Los cristianos son y deben ser conservadores, en el sentido de que reciben los dones de Dios, los hacen suyos y los transmiten con generosidad. Y a la vez son y deben ser progresistas, pues la revelación cristiana afirma el valor del tiempo como espacio en el que Dios actúa y el hombre responde libre y personalmente
Santiago Leyra Curiá en omnesmag.com
En un interesante ensayo del sacerdote irlandés Paul O´Callaghan titulado “Desafíos entre fe y cultura. Dos hermanos de sangre en la dinámica de la modernidad” (Rialp, 2023), se incluye un lúcido capítulo sobre la ampliación de la noción de gratitud mediante una integración del conservadurismo y el liberalismo progresista. Voy a tratar de resumir las ideas que me han parecido más relevantes utilizando la palabra “progresista” en lugar de “liberal”, pues creo que se entiende mejor en el ámbito hispánico.
La cultura moderna está claramente marcada por una alternativa entre el conservadurismo y el progresismo. Las personas son atraídas en una u otra dirección, pero no en ambas: se ofrecen dos estilos culturales opuestos que se encuentran y marcan claramente el tipo de decisiones que las personas toman, cómo se relacionan entre sí y cómo responden a cuestiones últimas. ¿Cuál de los dos representa mejor el perfil de un creyente cristiano que intenta dar gracias a Dios por los dones recibidos o es realmente posible y deseable integrarlos?
Conservadores
La designación de conservador y progresista es de tipo temperamental y personal. Algunas personas quieren aferrarse a lo que tienen, a lo que les ha sido entregado, a lo que les viene del pasado; prefieren netamente la experiencia y la sabiduría prácticas. Quizá lo hagan por temor a perder lo que es bueno a cambio de adquirir lo que se promete como mejor; o quizás por una actitud de reconocimiento y gratitud por lo que está a su disposición por medio de quienes les precedieron.
Generalmente los conservadores son un poco temerosos de perder lo que tienen, tal vez flojos, no siempre generosos con sus posesiones, aunque suelen estar satisfechos y complacidos con la vida tal como es, son frecuentemente nostálgicos, más realistas que idealistas, inclinados a llevar a otros a ajustar sus prioridades “por su propio bien”, apegados a lo predecible, aceptando y defendiendo lo colectivo, el status quo, las cosas como son. Como resultado, pueden ser percibidos como autoritarios y, en ocasiones, pesimistas. Por otro lado, la mayoría de las veces agradecen humildemente a Dios por lo que han recibido y expresan su gratitud usando el mundo creado tal como fue hecho y no abusando de él. En términos breves, podríamos decir que el conservador es una persona de fe.
Progresistas
Sin embargo, otras personas están convencidas de que lo que les ha sido transmitido, lo que han recibido del pasado y de otros, es imperfecto o incluso decadente y necesita ser renovado o cambiado, no sólo recibido con gratitud incondicional. Se sienten libres, con derecho y capaces de desafiar el status quo. “Por definición ─dice Maurice Cranston─ un liberal es un hombre que cree en la libertad”. Están convencidos de que el cambio y el progreso son posibles y necesarios, ya sea en la ley, en las estructuras o en las formas establecidas de hacer las cosas. Son sustancialmente favorables a los derechos, impacientes con lo rígido y estático, a menudo dispuestos a descartar lo que han recibido de otros, del pasado. Con frecuencia son reticentes a la tradición y a veces dan la impresión de ser desagradecidos.
El impulso progresista está motivado por un deseo sincero y generoso de mejorar las cosas y vencer el mal en la sociedad o por una impropia falta de aprecio por lo que se ha recibido de otros en el pasado. Pueden ser personas excesivamente seguras de sus ideas y proyectos, más idealistas y teóricas que realistas, menos preparadas para escuchar y aprender del pasado, para rectificar o corregir sus ideas o visión según sea necesario, para estar descontentas con su propia identidad; pueden ser impacientes, inquietos y agitados, fácilmente dispuestos a permitir que “otros” los cambien, más individualistas que colectivistas. Quieren cambiar las cosas, viven para el futuro, soñando impacientes con “los cielos nuevos y la tierra nueva” de los que habla el Apocalipsis (21, 1-4). El progresista fundamentalmente espera.
