La marcha de Jorge es como extirparnos a todos una pequeña parte de nuestro corazón, porque, efectivamente, además de talentoso, es, sobre todo, bueno, en el concepto más lato y original de la palabra
En más de una tarde, en la soledad de la redacción de verano, donde apenas algunas mesas están ocupadas, sube por el cauce del río de la vida una quemazón que conmueve el espíritu. La actualidad, envuelta en su chapapote moral, nos niega la visión de plazo largo y uno concluye que no todo va a ser política. Tal vez por ello, a pesar del torrente noticioso que todo lo invade, hoy dedicaré mi astrolabio a un compañero de la redacción que ha decidido dejar el periodismo e irse al seminario para dentro de unos años ser sacerdote. Se llama Jorge Ruiz y, créanme, todavía hoy es de lo más talentoso de la redacción de El Debate, en lo humano y en lo profesional.
Es la segunda vez que me ocurre algo parecido. En mayo de 2005, cuando me desempeñaba como director de La Voz de Galicia, entró en mi despacho el jovencísimo director de arte del diario, Jesús Gil. Cerró la puerta, algo infrecuente, ya que solía estar abierta permanentemente, y me entregó una carta en la que me anunciaba que se marcharía en el siguiente mes, ya que había decidido irse a Roma a estudiar teología para posteriormente ordenarse sacerdote. La noticia me impactó. Jesús era, y sigue siendo, un brillantísimo diseñador, un experto de primer nivel en infografía y un espíritu bondadoso. Tenía una exitosa carrera profesional por delante y decidió renunciar a todo y dedicarse a la vida consagrada. Hoy ejerce el ministerio en la Iglesia de San Juan del Hospital de Valencia.
El mes pasado, casi veinte años después, se repitió la escena. Jorge Ruiz, el más brillante creativo en el área audiovisual de este diario, entró en mi despacho para decirme que llevaba meses madurando la idea y que finalmente había decidido irse en septiembre próximo al seminario con la firme esperanza de decir misa dentro de unos años. Les confieso que me emocioné. No es normal que me ocurra esto por segunda vez. La marcha de Jorge es como extirparnos a todos una pequeña parte de nuestro corazón, porque, efectivamente, además de talentoso, es, sobre todo, bueno, en el concepto más lato y original de la palabra.
Se nos van los mejores. Me lo dijo mi madre, cuando mi hermana Teresa, hace ya más de 50 años, nos dijo que ingresaba en un convento de Siervas de San José para, más tarde, marcharse a la selva amazónica de Perú, donde dejó transcurrir su vida. Mi madre tenía razón, Teresa era lo más bueno de toda la familia.
En este mundo prosaico en el que nos movemos entre vulgaridades, latrocinios, ambiciones, todavía hay almas generosas, dispuestas a renunciar al oropel falso que el tiempo del becerro de oro nos ofrece y apuestan por lo verdaderamente importante. Rezo para que nunca se arrepientan, ni Jesús ni Jorge. A ellos siempre les pido lo mismo, que recen por mí.