Cuando no se protege es porque se aumentan los beneficios de los sentimientos a corto plazo y se disminuyen los perjuicios que vamos a padecer a largo plazo. Todo ello por no saber, o no querer, tomar decisiones en el campo de las emociones
Más del 50 % de las parejas que se casan lo hacen después de que cada uno de los cónyuges haya salido con otra persona. Esto lo leí el otro día en un estudio de una universidad norteamericana, y desde luego no me extrañó. No es raro que, antes de casarse, uno haya salido con varias personas.
Si, como está ocurriendo en muchos casos, el sexo forma parte del noviazgo, es muy probable también, que los primeros desengaños amorosos fuertes, lleguen a una edad muy temprana. Algunos de nuestros jóvenes son conscientes de que han entregado todo a una persona que no va a significar nada en su vida.
No hace mucho, me decía una joven: «Mientras yo estaba teniendo relaciones sexuales con este —señalando una fotografía que rompió posteriormente— alguien lo estará haciendo con la persona con la que yo me casaré». Lo decía con un cierto desencanto. Me quedé pensando y concluí que era muy posible que tuviera razón. Ya no podía cumplir el sueño de ser querida en exclusiva. De ser la única.
Ese romanticismo, al que todos aspiramos y que es tan bonito, porque está impreso en la esencia del ser humano, ese deseo de ser querido en exclusiva y de querer a otro de la misma manera es un verdadero tesoro. Cuando no se protege es porque se aumentan los beneficios de los sentimientos a corto plazo y se disminuyen los perjuicios que vamos a padecer a largo plazo. Todo ello por no saber, o no querer, tomar decisiones en el campo de las emociones.
La joven, de la que venimos hablando, siguió sincerándose diciendo: «Yo a mi futuro novio, con el que es muy probable que me case, no le puedo dar todo». «¿Por qué no?», le pregunté. «Porque ya le di bastante a un novio que tuve antes y me arrepiento».
La felicidad humana, la plenitud como personas, está tejida de decisiones que se pueden tomar de una manera muy superficial. Dejarse llevar por la moda, el entorno, o solo los sentimientos, únicamente conduce a una más que probable equivocación.
Cuando se despidió me dijo: «Hay mucha gente que no ha hecho las cosas como yo, señal de que es posible hacerlas de otra manera. No han perdido nada. Para ser como yo siempre están a tiempo. Yo, en cambio, ya no puedo ser como ellas». Me pareció una persona lista. Si sigue diciéndose las cosas sin engañarse, como me las dijo a mí, es probable que encuentre un amor que le llene.
Saber rectificar —cuyo primer paso es no tener miedo a la verdad personal— arregla muchas cosas en la vida. Volver a empezar es una señal de que una persona tiene autoestima. Y quiere hacer las cosas de otra manera. Se siente capaz. Decir que uno no se arrepiente de nada es como decir que uno no se conoce en absoluto. Aunque parezca una obviedad hacer las cosas como uno quiere hacerlas es una de las manifestaciones de que uno es libre.