Hablando de los conservadores, Roger Scruton observa que “su posición es correcta pero aburrida; la de sus detractores, emocionante, pero falsa”. Por esta razón, los conservadores pueden tener una especie de “desventaja retórica” y como resultado “el conservadurismo ha sufrido el abandono filosófico”. Como decía el historiador Robert Conquest, “uno es siempre de derechas en los temas que conoce de primera mano” o Matthew Arnold que criticaba el progresismo afirmando que “la libertad es un excelente caballo para cabalgar, pero para cabalgar hacia alguna parte”.
Religión, conservadores y progresistas
Aunque muchos creyentes consideran la religión como una fuerza liberalizadora, en su mayoría las religiones son generalmente consideradas como elementos “conservadores” dentro de la sociedad: ayudan a las personas a aferrarse a las cosas, a la realidad. Sin embargo, la idea de que la religión es conservadora no puede aplicarse unívocamente a todas las religiones, ni ciertamente al cristianismo. Por eso podemos preguntarnos: ¿el verdadero cristianismo es conservador o progresista? El cristianismo se refiere a todos los aspectos de la vida humana y de la sociedad. La antropología cristiana es esencialmente integradora, al igual que la vida cristiana y la espiritualidad. Lo único que los cristianos rechazan y excluyen de plano en el hombre es el pecado, que los separa de Dios, de los demás, del mundo y de sí mismos, destruyendo la vida en el sentido más amplio de la palabra.
Cristianismo, síntesis afirmativa
Dado que el cristianismo no excluye nada sustancial del compuesto humano ─ni el cuerpo ni el espíritu, ni la libertad ni la determinación, ni la sociabilidad ni la individualidad, ni lo temporal ni lo eterno, ni lo femenino ni lo masculino─, parecería que tanto los aspectos “conservadores” como los “progresistas” de la vida humana individual y de la sociedad en su conjunto deberían mantenerse simultáneamente, si es posible, en una síntesis afirmativa y superadora. Un cristiano puede ser conservador o progresista por temperamento, pero su verdadera identidad cristiana debe tener algo de los dos.
Como dijo una vez el pastor metodista (progresista) Adam Hamilton: “Cuando la gente me pregunta ¿Eres conservador o progresista?, mi respuesta es siempre la misma: Sí. Pero ¿cuál? ¡Ambos! Sin un espíritu progresista nos volvemos torpes y estancados. Sin un espíritu conservador, estamos desanclados y a la deriva”. Lo que dificulta esa integración es precisamente la presencia divisoria del pecado en el corazón del hombre.
Los cristianos son y deben ser conservadores, en el sentido de que reciben los dones de Dios a través de la Iglesia de Jesucristo, los hacen suyos y los transmiten con generosidad y creatividad a quienes les suceden. Y a la vez son y deben ser progresistas, pues la revelación cristiana afirma la realidad y el valor del tiempo como espacio en el que Dios actúa y el hombre responde libre y personalmente a su gracia y palabra. Conceptos fundamentales son tiempo, libertad y dignidad intocable e insustituible de cada persona humana que vive con y para otras personas. Además, el cristianismo otorga un peso particular a la conversión (en griego “metanoia”) que implica literalmente “ir más allá de la muerte” y evoca la necesidad de superar la propia convicción y situación actual.
El cristianismo constituyó en su origen una enorme novedad en la vida personal de millones de hombres y mujeres que rompieron con sus fracasos y pecados personales, con el judaísmo de su época, con el estilo de vida común en la sociedad, con la idolatría, estableciendo una visión profundamente renovada de la dignidad de todas las personas, especialmente de las mujeres y los niños, del valor del matrimonio y de la sexualidad, una nueva liturgia, un nuevo enfoque. Un nuevo comienzo, un progreso, una proyección hacia al futuro, hacia la eternidad. El poder de Dios inyectado en la vida de los hombres pecadores produjo una asombrosa transformación y liberación en la vida personal y social; liberó energías desconocidas de antemano entre los hombres; los lanzó mar adentro hacia una vida de trabajo y evangelización significativa y apasionada. Lo hizo antes, lo hace ahora; seguirá haciéndolo hasta que el Señor venga en su gloria.
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