Podemos trabajar todos juntos, buscar el bien y no perder energías tirándonos los trastos a la cabeza
Mucho me temo que la gran mayoría no estamos muy a gusto con nuestro orden social. Sin que haga falta recurrir a las noticias fake, lamentablemente tan abundantes, muchas de las actuaciones de nuestros gobernantes no nos gustan. No nos sentimos protegidos, cuidados y respetados.
La confrontación, el revanchismo, la división entre “buenos y malos”- que ahora no es por el bien o mal que hagan, sino por el hecho de ser de los míos o no-, no nos gusta. El ciudadano medio prefiere la paz social, la justicia, el orden y el bien. En medio de todo el fango de Valencia hemos visto nacer algunas flores: la riada de solidaridad, el heroísmo de muchos volcándose con los demás, la fuerza para el bien y el servicio de la juventud y, también, la unión de algunos políticos.
El emotivo abrazo entre dos senadores valencianos, uno del PSOE y uno del PP, durante un pleno sobre la DANA, es motivo de esperanza. Podemos trabajar todos juntos, buscar el bien y no perder energías tirándonos los trastos a la cabeza. La pena es que lo que se ve en la gran política es reflejo de la pequeña, de la casera. Hemos cambiado el reinado de paz, que Jesucristo instituyó, por el de la confrontación. El perdón y la reconciliación, por la lucha de clases, de género, de cultura y religión. Ahora, el que no está conmigo está contra mí.
“Pilato le dijo: -¿O sea, que tú eres Rey? Jesús contestó: - Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz”, nos dice el Evangelio. También la liturgia de este domingo nos habla del reino de Cristo: reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.
Estas son las características de los tiempos mesiánicos. Si dejamos que Él nos presida, si le escuchamos, tendremos paz y armonía. Sabremos vivir unidos, todos a una levantaremos nuestra sociedad, la regeneraremos.
Hace unos días me comentaba un chico de Bachillerato que estaba muy contento. Se le notaba una gran mejoría: sacaba buenas notas, era buen compañero, tenía ilusión por prepararse un buen futuro profesional, rezaba. Al preguntarle qué le había hecho cambiar, cómo lo había conseguido, la respuesta fue: “Cuando tengo que tomar una decisión, cuando tengo que hacer un plan o elegir algo, me pregunto cómo lo haría Jesús. Esto ha enriquecido mi vida”.
Dejar que Cristo reine no tiene nada que ver con la política, con un volver a una sociedad teocrática: forma de gobierno en que la autoridad política se considera emanada de Dios, y es ejercida directa o indirectamente por un poder religioso, como una casta sacerdotal o un monarca. Jesús dice que su reino no es de este mundo. Se trata de dejarle reinar en nuestro corazón; de regirnos en nuestro comportamiento cotidiano por sus enseñanzas; de apoyarnos en su gracia. En definitiva, de compartir nuestra vida con Él.
Los grandes principios de nuestras vidas, de nuestras familias, serían el amor a la verdad y la libertad, el respeto de toda vida, la justicia, el amor y la paz. Para que esto sea posible no podemos olvidar la gracia y la santidad.
No creo que, al margen de Dios, de su ayuda, podamos edificar un mundo más justo. Más o menos nos conocemos, o deberíamos hacerlo, nos damos cuenta de que junto a grandes arranques de generosidad y de grandeza, tenemos unas pocas miserias, de que el bien que nos gustaría hacer se queda en un “me gustaría” y, en cambio, hacemos el mal que queremos evitar, como dice san Pablo.
El Papa nos invita: "Hoy todos podemos pensar en nuestra historia, nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes. En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús, acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, quiero ser buena, pero me falta la fuerza, no puedo: soy pecador, soy pecadora. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en tu Reino".
Pensando en nuestra vida, viendo la de los demás, llegamos a la convicción de que nos conviene que Cristo reine en nosotros, así todo nos irá mejor. Tengamos la valentía de reconocer nuestros pecados y equivocaciones, de apartar de nuestra vida todo lo que no va. Veamos el bien de los demás. Procuremos abrazar en lugar de increpar. Vayamos todos a una a construir un mundo mejor.