El Delegado de la Santa Sede ante la Asociación Médica Mundial y profesor de bioética, Pablo Requena, explica en esta entrevista algunos aspectos del "Pequeño léxico sobre el final de la vida", publicado por la Pontificia Academia de la vida y que han sido erróneamente interpretados
María José Atienza en omnesmag.com
La publicación, hace pocas semanas del «Pequeño Léxico del final de la vida» llevó a varios medios a publicar informaciones en las que se afirmaba que la Iglesia católica había comenzado a variar su postura ante la eutanasia, casi permitiéndola en algunos casos. No es así.
Como destaca en esta entrevista el sacerdote Pablo Requena, miembro de la Academia Pontificia para la Vida y profesor de bioética en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma), estas interpretaciones son fruto de la falta de claridad a la hora de entender las palabras que se utilizan y a una lectura superficial o inexistente del documento.
Requena destaca que el documento es un «trabajo de síntesis que ofrece una explicación equilibrada sobre varios temas que pueden ser muy complejos».
Hace pocas semanas se publicó una actualización del «Pequeño Léxico del final de la vida» ¿Por qué se realiza esta actualización?
Diría que más que una “actualización” se trata de reunir en un pequeño libro algunos términos que son clave para la discusión sobre las cuestiones morales relativas al final de la vida.
Como se explica en la introducción, con frecuencia en muchos debates sobre este tema no hay claridad a la hora de entender las palabras que se utilizan: se confunde la eutanasia con la retirada de tratamientos o con la sedación paliativa, la muerte cerebral con el estado vegetativo, las directivas anticipadas con la petición del suicidio asistido…
En este sentido, pienso que el léxico supone una buena herramienta para poder entender los términos en los que se sitúan los distintos debates, tanto a nivel moral, como en la opinión pública.
Además este “Pequeño léxico” ofrece las indicaciones del Magisterio de la Iglesia Católica sobre muchas de las cuestiones éticas que se plantean al final de la vida. Desde la Declaración sobre la eutanasia (1980) a la Carta Samaritanus bonus (2020), documentos publicados por la Congregación para la Doctrina de la Fe, han transcurrido 40 años de mucho avance tecnológico en medicina, con no pocas preguntas en el ámbito bioético, algunas nuevas y otras no tanto.
En estos años en los que los teólogos han estudiado y discutido modos de responder a estas cuestiones, el Magisterio de la Iglesia no ha dejado de dar algunas indicaciones de distinto calado según los casos. Podemos pensar en la condena solemne que hace de la eutanasia la encíclica Evangelium vitae (1995), o el Mensaje de Papa Francisco para una reunión que se tuvo en el Vaticano en 2017, coorganizada por la World Medical Association y la Pontificia Academia de la Vida, sobre cuestiones del final de la vida, en el que explicaba que cuando falta la llamada “proporcionalidad terapéutica” es necesario renunciar a un cierto tratamiento.
¿Cómo deben leer los católicos este vademecum?
Pienso que el “Pequeño léxico” se debe recibir y leer con agradecimiento, pues supone un atento trabajo de síntesis de sus varios autores, que proceden del ámbito de la medicina y de la teología moral. En menos de cien páginas ofrecen una explicación equilibrada sobre varios temas que pueden ser muy complejos.
Este librito no es un documento del Magisterio de la Iglesia: no pretende solucionar ninguna de las muchas cuestiones abiertas que permanecen en la discusión de la teología moral. Pero supone un resumen de las indicaciones que el Magisterio ha realizado en los últimos años. Además, al inicio, ofrece una lista bastante exhaustiva de los documentos vaticanos publicados en estos últimos cuarenta años, a los que añaden otras fuentes de cierto interés, como son algunos documentos del “Comitato Nazionale per la Bioetica” (italiano), y algunos textos legislativos.
Ciertamente el léxico refleja la interpretación que los autores hacen de algunos de los documentos magisteriales en situaciones donde no todos los moralistas son unánimes a la hora de ofrecer una solución éticamente aceptable para un problema concreto. En este sentido, algunas voces pueden gustar más que otras, o presentar mayor o menor sintonía con el propio modo de valorar ciertas cuestiones.
