Ya no se trata de expresar proyectos, sino de destrozar los del partido oponente. Ya se nos ha olvidado sumar, aunar y solo sabemos dividir
Me comentaba una buena señora, no hace mucho, que no puede ver las noticias, que tanta guerra, desgracias, hambre, violencia la ponen mala. Se le endurece el corazón, llora y se desanima. ¿Cómo es posible tanto mal? ¿Puedo hacer algo para evitarlo?
Hoy es día de elecciones. Día para poner nuestro granito de arena, para construir la Europa que nos gusta. Hasta ahora, con la campaña electoral, la voz cantante la han llevado los políticos, ahora nos toca hablar a nosotros, a los que tenemos un proyecto de sociedad, ideas e ideales. Las campañas cada vez son más broncas, zafias. Ya no se trata de expresar proyectos, sino de destrozar los del partido oponente. Ya se nos ha olvidado sumar, aunar y solo sabemos dividir, enfrentarnos y oponernos.
Ante las guerras, las más presentes como la de Ucrania y Tierra Santa, los maltratos, la corrupción y mentira institucionalizada, ante la politización de la justicia, la crisis migratoria, la zafiedad ambiental, la muerte de la cultura y el suicidio del arte, el desmoronamiento de la familia, ¿podemos hacer algo?
La existencia del mal es uno de los misterios que acompañan al hombre desde sus albores. La crueldad, el sadismo, la injusticia están presentes en todas las civilizaciones. Hay un principio de mal, una semilla, en nuestros corazones que debemos empeñarnos en reprimir, de lo contrario, si lo dejamos suelto y crece a sus anchas, puede hacer auténticas barbaridades. Es bueno saberlo, contar con ello, no asustarse, pero debemos poner todos los medios para impedir que crezca, que nos domine.
La Biblia nos ofrece el relato del pecado original como explicación del origen del mal en el hombre. “Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: ¿Dónde estás?. Él contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí. El Señor Dios le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?. Adán respondió: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí. El Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué has hecho?. La mujer respondió: La serpiente me sedujo y comí".
Adán y Eva, tentados por el demonio, desobedecen a Dios. Rompen la armonía en la que fueron creados, usan su libertad para “ser como Dios”, para ser dioses pequeños y torpes que lo estropean todo. Este es el origen del mal, la libertad mal utilizada. Este apartamiento de Dios introduce el desorden, el mal, en el mundo. Para que reine la paz y la concordia, la justicia y el orden, la fraternidad universal, debemos volver a Dios.
Comenta Víctor Lapuente en una entrevista en Aceprensa: “De adolescente, cuando era monaguillo en mi pueblo, me enervó escuchar al cura eso de “más que buscar una revolución fuera, busquemos hacer una revolución en nuestros corazones”. Aquel mensaje de cambiarnos a nosotros para cambiar, después, la sociedad, me pareció profundamente conservador. Ahora lo veo totalmente, al contrario. Era una enseñanza claramente progresista. Antes de darle la vuelta al mundo, debemos mirarnos al espejo y pensar qué es lo que estamos haciendo mal”.
¿Qué puedo hacer ante el mal en el mundo? Procurar extirparlo de mi actuar, de mi vida, de mi familia. Si queremos un mundo mejor, comencemos por ser mejores.
Sigue diciendo Lapuente: “A lo largo de la historia ha habido filósofos clásicos, sabios y teólogos que se han enfrentado a momentos de incertidumbre muy parecidos a los nuestros. Ellos nos enseñan una manera de entender el mundo que es diametralmente opuesta a la que vivimos en nuestros días. Buscamos la felicidad a cualquier precio, pero lo importante es ser buenos, y la felicidad llegará por añadidura. Puede ser buen camino intentar encarnar las cuatro virtudes cardinales –justicia, templanza, fortaleza y prudencia–, acompasadas siempre con una cierta justicia social”.
El mal se combate con el bien, no con más mal o con la apariencia de bien, no con palabrería sino con hechos. Podemos pensar que es poco lo que podemos hacer ante tantas necesidades, pero no olvidemos nuestro sabio refranero: “Un grano de trigo no hace granero, pero ayuda al compañero”. El buen ejemplo también cunde; si comenzamos nosotros, otros no seguirán.
Comencemos en casa: escuchar al cónyuge y a los hijos, dedicándoles tiempo; procuremos servirles y hacerles la vida agradable sin esperar nada a cambio. Perdonemos y pidamos perdón. Seamos educados y delicados, los demás se merecen un respeto. Compartamos con los más necesitados. Pongamos a Dios en el centro del hogar y de nuestro corazón. Así crearemos espacios de paz, de amor, que cambiarán el mundo.