El modo de abordar los momentos últimos de nuestra existencia demuestra el grado de civilización de una sociedad
¿Qué es la vida humana? Es la capacidad de las personas de nacer, respirar, desarrollarse, procrear, evolucionar y morir. Es el espacio de tiempo que transcurre desde la concepción de un ser humano hasta su muerte. Pero esta puede acabar antes por una enfermedad o por un accidente. También podemos acabar con ella a través del aborto, del suicidio y de la eutanasia. La vida es un derecho, vivir y morir dignamente también, pero morir no es un derecho.
¿Qué es la dignidad humana? Es aquella condición especial que reviste todo ser humano por el hecho de serlo y lo caracteriza de forma permanente y fundamental desde su concepción hasta su muerte. El concepto de dignidad es, en sí mismo, problemático, pero también lo es el de persona, como afirma el filósofo Françesc Torralba en su libro '¿Qué es la dignidad humana?' (2005). La dignidad es un bien invulnerable propio de cada persona; no se puede perder, pero se puede dañar. Cuanto mayor sea el desamparo y la necesidad de ayuda de una persona, mayor es la posibilidad de que se sienta herido en su dignidad.
Pero ante la vida humana y su dignidad la sociedad no se comporta en ocasiones como debiera. El mes pasado, un medio de comunicación titulaba una noticia de la siguiente manera: «El Gobierno prepara una ley para proteger a los grandes simios mientras desprecia la vida humana». Yo me pregunto: ¿por qué una bacteria se considera vida en Marte cuando un latido prenatal no se considera vida en la Tierra? Quino, el autor de 'Mafalda', refleja muy bien el desprecio a la dignidad en una de sus viñetas cuando Mafalda ve un cartel en un jardín que dice 'Prohibido pisar el césped' y ella se pregunta: «¿Y la dignidad no?».
Una sociedad, como la nuestra, que se resiste a condenar actos que nuestro sentido común nos dice que son destructivos como el aborto, el suicidio y la eutanasia es una sociedad que ha perdido la capacidad de enfrentarse al mal. Es una sociedad que priva a las personas de la vida y de la dignidad. En 1994, el Papa Juan Pablo II decía: «Nuestra civilización contemporánea amenaza la vida de los no nacidos. (...) Hoy en día esta amenaza se extiende igualmente a ancianos y enfermos. Las instituciones humanas, los parlamentos elegidos democráticamente, usurpan el derecho a poder determinar quién tiene derecho a la vida». El escritor, filósofo y político, padre del conservadurismo liberal británico, Edmund Burke (1729-1797) ya dijo: «Lo único que necesita el mal para triunfar es que las personas buenas no hagan nada». Y Albert Einstein (1879-1955), premio Nobel de Física en 1921, hizo referencia a este asunto cuando dijo: «La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por los que se sientan a ver lo que pasa».
¿Seguiremos nosotros sin hacer nada, sentados a ver qué pasa? Permítanme que como médico paliativista comparta alguna reflexión sobre la cuestión de la eutanasia. No hay que considerar como nuestro único objetivo una muerte digna porque muerte digna es mucho más que un estilo particular de muerte; es un concepto amplio, una filosofía de morir basada en el respeto por la dignidad de la persona para conservarla hasta el final.
El mejor final para una vida es morir con dignidad. La ayuda que les podemos ofrecer quienes los acompañemos en el proceso de morir será preservar su dignidad para garantizarle una muerte serena, en paz y sin sufrimiento. Pero aliviar el sufrimiento de la persona no debiera consistir en eliminar a quien sufre. Es verdad que, cuando no se puede ofrecer al enfermo el alivio de su sufrimiento, algunos pueden desear que les adelanten la muerte para no seguir viviendo con sufrimiento. El que pide la muerte, en realidad pide otra cosa: no desea sufrir. Detrás de la petición «quiero morir» hay un trasfondo que significa «quiero vivir o morir de otra forma».
En mi opinión, la eutanasia no es signo de civilización. El modo de tratar a las personas en situación de vulnerabilidad, el modo de acoger y sostener a los debilitados, ancianos y enfermos, y la manera de abordar los momentos últimos de nuestra vida sí demuestran el grado de civilización de nuestra sociedad.
Yo creo que, además de una sociedad sana, podremos construir una sociedad compasiva cuando todos seamos capaces de ayudar a quien lo necesita preservando su vida y su dignidad. Esta es una verdadera apuesta de todos los que componemos esta sociedad. Hemos de conseguir una sociedad sana y compasiva porque está compuesta de personas que están ante personas y se necesitan unas a otras. Cuidar su vida y su dignidad es responsabilidad de toda la sociedad.