Algunos medios han entendido, al leer este vademecum, que la Iglesia ha cambiado o relajado su postura ante la eutanasia, concretamente al referirse a la hidratación y alimentación de personas en estado vegetativo ¿Realmente qué dice el vademecum? ¿Ha cambiado la posición de la Iglesia? ¿De dónde viene la confusión?
No entiendo que se pueda hacer una interpretación del documento en el sentido de relajar la postura de la Iglesia sobre la eutanasia, a no ser que no se haya leído el texto ─cosa que desgraciadamente parece bastante probable en algunas notas de prensa─, o que se lea el “Pequeño léxico” con un prejuicio negativo.
En la voz “Eutanasia” se recuerda la definición, citando Evangelium vitae 65, y se explica la ilicitud de la práctica por situarse contra el bien fundamental de la vida y la dignidad propia y única de la persona humana.
Por lo que se refiere a la cuestión de la nutrición e hidratación artificial para personas en estado de inconsciencia crónica, y concretamente, en personas en estado vegetativo, diría lo siguiente. Se trata de una cuestión ética complicada que ha tenido ocupado a los moralistas durante varios decenios.
El léxico explica que en estas situaciones, como ante cualquier intervención médica, es necesario un discernimiento que permita llegar a la conclusión de que esa nutrición e hidratación están dirigidas al bien del paciente.
A continuación recuerda la respuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 2007 a los obispos norteamericanos que preguntaban sobre esta cuestión. En esa respuesta se puede leer lo siguiente: “Al afirmar que suministrar alimento y agua es, en principio, moralmente obligatoria, la Congregación para la Doctrina de la Fe no excluye que, en alguna región muy aislada o extremamente pobre, la alimentación e hidratación artificiales puede que no sean físicamente posibles, entonces ad impossibilia nemo tenetur, aunque permanece la obligación de ofrecer los cuidados mínimos disponibles y de buscar, si es posible, los medios necesarios para un adecuado mantenimiento vital.
Tampoco se excluye que, debido a complicaciones sobrevenidas, el paciente no pueda asimilar alimentos y líquidos, resultando totalmente inútil suministrárselos. Finalmente, no se descarta la posibilidad de que, en algún caso raro, la alimentación e hidratación artificiales puedan implicar para el paciente una carga excesiva o una notable molestia física vinculada, por ejemplo, a complicaciones en el uso del instrumental empleado”.
Por lo tanto, no cambia nada en la posición de la Iglesia.
El vademecum rechaza, eso sí, la obstinación terapéutica ¿Dónde terminan «todos los medios» y comienza esa obstinación?
Esta pregunta no es fácil de contestar, pues depende de la patología que se considere, de la situación concreta del paciente y de los medios a disposición en el contexto sanitario en la que se encuentre.
Efectivamente el “Pequeño léxico” dedica una voz a la “obstinación irracional”, que sería un término alternativo al de “encarnizamiento terapéutico”, que como explican con buen criterio, no es un modo adecuado para describir la práctica médica, ni aún en los casos en los que la actuación realizada sea exagerada.
Sobre el tema de la limitación terapéutica escribí hace unos años un texto donde se ofrecen algunas indicaciones sobre este tema. En la medicina moderna hemos dejado de emplear siempre “todos los medios” (para usar la expresión de la pregunta) y hablamos de limitación o adecuación terapéutica que se da en dos situaciones: cuando el tratamiento se considera desproporcionado, exagerado, fútil (y es cuando hablamos de “obstinación”); o cuando, siendo proporcionado y razonable, aparece demasiado oneroso para el paciente y decide no llevarlo a cabo.
Cada vez son más las situaciones en las que la ética médica se enfrenta al estudio de la eticidad de ciertas limitaciones. Y ese estudio requiere tiempo. Fue necesario con la primera de las grandes limitaciones, que dieron lugar a las indicaciones de “no reanimación” (DNR), y ha sido necesario para las que han seguido y siguen: piénsese, por ejemplo, en la limitación de la ventilación asistida, de la diálisis o de nuevos ciclos de quimioterapia.
En estos casos no sirven las respuestas fáciles, las recetas preconfeccionadas: es necesario un adecuado discernimiento, caso por caso, para determinar cuál es el mejor modo de proceder en esta situación con este paciente.
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