿y si…? La felicidad en estado puro no existe en la tierra; debemos disfrutar, pero hay que contar con las limitaciones propias y ajenas. Ya llegará el Cielo, donde no habrá llanto ni dolor, donde todo será amable y bello. Pero aquí hay que saber darle sentido al dolor y sacarle provecho.
Acabamos con otra cita de Frankl: “Todos los aspectos de la vida son igualmente significativos, de modo que el sufrimiento tiene que serlo también. El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa”.