La constatación del fracaso de los matrimonios, del poco interés que tienen los jóvenes por casarse, indica su falta de preparación
Acaba de salir un libro de Miguel Ángel Martín que tiene un título provocativo: Por qué otros van a fracasar en el amor... pero tú no. En su presentación nos dice: “Todos queremos amar y ser amados. Sin embargo, el camino del amor es un sendero lleno de trampas, desafíos y preguntas escurridizas. ¿Qué es realmente el amor? ¿Puede el amor durar para siempre? ¿Cómo puedo saber si he elegido a la persona adecuada? Y, sobre todo, ¿cuál es el principal secreto para no fracasar en el amor?”.
Todos constatamos que eso tan bonito de amar se está poniendo cada día más crudo. Algunos se atreven a decir que esta es la civilización del desamor. En el auge de lo efímero, ¿no es una temeridad pensar que el amor puede durar siempre? Incluso, nos podemos plantear si el auténtico amor existe, si es alcanzable, deseable. Pero, de vez en cuando, suena la flauta del amor y nos arrebata el corazón: soñamos con el amor auténtico, duradero, tanto que no tiene sentido la vida sin ese amor.
Para acertar en el amor hay que estar preparado. La constatación del fracaso de los matrimonios, del poco interés que tienen los jóvenes por casarse, indica su falta de preparación. No se ven asumiendo el compromiso y no están capacitados.
Antes, cuando todo estaba estudiado para defender la familia, cuando los grandes principios morales eran el sustento de la sociedad, cuando todos los vientos eran favorables, las debilidades personales se compensaban con las fortalezas ambientales. No se concebía vivir de otro modo. Sin olvidar la ayuda de la gracia propia del sacramento, que tiene mucha fuerza.
Nos dice el Evangelio: “En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba: '¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?'. Él les replicó: '¿Qué os ha mandado Moisés?'. Contestaron: 'Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla'. Jesús les dijo: 'Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne'”.
En su origen, el hombre estaba hecho para el amor verdadero. Luego, con el pecado, se fue endureciendo el corazón. Sin la ayuda de la gracia, que redime al hombre, sin la proclamación de la Ley Nueva del Amor, es muy difícil amar y, por lo tanto, se admite como mal menor el divorcio.
Ahora hemos retrocedido veinte siglos. Incluso los que nos declaramos seguidores de Cristo, estamos demasiado contaminados por la falsa modernidad. Para acertar en el amor hay que ir a la escuela y recurrir a la cirugía reparadora del corazón.
Me comentaba una señora que estaba cansada de su marido, que ya había aguantado suficiente, lo dejaba. Tenían un par de hijos adolescentes, por ellos había prolongado el asunto, pero ya no podía más. Además, todas sus amigas la animaban a rehacer su vida: todavía era joven, podía ser feliz. Esta es la historia de todos los días. El caso de ellos es semejante, con la variante del repentino enamoramiento al descubrir una secretaria o becaria más joven y atractiva. Esto es casi un tópico, pero algo de real tiene.
Así las cosas, parece que es más práctico olvidarse del amor, de los votos matrimoniales: “Yo, N, te recibo a ti, N, como esposa, y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
Pero todavía quedan soñadores, románticos con sentimientos añejos y auténticos. Para capacitarnos para amar es bueno saber qué es amar: hacer feliz a quien amo, buscar su bien, vivir para él. Amar es salir de uno mismo, olvidarme de mí porque estoy fascinado por el otro. Mi vida es ella o él. La primera pauta es desterrar el egoísmo. El egocentrismo, el individualismo, la soberbia matan el amor.
Amar es un acto de la voluntad, es distinto del enamoramiento, que es un sentimiento. El sentimiento es espontáneo, viene, me invade y se va, para que culmine lo tengo que hacer mío por la voluntad: quiero querer, decido quererte. Esto sí es cosa mía, depende de mí, lo puedo controlar. Puedo decidir querer contra viento y marea. Amar me compromete porque así lo quiero. Entonces, hay que aprender a tomar decisiones y a ser consecuente con ellas, si no tengo fuerza de voluntad…
El amor es relacional, la comunicación en el matrimonio es necesaria: escucharse, decirse las cosas, aceptar el punto de vista del otro que me enriquece. No permitir que se apaguen las llamas, renovar los detalles, sorprender al otro con el cariño y el servicio, con la comprensión. Y no olvidar que la única fuente del amor es Dios.